Rafael Ribera y la huerta
Esta mañana luminosa de agosto, la huerta ha amanecido con un aire de soledad. Un prematuro otoño causado por la sequía, ha dorado las hojas de los árboles que con la neblina del río, se han conjugado para darnos un mensaje de melancólica tristeza. Rafael Ribera Gasch, el tío Rafael ha muerto a los 88 años, su yerno nos ha dado la noticia, la mala noticia. Pues aunque su prolongada edad y estado físico vaticinaban lo peor, el desenlace no deja de ser una desgracia, una pérdida doliente para los familiares y un trago amargo para quienes le conocimos en vida. Nos acostumbramos a verle, en su rutinaria actividad de trasiego humano de la huerta a su casa, con el viejo Land Rover matrícula de Teruel, siempre en su sitio, siempre a atento y siempre vigilante. Hasta ayer.
A mi edad ya debería estar acostumbrado a estas pérdidas, suceden a diario y las más de las veces, te tocan tan de cerca que escuchas el chasquido de la caída de estos árboles vitales, que hacen clarear el bosque. Pero Rafael es un caso aparte. Nadie escribiría un obituario magnífico ensalzando los logros sociales de prohombre significativo, por la sencilla razón de su misma sencillez humana. Es del tipo de hombres que pasan sin hacer ruido, y se mueren como quien lanza un suspiro al aire o una lágrima en el mar. Podría ser uno del montón, como casi todos, y el lector estará preguntándose si es así, a qué este relato. Pues porque las apariencias engañan y los hombres que, a según qué ojos, son invisibles; para otros no lo son. Y éste es el caso.
El tío Rafael Ribera fue por muchos años el presidente y jurado de aguas de las históricas granjas de Pallaresos y Fuente Nueva o Mosquerí. Había reunido bajo su mandato que es un servicio comunitario, a más de 150 propietarios y arrendatarios de las huertas que solean en estas partidas del término, y que se riegan históricamente de los manantiales, fuentes y pequeños azudes de los márgenes del río, bajo la supervisión y beneplácito de la Confederación Hidrográfica del Júcar. Siempre soportando litigios con las administraciones de las aguas, municipales y de cualquier signo, que han intentado abusar de sus derechos históricos de riego, que se remontan por lo menos a los siglos de la dominación árabe.
Cuando entré en el grupo de hortelanos y me dio la vieja escritura de 1770 con sellos notariales con el rostro de la reina de España Isabel II, enseguida percibí que aquello no eran solo unos bancales vera al río, para sembrar alfalfa para mis mulos de la Recua, o tomates para las ensaladas de verano y patatas tempraneras. Así que buceé en la pequeña historia de estos rincones laboriosamente cuidados, que aún hoy sobreviven de milagro al envite de la modernidad y de la estupidez humana.
Por estas granjas ha pasado la flor y nata de las familias de mi pueblo. Obviaré nombres aunque me va a costar. Aquí, en estas modestas parcelas, se cultivaba todo lo necesario para alimentarse las familias. Y salvo años cruentos de sequía, las aguas fluyen con graciosa agilidad por las pequeñas acequias a las balsas de riego que las retienen y de donde se nutren. Mientras en otros términos, la sequía laminaba las cosechas, en estos oasis se mantenía el verdor vital. Mientras otras granjas se abandonaban, éstas seguían vivas.
Pero llegó un tiempo, en que el brillo de los azulejos cegó a propios y extraños, y estas pequeñas parcelas se fueron abandonando en las décadas de los años sesenta y setenta del pasado siglo. Años cruciales del traspaso del campo a la industria, de la finca a la fábrica, abandonando las tierras y heredades de los viejos, por sueldos jugosos y seguros, y casi siempre puntuales.
Rafael llegó con su familia de Puertomingalbo, su villa natal en la vecina provincia de Teruel, atraído como muchos otros por los jornales del azulejo. Hombre de campo, pastor y conocedor de varios oficios no tuvo ningún problema en asumir eficientemente el nuevo trabajo en la fábrica de azulejos. Y como él, otros muchos. Pero la llamada de la tierra era muy fuerte, y pensó en hacerse con un pedazo de tierra de labor. Y como en otros pueblos vecinos, compaginó magistralmente su sueldo en la azulejera, con los productos agrícolas que le proporcionaba su flamante huerta y gallinero doméstico. Hasta hace cuatro días como quien dice, que ya flaqueaban sus fuerzas, y era la hija Adela su chófer huertano.
Alguno podrá pensar que es una vida anodina, una más y no le quito razón. Pero si supiera lo que es lidiar la guerra del agua, cuando las cosechas peligran por su falta, y tener que enfrentarse a los enardecidos comuneros, imponer orden y justicia, la cosa cambia. Su cargo de presidente, según los viejos estatutos elaborados en Valencia, y muy similares a los del Tribunal de las Aguas de la capital del reino, le habilitan como Jurado de Aguas, que es quien con la junta directiva, imparte justicia en estos casos y otros parejos. Aparte de recoger contribuciones, mantener las instalaciones de balsas, acequias, azudes, taludes, portones, desperfectos de riadas, guardería rural, etc…Todo esto de forma altruista y por el bien de los comuneros. ¿Quién da más? Pues bien todo esto lo ejercía con sabia maestría Rafael Ribera Gasch, un hombre de pueblo y sencillo, con una sabiduría empírica apabullante que ha logrado por muchos años, auxiliado por su junta directiva, mantener dos comunidades agrícolas vivas y prósperas, con todas sus instalaciones comunitarias en perfecto estado, que son hoy, un vivo ejemplo casi arqueológico, de la vida de nuestros ancestros desde hace siglos.
Me podrán hablar de ecología, ésta sí lo es y a lo grande. De las parcelas repletas de frutos, se sirven un montón de especies que desde la lombriz o los grillos, hasta las currucas, jilgueros, gorriones, oropéndolas y mirlos, pululan por estos bancales como uno cuando va con el carrito al supermercado. Anteayer recogí la camisa de una enorme culebra bastarda. Esto son oasis de vida en mayúsculas, creados y cuidados por hombres como el tío Rafael, en quien los personifico a todos, los de acá y otros lares camperos del término municipal, y allende, y quienes continuamos querríamos estar a su altura humana. Por eso la muerte de Rafael Ribera Gasch, a sus ochenta y ocho años, siendo una más, no lo es. Por lo narrado de su labor, y miles de cosas que no caben en este modesto escrito de recuerdo y reconocimiento a su figura. Por eso esta mañana de finales de agosto, la huerta estaba triste y olía a despedida, las golondrinas en los cables del teléfono junto a la fuente, miraban a su parcela. Antes de su viaje a Africa, había que rendirle un último homenaje al hombre que regando sus tierras, les procuraba el fango para sus nidos. Barro tierno para el renacer de la nueva vida.
Adiós al tío Rafael, de Alcora o de Puertomingalbo, tanto da. Desde el cielo todo para en el mismo sitio, un puntito pequeñito allá abajo, eso sí, verde y cuidado como debe ser y han sido desde siempre: Las Granjas de Pallaresos y Fuente Nueva o Mosquerí. Y el agua seguirá fluyendo por las acequias que desde tiempo inmemorial, y en su licuado cantar, nos vendrá recordando, los nombres de los que nos antecedieron en este lugar privilegiado del mundo, que aún se resiste a morir de abandono y dejadez.