Genes valencianos
Javier, nacido en Uruguay nos dio un hogar y Manuel, nacido en valencia una falla.
Considero oportuno que sea Javier, con esa sencillez y cariño que lo caracteriza, quien nos cuente de él y de su familia.
“Querido Paquito, te cuento:
Por parte de mi madre vino mi abuelo Manuel Hernández, mi abuela Carmen Roca, con sus 4 hijos, Carmen (mi madre que tenía 20 años) Conchi, Pilar y Manolo que tenía 4 añitos. Este abuelo, padre de mi madre y Manolo, era artista plástico-pintor, pero se ganaba la vida como pintor de casas y edificios, también era conocido por sus exquisitas imitaciones de madera que supieron embellecer casas de gentes influyentes de la época.
Llegaron a Buenos Aires en 1950, vivieron muy poco tiempo en esa ciudad y al no adaptarse se vinieron a Montevideo, que tenía una escala similar a su Valencia/capital, de donde vinieron.
Por parte de mi padre, primero llegó él junto con mi abuelo a probar suerte desde Alcira a Río de Janeiro, fue en el año 1950. Llegaron cuando recién Uruguay había salido Campeón de Mundo (dicen que decían,: uruguayos irmaos,… fhillos de puta ¡!! Mi abuelo no soportó el calor de Río, y se vinieron a Montevideo, una vez instalados aquí llegó mi abuela Paca, con sus otros dos hijos Vicente y Teresa.
La profesión de mi abuelo, igual que la de mi padre era constructor. Tanto mi bisabuelo, abuelo y padre se llamaron Francisco Perelló y todos fueron constructores. Yo me llamo Francisco Javier Perelló y soy arquitecto, pero lo que más me gusta y disfruto de mi carrera es estar en la obra, construir.
En estos días recibimos la noticia de que mi hijo Francisco de 16 años, se decidió por seguir la carrera de arquitectura, por lo tanto sus padres como toda la familia se encuentran muy entusiasmados de que los Perelló sigamos construyendo sueños.
Un fuerte abrazo y estoy a tus órdenes para lo que necesites
Javier”
Al regresar del campo ávido de noticias me apoltroné en mi sillón y sintonice el Tele Diario, cuando Adriana, acercándose con un diario en la mano me hizo el comentario: -Mira, en el Centro Gallego esta noche queman una falla.
–Qué bien, le respondí sin prestarle demasiada atención.
-¿No… te gustaría ir? –insistió
Levante la mirada y en la suya vislumbre, el alcance de la invitación.
-¡Cómo no! -le respondí sin vacilar.
Al llegar al lugar, era tal la cantidad de vehículos estacionados que, para ubicar el nuestro, tuvimos que alejarnos considerablemente. De regreso, a medida que nos íbamos acercando a los accesos del polideportivo. En gentil bienvenida, los suaves acordes de un pasodoble salieron a nuestro encuentro.
Mientras los olores de las frituras saturaban la suave brisa que envolvía a los asistentes.
Al traspasar los portones que daban acceso al polideportivo, nos detuvimos por breves segundos mientras nuestras miradas iban deslizándose sobre el vacío hasta detenerse en los sobrios edificios cuyos ventanales se asomaban al amplio e iluminado espacio que circundaban.
Fue entonces cuando intuí que, alguien sonriendo, me estaba observando. Gire lentamente la cabeza y… ¡Si! Era ella. Mi compañera de la infancia, ¡Mi vieja amiga! Después de sesenta largos años, nos volvíamos a encontrar.
Un fallero le estaba retocando en su aderezo. El momento sublime de la cremá estaba próximo. Al acercarme sentía alegría, sorpresa y una inmensa curiosidad. ¿Quiénes y cómo? Habían sido capaces de realizar aquel milagro. ¡Que lejos estaba de imaginar que, en aquel fallero iba a recuperar mi identidad!
-Discúlpeme Esta falla, ¿la hicieron en el Uruguay? –le pregunte al desconocido.
-En la Facultad de Bellas Artes –me respondió el hombre que, sin dejar de observarme se iba incorporando, fue entonces cuando en su mirada percibí un brevísimo centelleo. Era evidente que aquellos ojos dulces y tímidos, me habían analizado, clasificado y el resultado, archivado en su subconsciente.
-¿Es usted valenciano? –preguntó sonriente el fallero.
-Si, de Burriana. –le respondí
-¿Parla el valencià? –insistió.
-Una miqueta –le confesé.
-Pues, ¡A ver si nos visita! –Y agrego: -En la Asociación será bien recibido.
Sorprendido ante tal cantidad de público, sentí vergüenza y temor; temor por el resultado del evento, vergüenza por no haber participado activamente en semejante acto de exaltación a Valencia.
En el inmenso recinto las banderas nacionales y regionales que lucían en las barandas del entrepiso engalanaban el salón central en donde los pacientes comensales esperaban ansiosos frente a las largas mesas, la triunfal entrada de los paellones.
Realmente aquello, no daba para más. Resignado esperaba la quema para retirarme, cuando una voz conocida llamó mi atención.
Sobre el estrado, micrófono en mano, el simpático fallero ante la indiferencia de los más y el interés de los menos hacía uso de la palabra.
-¿Quién es este joven? -Atiné a preguntar a un señor que junto a mi lo estaba escuchando.
-Javier Perelló –y añadió –es el Presidente de la Asociación Comunidad Valenciana.
No recuerdo cuales fueron las palabras de Javier, solo retengo la emoción y el profundo efecto que me produjeron. Mientras los comensales “degustaban” la paella fui recorriendo el polideportivo y observando las miradas curiosas y expectantes de los concurrentes, entre los cuales de destacaba el Ministro de Turismo y Deporte; Héctor Lescano.
¡Menuda responsabilidad! Pensé. Si la cremá resulta com la pella ia estem ben arreglats.
Debo confesar que no podía integrarme al acto. Desde cierta distancia observaba al público arremolinándose alrededor del monumento mientras yo permanecía en un limbo entre los recuerdos y la realidad.
Sesenta y cuatro años eran muchos años y los recuerdos al evocarlos, flagelaban mi corazón.
La falla del “Garbo” en Burriana, era tan grande y yo tan chico que al arder, el reflejo de sus llamas me hacían llorar.
Los estampidos de cien cohetes precedieron a los acordes del Fallero. Miré la falla y asombrado comprobé como aquel monumento de cartón y madera había cobrado vida, envolviéndonos a todos los presentes en la sublime fiesta Josefina.
Busqué a mi padre pero era otra la falla y otro el fallero, quién la iba a inmolar.
¡Jamás! Escuche las estrofas del Himno Valenciano con tanta unción. Seguramente el maestro Serrano desde la eternidad estaría sonriendo, al verme llorar.
Fragmento del libro “El Amparo”
PRESENTACIÓN
Con su libro “El Regreso”, Francisco Planelles nos dio una grata sorpresa, a uruguayos y españoles, a montevideanos y valencianos. No era para menos: un libro de ese perfil, a determinada altura de la vida, es toda una revelación. Por eso nos sorprendió, aquí y en España.
Ahora ya no nos sorprende que escriba y publique, en prosa o en verso. Nos lo confeso él mismo en uno de los poemas de su libro “Rimando reflexiones y recuerdos”. El titulado con acierto “Vocación”: “Pensé / que vivía para escribir. / Descubrí / que escribía para vivir”.
Ya no seda la sorpresa ante lo inesperado, sino que se espera la confirmación de lo ofrecido o insinuado. Ahora Planelles va adquiriendo y dominando “su” estilo personal, dentro de una variada temática.
Temas ciudadanos o camperos, protagonizados (a veces hablados en primera persona) por hombres o animales, historias del Uruguay o de España, se hacen presentes aquí y configuran una naturaleza y un tiempo actuales y creíbles. La escena de los relatos es uruguaya o hispánica,
A veces selvática y quirogiana.
Con frecuencia aparecen las colinas y los campos de nuestra patria, sus arroyos y cañadas, su fauna y su flora, lo mismo que los distintos olores y sonidos de las horas del día o de la noche.
Si quisiéramos englobar en dos sustantivos definitorios los rasgos de toda esa temática, podríamos aducir versatilidad y realismo. Ninguna realidad le es ajena, ningún personaje se resiste a su focalización en el lenguaje, en la descripción o la acción. A pesar de esa enorme variedad escénica y temática, la persona del autor y sus rasgos estilísticos configurativos, con deliberados toques de poesía en las descripciones, dan unidad y coherencia a todo el conjunto.
De este modo se nos presenta un Francisco Planelles robusto y convincente, en persistente búsqueda de lectores atentos.
Se trata siempre de un ejercicio de comunicación verbal, en un intento de voluntad literaria, que tiene y quiere algo para decir. Como dijimos hace tiempo, hay aquí madera dura para tallar, hay “madera de escritor” que quiere autoexpresarse. Con el tiempo y la perseverancia necesaria, su obra podrá inscribirse, con todo derecho, en la narrativa vernácula atendible.
Gregorio Rivero Iturralde
Más información www.valenciauruguay.org.uy
Sr. PP. Siento que Vd. tambien haya interpretado de manera errónea mis palabras. En mi comentario dije que YO no quería escribir en valenciano para no provocar polémicas y discusiones absurdas que no llevan a ningún lado. Eso es algo muy diferente a que no esté dispuesto a defender mis principios y mis ideas. Le puedo asegurar que si se da la situación, y así lo he hecho siempre, seré el primero en defender aquello que yo considero que es lo justo y lo verdadero. Un saludo muy cordial.