Ave María Purísima
Jorge Luis Borges
No puede un hombre luego de sesenta años de ausencia física, regresar al pueblo que lo vio nacer y decir. ¡Aquí estoy yo!
¡No! No puede. Y yo lo hice.
Tratando de enmendar ese desliz, transcribo la presentación de la profesora uruguaya Oranuve Fernández sobre el autor de “El Regreso”
Prólogo
Para que el escritor tome la palabra es menester que establezca un diálogo consigo mismo y con el entorno. La función expresiva se equilibra en la función comunicativa y es la natural contribución a una realidad, en la cual se afirma día a día.
Cuando leí “El regreso” sentí una lluvia de cristales rotos que giraban en un calidoscopio de colores. Diferentes imágenes, diferentes espacios y tiempos, unidos por un denominador común, la lucha por la vida.
Los momentos políticos y económicos crean circunstancias y producen movimientos migratorios que la Historia se encarga de registrar.
¿Qué sienten esos millones de seres que abandonan los lugares comunes, su lengua materna y sus afectos, para poblar barcos y aviones que los abandonarán a destinos inciertos?
¿Qué siente un adolescente cuando se aleja del pueblo que lo vio nacer?
¿Qué siente un hombre que luego de casi cuarenta años de ausencia recorre las calles de su Burriana natal?
¿Qué tensa ese cordón de plata que lo mantuvo unido a su país de origen, alimentó los recuerdos y sostuvo los sueños?
Francisco lo retiene, como retiene con fe su realidad vigente, la de ser “uruguayo”, la ser padre orgullosos de sus hijos y amar a una mujer que nació en estas latitudes y le dio su estatura completa.
Una experiencia de vida, un canto a la esperanza, una apuesta al futuro. Un buen comienzo y un buen final para la aventura de “El Regreso”.
Prof. Oranuve Fernández
VALENCIA 1
- “Señores pasajeros, en breves instantes sobrevolaremos ell Aeropuerto Internacional de Manises. Les ruego se sirvan abrochar sus cinturones...
El cielo sobre Valencia está despejado, con una temperatura de veintidós grados.
Muchas gracias por haber elegido nuestra compañía y esperamos, hayan tenido un feliz viaje...
- “Senyors passatgers... _ las indicaciones fueron reiteradas en valenciano.
El avión seguía descendiendo mientras sobrevolaba la ciudad del Turia hasta penetrar en el Mediterráneo, luego hizo un giro a la izquierda y en vuelo casi rasante aterrizó en Valencia.
Doce años de edad, tenía la última vez que con mis padres había estado en Valencia. Fue cuando desde Manuel regresábamos a Burriana. Cuarenta y nueve años de edad y treinta y siete de ausencia, de mi país natal, contabilicé en ese momento.
La emoción tensó mi cuerpo. Como una flecha en el arco, yo estaba listo para ocupar mi lugar en el espacio. Bastaría que la mano abriera sus dedos para ésta saliera disparada.
Estaba seguro que reconocería a todos los míos tan pronto los viera y que tendría la oportunidad de recuperar todo el tiempo perdido.
Al penetrar al edificio del aeropuerto busqué desesperadamente alguna mirada, un rostro familiar, un gesto donde asirme.
Al irse retirando los pasajeros, la sala quedó vacía. Todo el nerviosismo desapareció de golpe.
Sinceramente no esperaba que mis primos vinieran a recibirme, pero sí, mi tío Paco, con quien mantenía un fluido intercambio de correspondencia; y si el afecto era recíproco, no entendía como habiendo hecho trece mil kilómetros para verlo, él no podía hacer treinta o cuarenta para venir a mi encuentro. La respuesta la obtuve más tarde.
Mi campanario 6
Mi atención recayó en los pasajeros del ómnibus y en el conductor del vehículo, los cuales eran totalmente ajenos a mi estado de ánimo; parecía como si aquella realidad fuera un sueño en el que yo veía y oía, sin ser visto ni oído.
Al pasar bajo las murallas saguntinas percibí todo su influjo sobre mi destino. ¡Por fin había llegado a mi patria! ¡Cuántas veces había querido penetrar en su recinto sin que jamás lo pudiese hacer!
A sus pies estaba Faura Benifairó. Allí trabajó mi padre una temporada envasando naranjas. Cuando era niño, desde la vega contemplaba igual que el cartaginés aquella muralla inexpugnable.
Eran tiempos duros que nos obligaron a ganar el sustento lejos del hogar. Mis diabluras fueron la causa que al finalizar la campaña naranjera despidieran a mi padre.
Fue en Faura donde por primera vez, con diez años de edad, trabajé como encorreador.
A mi izquierda, los montes daban la sensación que a lo lejos sus cumbres alcanzarían el cielo. En sus laderas algún caserío, mutilando la naturaleza, parecía empeñado en llegar a la cumbre. La falda de la montaña iba empujando a la carretera hasta que sólo unas franjas de naranjos nos separaban del mar.
Al pasar Mascarell busqué a mi izquierda el que fue un día uno de nuestros huertos, sin que pudiera identificarlo. Distraídamente volví a mirar hacia delante y al final del recto camino, al levantar la vista, ahí estaba el campanario.
¡No, no había sido un sueño, era verdad, ahí estaba mi campanario, mi pueblo, mi patria, mi familia, mi niñez, ahí estaba yo!