Ordenación sacerdotal, en la Catedral, presidida por el Arzobispo
Seis son seminaristas, uno es religioso y el octavo es un diácono permanente que también se ha ordenado presbítero
La Catedral de Valencia ha acogido esta mañana la ordenación de ocho nuevos sacerdotes para la Iglesia en el transcurso de una misa presidida por el Arzobispo de Valencia, monseñor Enrique Benavent.
Así, han recibido la ordenación sacerdotal los seminaristas Ignacio Álvarez y Miquel Amat, procedentes del Colegio Seminario Santo Tomás; Ignacio Benavent, del Seminario Mayor La Inmaculada; y Fernando Fayos, Ignasi Garcia y Juan Vicente Nulius, del Colegio Seminario Corpus Christi «El Patriarca» de Valencia.
Ignacio Álvarez es de la parroquia San Jerónimo de Valencia; Miquel Amat, de la parroquia de Cárcer; Ignacio Benavent, de la parroquia san Juan de la Ribera de Valencia; Fernando Fayos, de la parroquia Preciosísima Sangre de Valencia; Ignasi Garcia, de la parroquia Sant Roc de Alcoi; y Juan Vicente Nulius, de la parroquia San Pedro Apóstol de Paterna.
Junto a ellos se han ordenado también sacerdotes el religioso Cooperador de la Verdad Jesús Escrig y el diácono permanente Francisco España, que pertenece a la parroquia de Benimuslem.
En el día de su ordenación sacerdotal han estado acompañados por sus familiares, amigos, así como por feligreses de sus parroquias de origen y de las parroquias en las que han servido como seminaristas y diáconos.
Testimonios de varios seminaristas
Entre los seminaristas que hoy han recibido la ordenación sacerdotal figura Ignacio Álvarez Nölting, de Valencia, de 37 años y procedente del Seminario Santo Tomás de Villanueva. “En mi caso la llamada surgió después de una vida ya más o menos montada con una profesión”, asegura.
Ignacio trabajaba de psicólogo en un hospital, profesión que le apasiona, pero “Dios siempre va pidiendo más, va enamorando más, y en un momento dado sentí que me pedía que me entregara por completo, sobre todo con las personas que tienen una necesidad de encontrarse otra vez con Él”.
Así que, “esto me animó a preguntarme si no podía ser una vocación a jornada completa. Y entré en el Seminario. Después de siete años, puedo decir que Dios ha colmado todas mis expectativas, que estoy agradecidísimo, que no quita nada, sino que lo da todo y que tengo muchas ganas de saber lo que quiere Dios de mí”, afirma.
"Yo creo que el no sentir tu corazón pleno, a pesar de estar contento en un trabajo, tener un sueldo, amigos, pero sentir que hay algo más, va haciendo tomar el paso definitivo”, asegura. “No había pensado nunca antes ser sacerdote. Pero, justamente, han sido siete años de un proceso de enamoramiento y de que este corazón de verdad se sienta lleno. Eso no significa que no haya combates, que no haya momentos en los que haya pensado que me he equivocado”. Pero, “he decidido que quiero entregar mi vida a Dios con una decisión pensada, reflexionada, madurada con los pros y los contras, con los sufrimientos que puede tener y también con las alegrías que estoy viendo”.
Igualmente, Fernando Fayos Vidal, de 35 años, de Valencia, se ha ordenado sacerdote en la Catedral. Inició su formación en el Seminario La Inmaculada con 28 años, y después continuó en El Patriarca.
“Nací en una familia cristiana y fui muy feliz durante mi infancia. Pero es verdad que, sobre todo a partir de adolescencia, empecé a ver cosas que no me acaban de cuadrar con mi fe y existía un sufrimiento al que yo no podía dar respuesta”, explica.
Fernando estudió Medicina, “una carrera que me resultó apasionante”. Pero “los últimos años en los que ya estaba haciendo las prácticas en el hospital, me topé de frente con el sufrimiento, con la enfermedad, con la vejez, con la muerte”.
Y como seguía sin poder dar respuesta a sus inquietudes, Fernando habló con su padre y con un sacerdote. “A raíz de ahí fue la primera vez en la que yo empecé a sentirme querido tal y como era y fue el primer paso para poder después descubrir a lo que Dios me llamaba”. De hecho, “fue justo antes de empezar la especialidad, cuando hice una peregrinación en la que empecé a intuir esta realidad. Entonces, acabé cediendo al Señor y diciéndole que sí”.
"Eso no quiere decir que a mí no me gustase lo que estaba haciendo. Me encantaba la verdad, y de hecho luego lo he echado mucho de menos, pero poco a poco he ido viendo cómo Dios me llamaba a algo distinto y que realmente era esto lo que llenaba mi corazón”, asegura.
Por su parte, Ignaci García Miralles, que era seminarista del Corpus Christi, El Patriarca de Valencia, de Alcoi, y de 32 años, afirma que su vocación ya comenzó en el ámbito familiar, en el seno de una familia cristiana sencilla, de parroquia.
Ha sido educador Junior, y ha colaborado siempre a nivel parroquial y arciprestal en numerosas iniciativas. Ignasi asegura que la vocación se puede concretar en muchos aspectos o realidades, como la vida matrimonial o la vida consagrada o en el sacerdocio.
De hecho, él pensaba que la vida matrimonial era la vocación a la que Dios le llamaba, y que ese iba a ser su proyecto de vida. Pero estando estudiando en la Facultad de Filología, conforme explica, veía que la educación en un colegio estaba muy bien, pero que quizás a los alumnos “más que cuestiones literarias o lingüísticos tenía que transmitirles el amor de Dios”.
“Vaig veure que a mi el que més m'havia ajudat en esta vida era sentir-me volgut tal com soc. Crec que és el gran deure pendent que té la societat de hui dia, que la gent se senta estimada tal com és, un amor gratuït, en una societat en la qual se'ns diu que l'esforç mai és suficient, sempre hem de superar-nos, la felicitat sempre ve en el següent escaló i mai ens sentim assaciats, sempre insatisfets”, asegura.
Precisamente, “jo on sempre m'he sentit volgut, assaciat i satisfet ha sigut a l'Església, on no m'han exigit res, i on tot ha sigut gratuït. Eixe valor gratuït és el que jo crec que he d'anunciar a este món, i ser un rector que puga testimoniar eixe amor de Déu gratuït als feligresos”.
Igualmente, Miquel Amat García, de 25 años y nacido en Cárcer, procedente del Seminario de Santo Tomás de Villanueva, descubrió la “llamada del Señor” cuando tenía 9 años, en una convivencia en el Seminario Menor. Entonces, “me vino la pregunta: y tú por qué no? Y entonces le dije que sí”.
Dos años después entró en el Seminario Menor. Después, estuvo cuatro años en Moncada y ahora tres en Santo Tomás. “En todos estos años ha sido un regalo ver cómo el Señor me ha ido preparando, cómo he ido creciendo, y cómo a pesar de muchas pruebas, de muchos momentos de incertidumbre, el Señor siempre ha estado ahí y me ha confirmado que me quiere para bien”, asegura.
“Es verdad que entregarse a El Señor implica una serie de renuncias, pero mi corazón no desea nada que no pueda tener y el Señor me regala eso: desear servirle a Él y a todos”.