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Por Vicent Albaro
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Al rescate de mi viejo Belén

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    Al rescate de mi viejo Belén- (foto 1)
    Al rescate de mi viejo Belén- (foto 2)

    Pleno puente de la Constitución y de la Purísima, turismo rural, de ciudad, de viajes, de gastronomía, de museos y de no sé cuantas cosas más. En la liturgia católica ha comenzado el Adviento, tiempo de retrospección e intimismo, de recogimiento cara a la Navidad. Tradicionalmente es la hora de comenzar a montar el Belén, con el misterio del Nacimiento como eje central de todo el proceso. No voy a entrar en más detalles del tema, que eso es cuestión de los curas y catequistas parroquiales. Me ciño al montaje del Belén como monumento costumbrista de la cultura católica, frente al árbol con regalos más de origen anglosajón, y por ello de la cultura luterana. Dos mundos en guerra de religión durante muchos siglos, y aún hoy en la aparente normalidad, se percibe una sutil competencia por apartar los símbolos católicos, en pro de los más consumistas y alejados a la tradición. La proporción de arbolitos, papanoeles y toda la marabunta de iconos vegetales y personajes de ficción para reflejar la navidad comercial, es abrumadora en detrimento del tradicional Pesebre.

    Visto lo visto y cayendo la que cae, para nada agradable a quien tenga ojos para ver, cansado de escuchar majaderías de una parte y de otra, me he centrado en estos días en recuperar mi primer Belén. El de mediados del siglo XX, el de figuritas de barro y alambre que se vendían en las “paraetas” de mi pueblo, presentadas entre paja y vendidas envueltas en papel de estraza. Aquellas figuritas toscas de formas pero coloridas en sus atavíos. El nacimiento, los reyes, los pastores, la lavandera, el rey Herodes y la guardia del castillo…los animales al uso, corderos, asnos, pavos, gallinas, conejos y demás fauna doméstica…los utillajes como el pozo, el puente, las casitas, el pajar, etc. todo esto y poco más, huyendo del barroquismo de las figuras casi perfectas que hoy existen en el extenso mercado belenista.

    Volver al comienzo, al Belén sencillo y pobretón, al barro de siempre con el que jugamos varias generaciones de niños por las eras arcilllosas y andurriales del pueblo. Aquellas figuritas primigenias y compradas, a base de ahorros de pagas y regalos familiares, se las llevó el tiempo en años de travesuras, humedades y roturas inmisericordes.  Así que toca comenzar de nuevo, hay que acudir al rescate. Y el rescate está siendo de lo más deprimente, porque de toda la parafernalia del mundo del Belén actual, aquellas figuritas ya no existen. Las hay de todos los modelos y tamaños, de barro, de pasta, de plástico, enteladas, resina, marmolina y yo que me sé…pero aquellas de la infancia de los sesenta, mal pintadas y coloristas, esas…no volverán.

    Así que echo mano de Interné y me dispongo a buscarlas desaforadamente en ese mercado persa de las redes, y… ¡Oh! ¡Sorpresa…! Esas figuritas que costaban tres pesetas entonces, ahora resulta que son piezas de coleccionista y cuestan un riñón, a veinte euros la pieza más barata, oséase a 3327,72 pesetas la unidad. De 3 a 3mil y pico, y desgastada, con defecto, mutiladas, desconchadas y otras tropelías de mal uso. Ahora, cincuenta años después, me entero que aquellas figuritas de barro pintadas a mano, salían de talleres de Murcia y Cataluña y que sus creadores, son hoy en día, unos artistas venerados y afamados: Roses, Castells, Ortigas, Daniel, Serrano, etc. Y nosotros sin saberlo. Figuritas de terracota y plomo, decoradas a mano en nuestro Belén de entonces, elaboradas por afamados artistas, y los chiquillos de la época jugando con ellas como con los indios de plástico, y así terminaron…en la basura.

    Empiezo a vislumbrar que mi rescate va a ser duro, muy duro. Me pongo en contacto con algún viejo conocido que todavía monta el Belén, y su sorpresa es mayúscula, pues ese tipo de figuritas está caducado. Existen hoy día en el mercado verdaderas obras de arte, y si buscas, puedes encontrarlas a muy buen precio. Incluso se alegra de mi retorno al mundillo belenero, en tiempos fui co-impulsor del concurso local estando en la junta de AA.AA. de la Salle. Pero mi amigo no me comprende, y no haré nada por hacerme entender. Yo busco aquellas o similares, las romas y desbarbadas, las de ojos negros saltones y peana altanera. Aquellas que me hicieron soñar y vivir momentos felices en una España gris y enjuta, pero tremendamente familiar y solidaria.  Estas no me sirven, no me evocan nada por muy magníficas que sean. Y las otras, de haberlas van a subir un capital que no puedo permitirme. Así que lo tengo chungo para montar mi Belén de la infancia.

    Y es que los de mi generación, o llegamos tarde o no llegamos. Chiquillos tempranos para el trabajo, lejanos y achacosos prestos para una jubilación indigna. Tarde para la libertad, tarde para la tecnología, tarde para el respeto que dimos y no nos dan, y demasiado tarde para entender el por qué, todo lo que nos enseñaron entonces, hoy no sirve para nada. Al contrario, te deja desarmado y fuera de juego ante tanta banalidad y esperpento. Rediez con el dichoso Belén de la infancia, el de barro y plomo, de musgos recién cortados y río de papel de plata, el de las casitas de corcho, y el bosque de romero, caminos de serrín y piedrecitas de cantos…el de los Reyes que no llegan nunca al portal, para tener regalos. Aquel universo de buenos y malos, como nos enseñaron en la escuela de pizarra y mapas, con la fotos de los mandamases y el crucifijo.

    En el portal hay bondad, un Niño-Dios radiante de vida, recién nacido. Los pastores le adoran y los lugareños le traen regalos. Hay huertas, ríos y montañas con sus leñadores y lavanderas. Pero hay un rincón oscuro y sobrecogedor, con celofán rojo, allí está el mal en forma de rey que mata a los niños, un tal Herodes. Un “saginero” antiguo que degüella inocentes para defender su trono, prebendas y poderío. Una lección de vida en apenas metro y medio cuadrado, abigarrado con figuritas de terracota y plomo, toscas, antiguas, evocadoras, soñadas, añoradas a las que ya no podré acceder por razones obvias, y que mucho lo siento.

    Puede que ya chochee a estas alturas del partido. Puede que mis nietos no vean jamás estas figuras que nos quitaban el sueño, esas que llenaron nuestra infancia de esperanzas y ensueños. Todo se ha conjurado para que nada de aquello, sea hoy útil y aleccionador, ante un mundo tan oscuro y necio, que ha amamantado a otros Herodes y sus sicarios, para que sigan llenando los belenes actuales de odio y muerte. Y lo que más me preocupa ya no son las figuritas al rescate, -ojalá algún día las encuentre- sino que haya tanta gente, que ciega ante lo evidente, no quiera verlo. Y con todo, desempolvaré el hilo sonoro de los villancicos y crearé el ambiente propicio, para que en ese minúsculo espacio de mi Belén personal, el Bien se imponga al papel rojo amenazante de la colina de corcho, que parpadea por las ventanas del castillo de Herodes. Porque siempre habrá uno de estos cerca, agazapado o a vistas y sonriente, con la daga escondida bajo el sayal bordado en oro. Lo bueno será estar atento y alerta para que el golpe no te de, o sea lo menos doloroso. ¡Qué hermoso fue el dulce Belén de la infancia, en aquellos años de candidez e inocencia! 

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