Supervivientes entre el ordeno y mando
Fuimos y seguimos siendo la denominada generación del “Baby boom”. Nacidos en los años cincuenta, sesenta y un poquito más, la llamada época del desarrollismo de Franco, aquella España del Seat seiscientos y scooters a gogó. Fuimos a la escuela con guardapolvo y un tintero en el pupitre, el mapa en la pared y la pizarra sobre una tarima. Lápiz, goma de borrar y plumilla que mojabas en aquel tintero de cerámica, que cada día rellenaba el encargado de turno. Tablas de carrerilla, las preposiciones cantadas en retahíla, mares y sus ríos con los afluentes, lagos, cabos, golfos, penínsulas…naciones con sus capitales, ciudades del orbe, y catecismo, mucho catecismo y doctrina. Los sumisos calladitos, a los rebeldes cachetazos a mansalva, y la regla sobre los dedos de la mano. El ordeno y mano de la época. En el patio juegos a lo bruto, unos sobre otros; los partidos de futbol, todos contra todos detrás de un balón de cuero descosido.
En casa disfrute de padres autoritarios con la correa y alpargata fáciles. En la calle más de lo mismo, cualquier vecino te ponía firmes con tirón de orejas o peor, aquella sentencia maligna de: ¡Malcriado, se lo diré a tus padres! Correteando por huertas, saltando bancales, bañándose en las pozas de los ríos llenas de avispas, abejorros, culebras de agua y algún que otro asustadizo barbo. Pozas que cubrían de lo lindo y o saltabas de cabeza o eras un cobarde para la peña. Jugar a la guerra con arcos de granado y flechas de caña con punta de alambre. Subir a los almeces a coger sus frutos, algunos colgados de precipicios en un equilibrio gatuno, trepar a los tejados a buscar nidos de gorriones y declarar la guerra a los de dos calles más arriba, con batallas a pedrada limpia que aquí se denominaba: hacer arca. Cortes, chichones, moratones, antitetánica, y algún cabestrillo…
Y sobrevivimos, y por si esto fuera poco de más mayores, y a falta de polideportivos y otras modernidades a jugar a futbol en las eras de las fábricas con cuidado de no perder el balón en los barrancos próximos y ojo con las patadas en las espinillas. A los catorce a la fábrica de azulejos, ¿Instituto, universidad? ¿Qué es eso? Eso es para los pudientes que pueden permitirse la estancia en la capital del reino, o los escasísimos empollones que apadrinaba algún profesor con mentalidad de mecenazgo. ¡Ah, la fábrica! A pasar novatadas y gamberradas de una pléyade de orcos sedientos de carne fresca. Trabajar duro un montón de horas y aguantar los gritos e insultos del encargado cada vez que se le torcía el morro, y todo para acabar reventado y llevar un jornal a casa. Jornal por cierto, que se quedaban tus padres. Ordeno y mando total. Pero la juventud lo aguanta todo, aún quedaba tiempo para el festeo con la novia por las esquinas de los lindes del pueblo, rompiendo bombillas para mayor intimidad callejera. Escarceos amorosos como preparativos del baile del sábado o el cine del domingo, en un rincón del gallinero para seguir con las manitas. Salidas a los pueblos vecinos para gozar de las fiestas y los toros, con ciclomotores trucados como vehículo a mano que a más de uno le llevaban al hospital o al cementerio.
Y sobrevivimos. Después llegó la mili, tocaba hacer el servicio patrio pero primero la fiesta de los quintos, amedrentando con gamberradas a medio pueblo, y emborrachando al otro medio con la dispensa de licores a gogó y comilonas pantagruélicas. Era el despelote de lo que habría de venir después, pues ya en la mili, más caña de ordeno y mando que esa sí que iba en serio. Aquellos sargentos chusqueros con voz de oso que acojonaban al más chulito del pueblo. ¡¡¡¡Fiiiiirrrrmmmmmeeeessss…..Arrr! Acojonaditos todo quisqui. Instrucción, marcialidad, armamentos de verdad, desfiles, maniobras, pases “per nocta” y también….limpieza de letrinas, cocina, baldeos y un montón de cosas mundanas. Salidas de permisos cortos con viajes largos a toda velocidad por carreteras infames para ver a la moza festejadora. Y sobrevivimos.
Y después de este periplo iniciático, hechos unos hombres ya cuajados, vuelta al trabajo y la mayoría al casorio. Pero al casorio, casorio como Dios manda, con petición de mano y pase de revista de toda la familia de la futura parienta, igualito que para salir de permiso del cuartel, bien mudado, allí cuadrado con más acojone que un novato en la marcha del Sahara. Que eso también lo vivimos, porque nacimos en la dictadura del general Franco teniendo que escuchar a nuestros abuelos que cuando se muriera el generalísimo, volvería otra guerra. Esa teoría se acrecentaba a medida que la prolongada ancianidad acababa con su vida. Y un 20 de noviembre España se llenó de luto, mientras algunos, muy poquitos, dicen que descorchaban champán. A eso también sobrevivimos.
Luego llegó la Democracia, con su libertad y sus libertinajes. Las calles se llenaron de movidas y de drogas que acabaron con una legión de jóvenes idealistas sin freno ni contención. Hubo unos años de bonanza económica y de ilusión por el futuro, a nuestra generación nos pilló más o menos estabilizados y criando hijos. Todo evolucionó rápido, muy rápido, demasiado rápido, de la noche a la mañana aparecieron Autopistas, Institutos, Polideportivos, Bibliotecas, campos de futbol, discotecas y libertades que ni soñábamos en cuestión sexual. Como siempre, llegábamos tarde se nos había pasado el arroz, aunque podías reengancharte a algunas de estas modernidades, pero cuando el tren ha pasado ya no puedes correr tras él. Ahora el ordeno y mando no era tan explícito, pero seguía existiendo de otra forma más sutil, como más disimulada pero igual de efectivo. Había entrado en el juego el arte de la política al que algunos se sumaron y les fue bien. A otros no tanto. Y sobrevivimos.
En la era de las tecnologías modernas de ahora mismo somos unos cromañones. Adaptados con lo elemental y quizás un poco más, pero algunos ni siquiera eso. Nos tocó criar hijos, respetar y cuidar a los padres y me da a mí, que a nosotros nadie nos van a hacer ni puñetero caso. Un futuro incierto y complejo se abre sobre el horizonte en la actualidad. Esta generación mentada, se va quedando atrás en muchas cosas, pero seguro que con todo el bagaje acumulado, de ésta también salimos. Con menos vigor y más canas, con achaques también sí, pero haber sobrevivido a los últimos cincuenta años en que al mundo no lo conoce ni la madre que lo parió, nos hace por derecho, duros supervivientes. Y que dure.