Noche de paz
La Nochebuena es noche de paz, hasta en las cruentas guerras mundiales en esa noche, había zonas en primera línea de fuego, donde se establecían treguas para celebrar la Navidad. La cultura cristiana tiene esas fechas sagradas donde parece que el duro corazón humano, se enternece y logra que en el aire flote un espíritu de hermandad y solidaridad que aplaca al más irredento.
En mi pueblo en la Nochebuena, se celebra un acto de extraordinaria riqueza cultural y costumbrista. Una joya, no precisamente valorada. Tras la misa del gallo en esa fría madrugada, se cantan unas coplas a la Virgen que se denomina:”l’Albà”. Un cantor arropado por un coro de voces acompasadas va narrando un bello y medido poema de alabanza a la virgen María. El grupo está compuesto además por variados instrumentos de cuerda, viento y percusión. La entrada y entonación de este singular cantar, enerva los corazones de quienes sienten que en esas notas, en esas voces, se plasma la esencia misma de todo un pueblo.
Un pueblo que antes de ser un enorme conglomerado industrial, era esencialmente artesano, agrícola, ganadero y alfarero. Un humilde pueblo de montaña de afán trabajador, un pueblo rudo y andariego que tras largas y pesadas jornadas laborales, encontraba un tiempo para manifestar su arte y ternura en forma de música y canto. Era tiempo de sosiego, de lumbre en el hogar con los fríos y escarchas azotando umbrías y huertos. Es esa época en que los campos están durmientes, las cosechas en los cobertizos y el acopio de leña, está ardiendo en las chimeneas de aquellas casas rancias y abigarradas del casco viejo, el único existente y vital antes de que la modernidad, desplazara los habitáculos a los modernos arrabales que hoy conocemos.
Para interpretar L’Albà se juntaban los músicos lugareños, con más voluntad que oficio ya que la mayoría eran analfabetos en cuestiones letradas, aunque maestros en su oficio particular. La mayoría actuaban en improvisadas rondallas y bureos, interpretando aquellas seguidillas, jotas y fandangos que tanta gloria y disfrute ofrecían a los paisanos, sin otras distracciones a mano que el trabajo diario de sol a sol. Las rondallas impregnaban de notas rítmicas y amables aquellas callejuelas empinadas y destartaladas, con poca luminosidad nocturna y propicias para las picardías juveniles, pues “les Albaes” también se cantaban y dedicaban a otros personajes más o menos singulares de la villa. Para rizar el rizo, los grupos de baile con sus trajes y aderezos típicos junto a las rondallas, ofrecían un cuadro digno del mejor pintor clásico, siendo portadores del sentir y forma de ser de las gentes de aquellos tiempos.
En esas jornadas pre navideñas, los hogares se llenaban de perfumes aromáticos de dulces elaborados artesanalmente por las familias y que después de su confección, se llevaban a los hornos para su cocción y degustación en esas jornadas de todo el ciclo navideño. Almendrados, magdalenas, rollitos de anís, brazos de gitano, coca fullà, coca de moda, coca celestial, empanadillas de cabello de angel, de boniato, etc…todo un sinfín de manjares exquisitos cuya elaboración se había heredado de abuelas a madres, y de madres a hijas.
En l’Albà se valoraba mucho la potencia de voz del cantador, por supuesto la entonación, además debía de aguantar la voz durante el tiempo que el extenso poema perduraba sin desfallecer, ya que debían de escucharlo todos los concurrentes que se agolpaban en la plaza de la iglesia, pues se interpretaba en la calle sobre un catafalco, y si entonaba por alto como dicen los entendidos, el agotamiento de las cuerdas vocales suponía un alto riesgo. Los músicos eran virtuosos del oficio tras su diario oficio, no eran profesionales del ramo sino labriegos, artesanos, pastores, etc… de ahí que el conjunto, lejos de cualquier finura concertista, representaba el recio carácter de gentes avezadas a los más duros aconteceres. Y ahí radicaba su encanto, de cómo en aquellas manos encallecidas de destripar terrones de tierra, de podar algarrobos, de alzar cántaros al torno, de forjar arados, de injertar viñas o levantar paredes de piedra seca, podían esculpir tan bellas melodías y lanzarlas al viento.
Hoy en día la tradición sigue y tiene un enorme mérito. Pero todo ha cambiado, los músicos están más preparados casi todos han estudiado solfeo, o han pasado por conservatorios. Los cantores del coro son de los más variados oficios muy lejanos a sus antecesores. El cantador solista, unos años te recuerda a aquellos recios tipos duros de antaño, a los que tras el mulo te estremecían con el emblemático y casi perdido cántico del “Batre”. Otros años se les disipa la voz suave, y casi trémula ante el enorme desafío que su interpretación a pecho descubierto representa.
Así que siempre cuentas con la sorpresa de quien será el valiente, que se pone a desgranar el Trobo, las Estrofas y Despedidas delante del altar, mientras suenan las melódicas notas que al que lleva la tierra en sus venas, le engarza con sus ancestros y le tiembla el cuerpo al pensar que otros como él, pasaron per ese mismo lugar, a la misma hora desde hace siglos.
Que l’Albà suene siempre y bien “per in saecula saeculorum”. Amén.