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Por Manuel Guisande
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Los franceses, la comida y el sexo

    El próximo día 4 de septiembre voy a Francia a una boda que, por lo que ya me previnieron dura dos días; es decir, que comes-bailas-duermes, comes-bailas-duermes, y supongo que después, al final, duermes de todo lo que comes-bailas, porque si no es así…

    Desconozco como son las celebraciones de las bodas en el país vecino, pero lo que sí sé es cómo son las comidas: inaguantables, desesperantes, y siguiendo un ceremonial que hay que seguir paso a paso. Cuando te invitan a una comida, en plan bien, en una casa, lo primero que te ofrecerán los anfitriones antes de sentarte a la mesa será un aperitivo a base de cacahuetes, galletitas, pistachos y otros frutos propios de las gallináceas mientras te tomas una copilla, más o menos dulce, de sabor indescriptible pero agradable.

    Después, pasados unos quince o veinte minutos, te sentarás a la mesa, habrá dos primeros platos y, de repente, como si fuera un paréntesis en la vida gastronómica, el mundo se para, se detiene, y llega la pasión de los franceses: los quesos.

    Entonces, en la mesa colocarán unas impresionantes fuentes y con una cursilería de narices, con unos suaves movimientos que más que un comensal pareces un cirujano cardiovascular, con un tenedorcillo irás cogiendo de los diferentes tipos mientras hablan y hablan de dónde proceden y de las diferencias entre unos y otros: si uno es más pastoso y si el otro es menos cremoso, si aquél es más fuerte y el otro más suave...

    Luego, después de casi una hora, sí, una hora, porque una comida que se precie dura entre cuatro y cinco, las bandejas desaparecerán y se seguirá con la comida, los postres, el café y copas. Que eres fumador… Pues si en la casa son de la liga antitabaco, aunque los acabes de conocer puedes levantarte (ellos no lo consideran de mala educación), ir a una ventana y fumar un cigarrillo.

    ¿Y de qué hablan los franceses, además de los quesos y de los vinos, que es otra de sus pasiones y de, obviamente, el champagne? Pues no me digas por qué, pero no hay conversación en la que no salga a relucir el sexo, siempre el sexo, y da lo mismo que te invite el ministro de asuntos exteriores que un tornero fresador.

    Los franceses están obsesionados por el sexo y lo peor que puedes hacer en una comida es decir la frase tan típica y española de: «Es que este niño es clavadito al padre». Anda, di eso por listillo y descubrirás que el pequeño no es del «clavadito padre», sino de la «desclavadita madre», que a su vez se divorció del íntimo amigo del «clavadito padre», que todos dicen que es el verdadero padre, pero que tampoco está claro porque, por entonces, se cree que la «desclavadita madre» mantenía una doble relación con otro que sí, que dicen que es el «clavadito padre»: vamos, una melé.

    Y si habrá un mosqueo generalizado entre los franceses, en todo lo que son las relaciones humanas, que cuando a una casa llega la factura telefónica, en ella figuran todos los números adonde se ha llamado excepto los tres últimos dígitos. Dicen ellos que es para preservar la intimidad y que eso ocurre en todos los países; sí hombre sí, en todos, clavadito.

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