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Por Miguel Bataller
Columna de Michel - RSS

Don Tomás Utrilla… la Bondad personificada

    Me propuse a principios del verano rendir un homenaje a mis tres profesores de juventud, que me habían dejado una impronta muy especial durante mi estancia en el Colegio Salesiano, y hoy le llega el turno al tercero.

    Si D. Roberto Roselló fue el profesor-amigo, el más ameno de mis educadores y alguien muy especial en mi juventud por las dosis de alegría, humor y proximidad madura que aportó en unos años de formación de mi carácter, D. Joaquín Cardenal (no confundir nadie con D. Joaquín Rafols, alias “el Chimo”) aportó un sentido de la disciplina, de la responsabilidad y del sacrificio, para poder obtener los objetivos propuestos, que me han servido de mucho luego.

    D. Tomás Utrilla era la “Bondad” en su más pura esencia…

    No era un gran profesor ni era excesivamente exigente con todos nosotros.

    Era alguien nacido para hacer la vida llevadera, agradable, y sin trauma alguno, y el tipo de persona a la que se podía recurrir en todo momento, con la certeza de que serías escuchado y atendido con una amabilidad exquisita.

    Imagino que por lo delicado de su salud, nunca le vi alterado ni quería estarlo aunque le diéramos motivos. Su corazón, tan grande como una plaza de toros, era frágil como la porcelana y él lo sabía.

    Era controlado, suave, nunca levantaba la voz, aunque alguno de mis compañeros, como José M. Pérez Orero (ese “Pirata” que en paz descanse, aunque donde éste él… no dejara descansar a nadie) le pinchaba hasta lo indecible, porque le profesaba un cariño muy especial.

    D. Tomás, como buen arqueólogo, profundizaba en el carácter joven de cada uno de nosotros, y sabía tratarnos a todos, dándole a cada uno la dosis de tolerancia, de comprensión y de bondad que necesitábamos.

    Fue siempre el más querido de los Salesianos de la época, por nosotros, por los “Naranjeros” como nos llamaban, ya que era nuestro responsable y a decir verdad, siempre supo estar a la altura de esa responsabilidad, sin un mal gesto ni una actitud reprochable.

    Para nosotros era Don Tom, en los momentos respetuosos, y “El Faraón”, en los más coloquiales, por su inclinación a las excavaciones.

    Trasmitió esa afición a alguno de nosotros, que le acompañaba en sus andanzas en busca de reliquias del pasado, y si no recuerdo mal, creo que fue determinante en la afición de Norberto Mesado por la arqueología, ya que creo recordar en la nebulosa memoria de aquellas épocas a los dos juntos excavando.

    Este no lo puedo asegurar al 100%, pero me inclino a pensar que así era.

    Le valoré tanto como persona y como religioso que cuando decidí que había llegado el momento de casarme le pedí que fuese él quien oficiara mi matrimonio, y lo hizo tan discreta como gustosamente.

    Ni era brillante ni quería serlo.

    Era un hombre nacido para pasar discretamente por la vida, caminando de puntillas y haciendo el bien, sin buscar oropeles ni distinciones, por lo que quiero que esté donde esté (no me cabe duda de que estará en Cielo, y además en un asiento de Tribuna), le llegue este emocionado artículo de un alumno que le admiró en su día y le recuerda hoy con todo el cariño, por haberme enseñado el camino de la bondad y la discreción, aunque… lamentablemente me olvide demasiado frecuente de esas pautas que él me marcó con su ejemplo.

    Un abrazo, D. Tomás, y que Dios le tenga en su Gloria… que bien merecida la tiene.

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    comentarios 2 comentarios
    No lo se
    No lo se
    02/08/2008 08:08
    Homenaje

    Aqunque soy de generaciones posteriores a las vuestras. Muchas veces me acuerdo de Don Tomás y sus inolvidables gafas. Un gran profesor y una gran gran persona.

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