Las memorias perdidas del campo alcorino
El tiempo pasa inexorable y en su lento transcurrir, perdemos muchas cosas por el camino. Los que ya tenemos una edad, hemos visto muchas movidas pues en los últimos cincuenta años, nuestro mundo ha cambiado extraordinariamente. En la vida personal y por ende en la vida social, que en algunos aspectos resulta casi irreconocible. En nuestro pueblo que ya no lo es, ni ciudad tampoco, los cambios han sido tan brutales que nuestros puntos de referencia vitales y sentimentales cuesta encontrarlos, como no sea en el oscuro desván de la memoria. Imagino que a otras generaciones les pasará lo mismo, pues aunque las calles sean las mismas, los locales que forjaron nuestra personalidad, donde convivimos, hicimos amistades, incluso forjamos planes de futuro, o están transformados o no existen. A nuestra generación se añade a la pérdida de estos locales señeros como inmuebles, tiendas, bares, locales de ocio, etc., los cambios estructurales por modificación de fisonomía de casalicios siempre a lo alto, la destrucción de otros emblemáticos, y la ampliación de edificación en terrenos carismáticos como huertas, algarrobales, morerales, eras, pallozas, etc…
Si el núcleo urbano abigarrado y apretujado resulta irreconocible, nuestro entorno natural no escapa a esta observación. Los perfiles montañosos siguen igual en los cuatro puntos cardinales, pero los campos de las partidas del término, como parcelas vivas domadas y cultivadas por el hombre desde tiempos remotos, están en su mayoría impracticables. El anárquico pinar como polvorín combustible de incendios cíclicos, lo ha engullido todo. Ha aniquilado soberbias fincas con graderíos abancalados de piedra seca, donde secularmente vivían: algarrobos, olivos, higueras, almendros, serbales y otras especies montaraces, que con sus frutos, permitían al hombre sobrevivir a la miseria y el hambre. Además del abandono rural de décadas se suma una sequía horrible que está matando a árboles de los denominados duros, así que el paso a la desertificación se acelera de forma dramática. Si hace cuatro décadas podías permitirte saborear del campo cuatro higos, frutillas y alguna almendra para matar el gusanillo estomacal, hoy es imposible. Si hace un lustro te apetecía recoger el fruto de las chumberas, y saborear sus higos sorteando sus diminutos pinchos, hoy también es una quimera pues la plaga de la cochinilla las está matando todas. Los manantiales secos desde hace tiempo, pues la falta de lluvias que harten y sazonen la tierra hace años que no se producen. Las fuentes perdidas entre la maleza. El embalse bajo mínimos con restricciones de riego severas, las escorrentías que alimentaban las pequeñas acequias de las granjas también están hirsutas imposibilitando la actividad agraria.
Y la mayoría de la gente vive ajena a estos fenómenos como si no les incumbiera lo que pase a su alrededor, está convencida que no va con ellos que son cosas de cuatro jubilados toca pelotas en las huertas, y que la alimentación está garantizada de por vida. Ese desprecio al sector primario en general puede pasar una factura muy cara, pues si se diera el caso de un desabastecimiento en los supermercados por cualquier causa (hoy está el tema internacional para pocas bromas), en nuestro entorno las pasaríamos canutas. Las ubérrimas huertas de nuestros abuelos, o albergan bloques de pisos, edificios municipales, talleres, viviendas, parques, o naves industriales llenas de chatarra. Las infraestructuras de regadío obsoletas e impracticables por una nefasta gestión de los responsables del Sindicato de Riegos, que han primado a la industria en vez de la causa agrícola para la que se creó. Así que pintan bastos. Porque el secano es un erial como ya se ha dicho con anterioridad, y si el suministro ha de venir de extracción de pozos, convendrá saber a qué precio se pondría la electricidad para sacar costes que posibiliten esa función.
La vieja Europa está más raquítica que nunca. Sin industria pues ha sucumbido a lo fácil que es importar de China todos los componentes que se fabricaban aquí. Casi sin agricultura porque la está masacrando en pro de terceros países que desembarcan productos de todo tipo sin controles, pues esas frutas y verduras están tratadas con fitosanitarios prohibidos hace años por la Unión Europea y que resultan cancerígenos. Uno ya no sabe si esto es un suicidio colectivo o nos hemos vuelto todos majaras, o alguien que decide estas cosas, está llenando su saca en un banco suizo a costa de los contribuyentes. Esas políticas internacionales de globalización hace tiempo que dejaron de ser racionales, pero sí perjudiciales para los agricultores europeos, en especial a los españoles y en particular a los valencianos. Por esos magnos andurriales puedes perderte, pero en nuestro pequeño entorno doméstico, no. Porque está a la vista.
Los cambios generacionales no reemplazan las bajas producidas por jubilación o muerte. Y no tan solo en la agricultura, sino en cualquier oficio artesanal al uso desde carpintero, tendero a panadero, etc. Un buen amigo me comenta que la gente joven no quiere trabajar más que de funcionario o teletrabajo, o sea horario flexible para el ocio, ir a tomas cañas, al gim, al runing, la muntanbaic, etc. Si esto es así, nuestro pueblo entrará en coma pronto, porque si algo ha identificado a los alcorinos ha sido su ímpetu laboral, carácter emprendedor y espíritu de lucha y superación. Al menos así ha sido en el último medio siglo o más, pero visto lo visto la memoria se pierde con suma facilidad, no ya la del campo, sino la de la industria, la de los oficios y si me apuras, la de las tradiciones más genuinas que ya no son ni sombra de lo que nos legaron los antepasados.
Uno que ya está viejo y achacoso para espolear su enjuto caballo de batalla, y que las quijotadas le han vapuleado de lo lindo, querría reiniciar una cruzada para devolver al sentir general, ese espíritu indómito que narran las crónicas de nuestra historia. Pero camino de los setenta tacos, querer ya no es poder, ni siquiera al ver a los nietos crecer y pensar, qué será de ellos en esta sociedad cambiante e irreconocible. Y lo que sí tengo claro que no será lo que fue. El tren nunca llegó al pueblo a principios del siglo XX, se quedó en los pueblos naranjeros de la Plana, y hoy estamos sin tren y casi sin azulejos que se están marchando a esos pueblos naranjeros que ya nos plantaron como en la película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall. ¿Queda alguna mente sensata capaz de reconducir esta decadente historia? Que diga, presente.