La magia de los Reyes Magos lasalianos
Corría el “Anno Domini” de mil novecientos setenta y nueve cuando en un colegio de la localidad denominado de los Hermanos de la Salle, confluyeron dos juntas, la de padres y la de antiguos alumnos con un sello especial, casi mágico: El amor al colegio y a sus alumnos, y por ende la colaboración fraternal entre juntas. Esto es, sin recelos ni discordias, sin falsos protagonismos ególatras. El referido colegio, ya llevaba décadas ejerciendo una labor educativa, deportiva y cultural magnífica, eran sin duda otros tiempos más espartanos y rudos, con menos medios de todo tipo, pero rebosantes de ilusión y ganas de vivir. Sí, he dicho ganas de vivir y de avanzar en prosperidad.
Todo lo referido, era posible gracias a un elenco de profesores y hermanos, bajo la dirección de una persona a la que siempre quise y respeté, al igual que otros muchos: el hermano Gregorio Juste. Desconozco si éste, era su nombre de pila, ya que en aquellos días se cambiaban la filiación al tomar los hábitos, pero así era muy conocido, y siempre recordado. Los años han pasado con vértigo y tampoco sé, si Dios le ha conservado en vida o goza del más allá. Lo cierto es que en esos años, en el colegio se produjo una actividad inusual y febril por lo numerosa, constante y eficaz, aunque siempre hubiera estado presente la Institución, en el candelero cultural local.
La Junta de Padres estaba presidida por Carlos Garcés, y la de antiguos alumnos por José Albalate. Muchos nombres de buen y grato recuerdo han pasado por estos lares, y a fuerza de dejarme a alguno no voy a mencionarlos esta vez, aunque prometo redundar en otro trabajo más exhaustivo porque sencillamente, se lo merecen. Y se lo merecen por su ingente labor, y además por su gratuidad en el empeño. Hoy en día, hay que medir muy cautelosamente los méritos de quienes ejercen actividades, que sin restarles ni un ápice de su valor, si al final existe cuenta de resultados, sencillamente no es lo mismo. Alguien quizás no lo acabe de entender, los que conocieron esos años de trabajar como energúmenos con gratuidad, es decir, por amor al arte, que fueron muchos y en muchos ámbitos, saben a lo que me refiero.
De las muchas actividades extraescolares que se iniciaron en esos años caben destacar, el club juvenil, diversos clubs deportivos federados, una biblioteca interna, la puesta en marcha del Cine Astoria (cerrado en aquellas fechas) y por Navidad, el concurso de belenes y la cabalgata de los Reyes Magos; el concurso, fue de nueva creación y la cabalgata, extinguida hacía pocos años. Aquella frenética actividad era posible por el impetuoso arrimo de las dos juntas, el claustro de profesores y un motivado alumnado dispuesto a todas las aventuras posibles.
Referiré el detalle de la Cabalgata de Reyes por las fechas que nos ocupan. Hubo que empezar de cero, alquilando los trajes de la comitiva y todo el “atrezzo” por disponer lo indispensable y que la magia para a los niños funcionara. Buscar los pajes, soldados romanos, coches y caballerías, vehículos para transportar los juguetes y el carbón, el portal de Belén con el nacimiento, la estrella guía, los pastorcillos, la paja, las algarrobas y todo lo necesario para dar realismo al acto, al que ayudaron mucho las antorchas de brea confeccionadas por un afamado “embolador” que imprimían a su paso, de ese olor tan sugerente a toda la población.
La comitiva salía como no del colegio, y recorría el centro del pueblo, haciendo la adoración primero en la parroquia, y más tarde en la plaza de España. Repartían caramelos con moderación, y confeti, mucho confeti. Pero lo importante por encima de todo era la ilusión creada a toda la chiquillería, la esperanza de los regalos escritos en una carta que los pajes habían recogido días atrás en las escalinatas del colegio. Ver como rey mago de cerca, los ojos abiertos de los niños, sus caras de asombro y hasta sus lloros es una experiencia que no se olvida jamás. La cabalgata volvía al final al colegio, y todo desaparecía como por encanto hasta el año próximo. Así fue durante muchos lustros, la Salle era el alma de la Cabalgata de Reyes, el Concurso de Belenes y el cine Astoria con películas navideñas por estas fechas. Colaboraban el ayuntamiento en la logística, la Banda de Música cuando fue recuperada, años después y la siempre atenta y omnipresente Caja Rural san José.
Los tiempos cambian y hoy en día cuando admiro la cabalgata, solo reconozco de aquellos días las antorchas y algunos trajes, por supuesto los pajes y el cartero real en la misma escalinata del colegio. El resto ha cambiado mucho, como el mismo pueblo, todo es más ostentoso y llamativo, más armónico y profesional, la organiza el ayuntamiento y colaboran muchas entidades locales, la Salle es una más, aunque las caras de los críos siguen siendo las mismas que hace cuarenta y tantos años. Y eso es lo milagroso e importante.
Porque en un mundo desalmado y desnortado, crear ilusión y esperanza es fundamental para el convivir diario. La vida ya da suficientes palos como para obviar un rato de exquisita fantasía, que se materializará o no, la noche de Reyes. Todavía hay quien pone paja y algarrobas en el balcón de casa, y una copita de anís para endulzar el frío nocturno de estas fechas. Todavía hay quien cree en los Reyes y les pide cosas, quizás como adultos, las peticiones no sean tanto materiales o sí, o de otro género intangible y quizás imposible, sea cual sea, por pedir que no quede.
Uno, que está reviviendo estas jornadas con el fragor de los nietos inquietos e ilusionados, no puede olvidar aquellos años en que un buen grupo de personas se lanzó a la aventura de engrandecer las fiestas navideñas. En nuestro país la memoria es corta y desagradecida. Pero de vez en cuando, aunque solo sea de vez en cuando, conviene recordar historias y personajes que merecen ser recordados, y no por nostalgia de otros tiempos, que también, sino por justicia del trabajo bien hecho y nunca bien pagado. Que los Reyes sean generosos con aquellos que no han perdido ni la fe, ni la ilusión en la raza humana, capaz de lo mejor y también, de lo peor. Desde la esperanza, siempre.