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Por Miguel Bataller
Columna de Michel - RSS

Otra percepción mirando “la cara oculta de la luna”

    Esta vez, observando mi “noor al layali” particular, esa luz de luna de verano, desconocida, ignorada, pero enigmática y seductora a la vez, me preguntaba a mí mismo lo que espera a nuestras generaciones jóvenes en su futuro más inmediato.

    A esa luna, tan luminosa en la noche como atractiva y sobrecogedora, que seguramente tendrá nenes, como nuestros hijos y nietos, y hasta es posible que gemelos (ya que los partos múltiples son actualmente una respuesta de la naturaleza ante la baja natalidad de nuestras mujeres), le preguntaba yo cómo veía el futuro, cómo encauzaría la formación de nuestras generaciones futuras y qué medidas tomaría para mejorar la humanidad.

    Me explicaba que ella también estaba intranquila como mamá, ya que había dado a luz dos solecitos, y su educación, instrucción y formación eran su prioridad absoluta (en este caso la naturaleza entendió que era mejor iluminar los días que las noches, para tener más horas de trabajo y menos de descanso), pero que para ella la medida inmediata era discernir dos palabras importantísimas y ponerlas en su justo entorno.

    Me dice que para un correcto funcionamiento de la humanidad hay que saber diferenciar Educación de Instrucción, y que cada una de estas facetas se lleve a cabo en el entorno adecuado.

    Me explicaba que la Educación era una labor básica de la familia.

    Que se fundaba en inculcar a nuestros niños una serie de valores éticos, morales y religiosos que les hiciesen impermeables a las influencias externas, ajenas a nuestras creencias y forma de vida.

    Verles crecer en el respeto, en la realidad de su entorno y en la justa valoración de cada decisión que tomen, haciéndose responsables de todas ellas.

    Mirando a los ojos a los demás, dando un ejemplo de tolerancia, pero nunca de transigencia, ante los valores en los que se les eduque.

    Y en esa función nunca los poderes públicos deben de sustituir a la familia.

    Los padres fijan y deciden la educación que desean para sus hijos, y para ello les cultivan en un entorno familiar agradable, acogedor y de acuerdo a su sentir en todos los conceptos. Luego les llevan al colegio que consideran más adecuado para llevar a cabo su instrucción, si quieren hacerlo en la enseñanza privada, o al que les corresponda en función de los parámetros previamente establecidos, si se trata de la enseñanza publica o concertada. Pero sin renunciar nunca en cuanto a lo que es puramente “educación”, si bien delegando en lo que se refiere a la disciplina e instrucción para cumplimentar su formación.

    En cuanto a la Instrucción, a partir de una edad determinada, los padres poco podemos hacer, ya que los hijos nos superan en conocimientos y preparación, y es poco lo que podemos cooperar a su instrucción, que sí será tarea básica y exclusiva de sus profesores.

    Y para poder llevar a buen término la mencionada “instrucción” en el centro formativo, es fundamental, que los padres sí deleguen su principio de autoridad y disciplina en los profesores-instructores, que nunca deben de ser cuestionados por los padres, cualquiera que sea la alegación que les presenten sus hijos.

    Sólo con estas premisas bien establecidas y aceptadas por todo el entorno social de los niños, se resolvería esa crisis de valores actual, en cuanto a la educación, que nos tiene a muchos de nosotros desorientados, y a no pocos profesores de baja laboral, por stress e incapacidad de llevar adecuadamente a cabo su labor de formación de la juventud.

    Ni los padres se deben de inhibir de la educación de sus hijos, alegando que “para eso están los colegios, para educarles”, ni tampoco los profesores-instructores deben de querer influir de una forma determinante en la formación educativa de los alumnos, ya que se podría llegar al desconcierto de que los chavales recibieran dos mensajes contrapuestos de sus columnas vitales de educación y formación.

    Los padres educan y marcan las pautas fundamentales de esa educación, los valores que para ellos son fundamentales y el tipo de educación que quieren para sus hijos.

    Los profesores les instruyen según los planes de estudios establecidos y sólo tratan de inculcarles conocimientos de acuerdo con sus áreas de conocimientos, y cuantos más y mejor estructurados mucho mejor, pero sin interferir ni contraponerse en la forma de educación elegida por los padres.

    Y en ambas esferas de influencia, dos conceptos han de ser fundamentales: Responsabilidad y Disciplina.

    Me decía esa “noor al layali”, esa luna de verano que en su visión de la educación actual, ambos conceptos los notaba muy difuminados.

    Ni los padres incidíamos bastante en hacer de nuestros hijos personas “responsables y disciplinadas” ni en el entorno formativo se ponderaban estos dos factores adecuadamente, para evitar la pérdida de autoridad moral y educativa del profesorado.

    Los padres responsabilizan a la poca calidad de la enseñanza y el profesorado a la pésima educación que reciben nuestros jóvenes en su entorno familiar, sin percatarse de que es una responsabilidad diferenciada pero compartida.

    Ni los padres deben de aceptar nunca que se discuta la norma de instrucción de ningún profesor ni estos deben de cuestionar nunca la forma que tienen los padres de educar a sus hijos.

    Solamente una fluida comunicación entre ellos dará a largo plazo un fruto positivo y a la vuelta de muchas generaciones, llevando estos principios a la práctica diariamente nos percataríamos de los buenos resultados.

    De lo que no me cabe ninguna duda es de que la dejación de funciones por las dos partes está llevando a un caos inaceptable la convivencia en los colegios españoles, ya que nuestros jóvenes acaban desconcertados por la disparidad de mensajes que reciben y les acribillan a su alrededor.

    Con muchos más medios de los que disponíamos nosotros, no ha evolucionado la calidad de la educación y formación de las generaciones de jóvenes actuales como debieran de haberlo hecho.

    Y la prueba de ello es el elevado porcentaje de fracaso escolar, pese a haberse relajado sensiblemente las exigencias para pasar los filtros en sus pruebas de exámenes.

    Al menos esa era mi percepción a la luz de la luna, en una noche de verano, y cuando me decidí a consultarle a una luna joven y sensible, en su cara oculta, que por menos visible no es menos brillante, cómo se presentaba el futuro educativo de mis nietos.

    Una vez más coincidí con ella y eso me dejó bastante tranquilo, ya que lo único que yo podía hacer es lo que he hecho.

    Escribirlo y airearlo, por si puede servir de algo.

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