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Por Miguel Bataller
Columna de Michel - RSS

“Un canto a la esperanza… desde el desespero”

    Esta semana he reflexionado muy profundamente al ver la evolución que ha tomado el caso de Marta del Castillo, la chiquilla andaluza asesinada por unos jóvenes desquiciados, pequeños “locos asesinos” frutos de una sociedad en crisis total de valores.

    Pero, curiosamente, estos “deshechos de la sociedad”, que en su vida habrán sabido coordinar tres ideas sensatas, sí han sabido poner en jaque y desorientar completamente a un estamento policial y judicial, llevándoles prácticamente a trillar las aguas de todo el Guadalquivir, a partir de Sevilla, y ahora a hurgar en un vertedero enorme durante semanas para encontrar el cuerpo de la joven, que, por los datos acumulados, ni estaba en el Guadalquivir ni estará en el vertedero.

    ¿Qué cerebro estructurado e informado de la legislación vigente habrá marcado las pautas a seguir por esos pequeños criminales?

    Evidentemente, lo que se persigue es “que no se encuentre el cuerpo del delito”, para paliar la magnitud del mismo.

    En un principio pensé que había sido una jugada de estrategia del abogado de la defensa y aún ahora nadie me puede impedir que lo siga pensando.

    Pero me da la impresión de que asustado por el cariz que han tomado los hechos, ahora ese brillante leguleyo ha preferido “tomar las de Villadiego” y retirarse del caso, alegando que su defendido ha cambiado su declaración ya tres veces (y no me extrañaría que lo hubiese hecho asesorado por él, aunque no es más que MI OPINIÓN).

    ¿Quién le habrá asesorado para hacer la primera y la segunda declaración?

    Pues bien, en una España que gasta tantos miles de millones de euros sin excesivo sentido, esto podrán decirme que es “el chocolate del loro”, pero sin ninguna duda es una barbaridad de cientos de millones los que se han gastado en el rastreo del Guadalquivir y ahora en la búsqueda del vertedero sin ningún sentido.

    Con la cantidad de legisladores que estamos soportando en nuestro Parlamento, no estaría de más que revisasen el Código Penal actual y se responsabilizase civil, penal y económicamente a quienes despreciando al más elemental sentido de la Justicia en mayúscula, se burlan de ella y le ponen piedras en sus ruedas para que descarrile.

    En primer lugar, todos los gastos derivados de sus mentiras deberían revertir en ellos solidariamente, tanto en los asesinos como en quienes les asesoran y “desorientan”, y si así fuese, procurarían por todos los medios no “obstruir a la justicia”, ya que luego los jóvenes delincuentes, al ser insolventes, no podrían hacer frente a sus obligaciones, y sus “mentores o defensores” no podrían escapar al castigo económico, que es, en definitiva, el que más les duele.

    Todos somos responsables de haber “edificado” la sociedad civil que tenemos, los padres por no saber criar a los hijos, los profesores por desentenderse de su educación y formación, pero sobre todo el Gobierno, por no haber puesto los mecanismos legales en sus Leyes de Educación, de estímulo al estudio, de responsabilidad y de superación, permitiendo un entramado legal tan permisivo, tan estúpidamente condescendiente y tan carente de principios éticos y morales, que hemos conseguido un porcentaje increíble de jóvenes delincuentes, que ni han sabido ni querido estudiar, ni han tenido un entorno que les motivara y les exigiera durante su época de estudiantes, y, claro, con esos cimientos han llegado a la edad laboral con los mismos preceptos.

    Ni saben ni quieren aprender a trabajar, prefieren la molicie de una vida “tumbados a la bartola”, y encima muchos de ellos, cuando llegan a casa, se encuentran con familias desestructuradas, que ni les han empujado a estudiar ni les incitan a trabajar, y sus padres ya no saben qué hacer con ellos porque ni siquiera saben qué hacer consigo mismos.

    Esta columna es como un “canto a la desesperanza”, ya que después de tantos años y más de una generación llevando esta “hoja de ruta”, es poco menos que imposible cambiar la mentalidad de los políticos, de los padres y de los educadores de la noche a la mañana, pero o nos ponemos todos “manos a la obra” inmediatamente y damos un giro de 180º o acabaremos avergonzándonos nuestros políticos, los educadores y nosotros mismos e incluso nuestros hijos del legado que les estamos dejando a nuestros nietos y a las generaciones venideras.

    Me siento muy orgulloso de la educación que me dieron mis padres y mis abuelos, que no es ni más ni menos que la misma que solíamos recibir todos los jóvenes nacidos a mediados del siglo pasado, con unos conceptos de la responsabilidad, la disciplina, el respeto a los demás que hoy se ha perdido.

    También estoy muy orgulloso de cómo educamos mi esposa y yo a nuestros hijos, que han correspondido a esa educación con unas actitudes muy positivas.

    Mis profesores nunca fueron mis amigos ni mis “compis”, eran mis educadores y les sigo profesando un cariño muy especial en mi corazón, porque de lo que entonces me exigieron se forjó el hombre que soy hoy.

    Nunca me maltrataron, pero sí fueron muy exigentes conmigo, porque en esencia yo no era diferente a como son ahora esos “pequeños delincuentes” antes de empezar a delinquir.

    Tenía los mismos instintos que ellos, me gustaba lo mismo que a ellos y si no me hubiesen reprimido, orientado y educado, tanto en casa como en el colegio, no me cabe la menor duda de que quizás hubiese terminado yo también siendo como ellos.

    Pero la sintonía entre mis padres y mis profesores siempre fue total.

    Si llegaba a casa quejándome de algún castigo de mi maestro, sistemáticamente mi padre me lo doblaba, con una frase que me quedó grabada en el cerebro:

    “Si D. José te ha dado uno es que al menos te merecías dos”, y acompañaba a sus palabras de un cariñoso pero implacable pescozón.

    Eso se ha perdido, en términos generales, y es lo primero a recuperar, para enderezar esos arbolitos cuando empiezan a crecer.

    Luego, ya es difícil, si no se hace en la más tierna infancia.

    Y por lo demás, pedir a los Legisladores unas leyes menos tolerantes con el delito, más intransigentes con el delincuente y unas leyes educativas más exigentes.

    En mi época, si te quedaba una asignatura en septiembre, “impepinablemente” repetías curso, y era muy difícil que nadie repitiera curso, pues todos nos sentíamos ridículos si llegábamos a ese extremo.

    Hoy las Leyes les permiten pasar de curso con dos suspensos, y propusieron que fuese posible hacerlo con cuatro…

    Esa es la diferencia.

    La capacidad intelectual de los jóvenes de ahora es igual o mejor que la de los de mi generación.

    Lo que ha cambiado es el estímulo y las ganas superarse.

    A ver si entre todos conseguimos cambiar la tendencia y darle la vuelta a estas jóvenes generaciones en las que abundan excesivamente los delincuentes juveniles, y volver “por donde solíamos”, y priman otros valores, como ocurría a mediados del siglo XX.

    A veces es mejor un “regreso al pasado” que “una escapada a un futuro… incierto”.

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    comentario 1 comentario
    santi
    santi
    24/03/2009 01:03
    valores perdidos

    Como siempre estoy de acuerdo con todo lo que apuntas en tu articulo .Se ha perdido el respeto a los padres,a los mayores y por supuesto a los profesores. Soy de los que piensan que la educacion de un hijo empieza en el hogar y es muy importante lo que ven casapara que tomen un camino u otro.En mi casa les dimos todo el cariño del mundo pero cuando hacian algo malo se les reprendia y en alguna ocasion tambien se llevaron algun pescozon ,Y te puedo asegurar eso tan politicamente incorrecto no les ha ocasionado ningun trauma y ahora tengo dos hombres cada uno con sus dos carreras y lo que es mas importante queridos y respetados por todos .Miguel yo tambien creo igual que Tu..Retrocedemos

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