"Una poesía liberada para liberar el mundo"
POESÍA ANTIESPECISTA. BARDOS PARA LA REVOLUCIÓN MÁS URGENTE E IMPORTANTE
Prólogo del poemario "La placenta del mundo", de Amanda Eznab
He decidido, previa consulta a la poeta Amanda Eznab, publicar el prólogo que realicé para su magnífico libro "La placenta del mundo", es de esta forma en que su obra a través de mi palabra amiga tendrá -así se pretende- más visibilidad en la red; que la palabra salga del libro, de todas las formas, Amanda y otras muchas poetas así desean que sea pues la lírica sin ser en el viento no es mucho. Y hoy la verdadera poesía, sobre todo si es subversiva como la suya, debe pelear con un techo de cristal (Capitalismo y sus trampas) cada vez más grueso, más me aferro a eso que me contestó Enrique Falcón en una entrevista, sobre que si nuestras poesías rebeldes son de culto o pasean por el extrarradio por culpa de que son malditas a este tiempo y él me respondió: "Mis versos tocan los pies que yo quiero".
Como poeta en lucha creo que los materiales que generamos para la lucha hay que liberarlos también, sobre todo si hablamos de un prólogo, en el que si el lector sigue leyendo verá cómo transitamos por la obra de Amanda Eznab, que en realidad es escuchar nítida la voz de esta tierra, dinamitada, desollada, incendiada, aplastada...
Para ella, nuestra palabra reparadora, para esta tierra bella y todos sus habitantes nuestras antorchas llegando a millones en mitad de su triste noche.
"Una poesía liberada para liberar el mundo"
«A través de todas las olas / a tus ojos portuarios llego. / Me reconocen tus gaviotas / tus olas me reconocen» son algunos de los versos que se pueden leer en el inusitado y selvático poemario La placenta del mundo.
«Porfinllegados, / este es el día en que la mentira / será puesta del revés», anuncio en mi poemario antiespecista (en concepción y escritura ya durante 30 años) La Bella Revolución. Siempre pensé que en el poema al que pertenecen dichos versos les hablaba principalmente a quienes aún no han nacido y ya están convocados para la batalla por la Vida que enuncio en el concepto revolución bella (por fin, el animal humano —ya sintiéndose animal, por tanto libre, abomina de la esclavitud de los animales reos, y corre a abrirles, a abrirnos, los acerados portones—), pero sabía también que decía a muchas y muchos ya nacidos, ya aquí en esta época. La sorpresa ha sido grande al hallar a una Porfinllegada, una genuina y salvaje Porfinllegada, obcecada en dedicar su vida en la lucha por la Tierra y los animales, la enigmática autora de La placenta del mundo, Amanda Eznab. Ella anda de la mano de más, que todavía no la reconocen ni ella los conoce, pero siente que están, con la grandeza de un yo dejado atrás al fin restaurado en el Nosotras/os originario y futuro: «Pero yo aún tengo / que abrir mis alas / para abarcarme.»
La placenta del mundo es una obra que por su temática inaugura junto a otras escrituras actuales periféricas y molestas para el sistema, que van emergiendo en el orbe y desde lo mejor humano, el cambio estructural decisivo para la poesía, para las artes en general. La placenta del mundo narra un gran capítulo del Gran Libro de versos que moverán a las milicias verdes (activistas animalistas y ambientalistas) en el momento crucial ya anunciado en cada hoja verde desde el inicio del mundo hasta hoy: aquel en que millones de manos abrirán millones de jaulas.
«Los animales, ese el tema que habéis dejado atrás todos los poetas», le reproché al poeta anarquista Jesús Lizano en la presentación conjunta de un libro en Barcelona. Efectivamente, la poesía, incluso la más contestataria, la más anárquica que rechaza todo poder y toda explotación (podría hablar de autores emblemáticos e importantísimos de la protesta contundente en sus poéticas contra las injusticias humanas, como Antonio Orihuela, David González, Jorge Riechmann o Enrique Falcón), incluso ésta ha sustraído de su discurso insumiso y beligerante —o no ha incluido— a los animales no humanos. Jesús Lizano, ese poeta tan volcánico y libérrimo, que nos dejó ese grueso y valiosísimo volumen de toda su obra y vida denominado Lizania, donde se pueden encontrar páramos líricos de arrebatadora belleza como en la parte El libro de la soledad, donde podemos leer el ácrata y épico poema Los picapedreros. Hoy, después de su muerte, Lizano comienza a recibir el reconocimiento que no tuvo en vida, y es considerado por la oficialidad —esa que siempre le ninguneó y a la que reprochó tal hecho en sus Cartas abiertas al poder literario— poco a poco como uno de los más grandes y singulares poetas en lengua castellana.
Mas de Lizano, en su discurso poético contra lo que él simplifica acertadamente como un mundo de «dominantes y dominados», no se hallan alusiones a las fatigas, maltratos y esclavitudes a las que son sometidas las otras especies animales. La anarquía, como tal, tampoco contempla en su ideario de manumisión a los animales no humanos ni particularmente a la Tierra como organismo vivo, únicamente al humano, como si aquí, con todo lo vivo y enorme en belleza y latencia primordial que nos rodea, fuese el bardo y su pueblo como luciérnagas en eterna noche lo único que hay: la totalidad de todo. La filosofía ha girado sus reflexiones alrededor de la vida y la mente humanas, y cuando se ha mencionado a los animales ha sido para denostarlos, o como seres sin alma, como inferiores. En esta danza del saber y del arte oficiales, sólo ha quedado escrita la voz que ha hablado por los humanos (y desde los humanos, ahí la supremacía y la trampa).
El mismo Platón situó en su cueva sólo a humanos. En su mundo ideal, a humanos, donde gobernarían los hombres más sabios, etc. La historia de la filosofía es la lectura de la soberbia humana, convertida en puras palabras, nada más. Pero que, tal cual el poder que tiene la palabra (total), las aseveraciones se hacen moral, se hacen ley. Se cuenta que Diógenes se presentó en pleno día en el Ágora con un farol encendido gritando: «¡Busco a un hombre!». Con tremenda ironía lo que Diógenes estaba buscando era ese hombre ideal que visionaba Platón.
La poesía es una forma de indagación del pensamiento, el poeta busca en los fondos de la mente, del universo, y halla verdades y cantos no escuchados en situación normal. La poesía es la forma más libre de pensar, la más intensa.
«Mejor imagínala / tendida con cuidados sagrados sobre una rejilla / para que los buitres la lleven de vuelta al sol...»: estos versos pertenecen al poema Los perros se están comiendo a tu madre, de Ted Hughes. Tanto Hughes como su mujer Silvia Plath fueron grandes poetas de los sentimientos oscuros, de los abismos de nuestra conciencia... humana. La poesía ha tocado con su sangre de viento todo territorio, con su pincho profundo toda grieta no vista. En la poesía el poeta ha nombrado la maravilla o el espanto particular o, en su compromiso como poesía social e insurrecta, la palabra se ha hecho carne involucrándose como arma de combate en los conflictos sociales: «Las puertas son del cielo, / las puertas de Madrid. / Cerradas por el pueblo / nadie las puede abrir»1 voceaba megáfono en mano el poeta soldado Miguel Hernández desde las trincheras del frente republicano. El Pueblo de los poetas más comprometidos —tanto que cedían su boca para la coral de sus iguales en hostigamientos y desdichas, los humanos—, siempre ha sido el de los hombres, en forma de patria, en forma de identidades raciales, da lo mismo.
Verlaine, Rimbaud, Baudelaire aventaron escándalos en Francia con sus libros satánicos y rompedores que avanzaron al tiempo moderno una poesía mundial anclada en un romanticismo con olor a moho. Bien. ¿Y ahora?
Maiakovsky generó un verbo largo y directo para ser clamado para la justicia del proletariado. Abrió un paraje desconocido en la poesía, en su forma de uso. Admirable, necesario. ¿Y ahora?
Whitman rompió también con la longitud del verso —sacó todos los diques a sus aguas—, y habló de temáticas que nunca fueron nombradas en poesía hasta entonces —la sexualidad, el amor propio—, por ello en los primeros años de las iniciales ediciones de sus Hojas de hierba fue recriminado como un poeta obsceno. Hasta se decía que aquello que él hacía no era poesía. Enorme epopeya la suya, hoy para siempre en nuestras manos como una de las mayores odas a la libertad y a lo comunal. Gracias por tu legado, anciano precioso de larga barba blanca cantando entre los infinitos trigales amarillos, para una pasión soñada que conecta con millones y millones de personas. Con todo, ¿tenemos una poesía concluida en lo diverso y libre?
Rotundamente, no.
No sólo la poesía ha eludido de sus temáticas, y los poetas de sus cantos, a los animales no humanos como dignos de sus afectos y fraternidades: la cultura humana por todo el orbe lo ha hecho desde el antropocentrismo como medida y visión (errónea, cruel) del universo vivo.
Por fortuna, una nueva era habitamos en que todo cambia y un necesario giro de 180º se comienza a producir en el percibir el mundo. Comienzan a despertar los primeros no ciegos. Y la poesía da cuenta, como siempre ha sido, de ello. Del despertar de las emergentes luchas mundiales por dotar a los animales de derechos entre nosotros, de libertad en sus hábitats. El calentamiento global, la crisis climática, alerta a muchos poetas y esa preocupación comienza a reflejarse en sus libros.
Llega, para tumbar por fin el discurso antropocentrista, ensanchando los territorios poéticos —rompiendo las cercas que quedaban en la cultura en amplio—, la poesía animalista, una poesía, esta sí, con ojos de luciérnaga.
Y no es que la poesía antiespecista, ambientalista traiga un tema nuevo y complemente el devenir poético histórico —que también—; es que la poesía, así, se está liberando definitivamente. La poesía es voz de lo esencial y de lo oculto, pero narrada por lengua humana y desde la reduccionista y farsante cosmovisión antropocentrista. Llegó la era en que la poesía es en sí misma, portadora de una multiplicidad de voces o de Una Grande Voz, germinadora, salvadora, que hasta ahora no podía ser porque estaba atada de cadena a la mirada distorsionada del hombre, la mujer, poetas humanos, ¿se entiende la revolución que se avecina? Tal cual la poesía de versos medidos —enjaulada— y el verso libre —reo igual de una mirada antropocéntrica—, aquí se suelta de todo estribo, silla de montar, fustas, jinete. Se viene un decir que finalmente será un pensar comunal que deberá cambiar, estoy convencido, el mundo. Una poesía ya pensada, la primera que nos nació. Así, nos dice Amanda Eznab en La placenta: «Quiero libar de la flor / que más adentro te haya nacido. / Polinizar de nuevo al mundo.»
GESTACIÓN DE «LA PLACENTA DEL MUNDO». VIDA DE AMANDA EZNAB
La placenta del mundo es un cántico silente y a gritos (se puede leer en las dos formas, como quien escucha a una amiga, o como quien es gritado, en sus faltas, por esa misma amiga). Estamos ante un libro imprescindible para el nuevo tiempo, una obra donde, nada más y nada menos, se puede escuchar la voz de esta Tierra, de las cosas vivas, a través de la autora, la poeta Amanda Eznab, que tan pronto dice ella como dicen ambas, Gaia y ella a un tiempo lo que el lector va escuchando en esta coral de danzas sonambúlicas y asombros atónitos, de noches elevadas todas en un alto palo negro y auroras varadas como la ancha vela de un barco; «El mundo, el mundo, / como un niño que se muere entre los brazos», así describe Amanda este desastre, este cambalache. «Nosotros teníamos que soportar la vida. / Soportar la vida y vivirla, porque era lo mejor que podíamos hacer de ella». En La placenta del mundo el lector podrá hallar claves para tomar parte en el gran poema del cambio, tanto del mundo como de su mundo. Que para Amanda, en su panteísmo tan hermoso, es lo mismo, y es lo grave: contemplar cómo el humano dañando se daña, y no se da cuenta, o dándose cuenta le da igual. Tal cual parece —yo cada vez estoy más seguro— que el humano odia la belleza, o porque no la entiende o porque, frustrado, cree no poder superarla; en una cultura de la competición, se educa a frustrados odiadores; entre tanto, ajena a todas estas miserias del humano encarcelado en ciudades, quien sólo sueña en poseer algo, luchas por posesiones, ese es el resumen del devenir humano. Pero Amanda advierte, en esta pugna entre la destrucción y la defensa de lo justo, en esta obra cuyo discurso es superador, en amplitud —al fin sin confines, al fin sin paredes, al fin sin banderas, al fin sin unilateralidad—, de las trampas de todo lo dicho hasta ahora en la anterior poesía que someramente hemos analizado: «la vida no le pertenece a nadie. La vida es un graznido salvaje y eterno de la libertad». Aunque, aún, el poeta, ¿por cuántos es escuchado? Rafael Alberti a finales del siglo XX ya se interrogaba: «¿No habrá ya quien responda a la voz del poeta? / ¿Quien mire al corazón sin muros del poeta? / ¿Tantas cosas han muerto, que no hay más que el poeta?»
Las grúas avanzan, los grandes pulmones verdes de la tierra y firmamentos son diezmados, el mundo se conduele y enfermo vomita los desastres climáticos; aquí llega Amanda para que escuchemos lo que pasa en verdad y que nos es contado por los medios falseado, negacionistas del cambio climático: «Mi sangre está desbordándose por los cauces / inundando las ciudades que habitamos. / Manchando las paredes, agrietándolas. / Tumbando los carteles que clavamos / como banderas en la autopista / “Hasta aquí es territorio de conquista”.»
La escritura y elaboración de La placenta del mundo se dio en varias partes del mundo en los distintos viajes de la autora. El origen del poemario se dio en una escritura de adolescencia de Amanda Eznab. En un principio fue el verso en el que terminaba uno de sus poemas, que fue publicado en una antología junto a otros poemas gracias a un profesor de literatura de la ESO, editada por Quovadis ediciones en 2012. En esa época Amanda vivía con su familia en Córdoba, Argentina. En forma abrupta decidió viajar a España y no llegó a asistir a la presentación de la antología. Aquí comenzó la escritura del libro. «Yo había quedado varada en todo lo que podía significar esa metáfora [del verso que convocó todo lo demás] —detalla Amanda—. Así que le abrí grandes los ojos y construí una gran soledad, que ahora ya entiendo, sin más resistencia, como imprescindible.»
En el año 2012 Amanda Eznab abrazó el veganismo y el antiespecismo «de manera natural». Aquellos fueron unos años muy intensos, de grandes luchas internas e inadaptabilidad a las condiciones de la existencia bajo las normas socioeconómicas y culturales. Amanda no se sentía parte ni encaje de un mundo contumazmente hostil, de una horda —la humana— que, según la autora describe a la perfección, mantiene una «mirada tiránica hacia la Tierra y los animales.»
El libro fue escrito en su mayoría en esos años solitarios en Cubelles (Barcelona). Ya en 2015, nuevamente espoleada por lo abrupto, Amanda Eznab dejó todo y marchó con una única mochila por equipaje a recorrer Latinoamérica. Las vivencias de esos viajes influyeron en el libro. La poeta conoció la selva amazónica. Allí «mis ojos vieron la devastación». Y contempló, absorta de tristeza, «la diferencia esquemática y racista de las posibilidades de existencia de las poblaciones del sur global». Ese periplo fue más bien de contemplación y de incubación. Amanda apenas escribió en ese viaje nada para La placenta del mundo. No fue sino unos años más tarde, y en Argentina, cuando terminó la obra. Había decidido vivir en la ciudad de La plata para estudiar Artes audiovisuales, pero terminó dejando la universidad y encerrándose a escribir. «El libro me acompañó en todo un proceso en el que me sentía fecundada por otros mundos y otras posibilidades de vivir y de soñar. Por lo demás, fue una escritura orgánica y vigorosa, sin mayor exigencia que la de expresarme, que ya es mucho.»
Cuando Eznab vivía en La Plata, realizó lecturas del borrador de La placenta por la ciudad y provincia de Buenos Aires «que fueron las que me decidieron a hacer algo para publicarlo».
Amargord ediciones publicó La placenta del mundo en 2019. La misma editorial que vuelve a editar la obra en esta importante segunda edición.
Nuevamente Amanda Eznab se vio constreñida a partir, en ese viaje continuo —físico y mental— que ha sido hasta ahora su existencia —y tan joven es, nació en el 1993—, esta vez nada menos que hacia la Amazonía, se puso a vivir en una cabaña en la selva amazónica de Brasil, «con árboles como paredes y mi compañero Leandro, Mango (un perrote gigante), Açai y Coati (una gatita y un gatito).»
Ese año Amanda viajó a España para hacer la primera lectura del libro en el encuentro de Voces del Extremo y unas semanas más tarde en Expoesía de Soria. No muchas semanas después, la poeta regresó hacia la floresta amazónica y desde entonces allí habita.
El periplo de La placenta del mundo, siendo un libro de nacimiento reciente y rápida publicación, es nutrido y altamente prometedor. Ya ha sido traducido al portugués por el poeta y traductor portugués Carlos d'Abreu. Está a la espera de publicación en ese idioma.
Amanda Eznab no deja de crear, aun entre las dificultades de su espartana vida en la cabañita enclavada en la Amazonía. «Desde que llevo aquí, viviendo a cuerpo abierto con la Naturaleza, se han movilizado muchas cosas en mi interior. Estoy trabajando en dos poemarios: El soliloquio de las flores como un canto sencillo y una mirada decididamente animal y Sonatas y naufragios, una obra más compleja y cosmogónica, con exigencias, por el momento insaciables, literarias, filosóficas y antropológicas. Cuando todo eso me suelta —un poco— estoy trabajando en un proyecto para su representación y oralidad que se llama Iumana (palabra en nheengatu, la lengua general amazónica o tupi moderno, significa abrazar), en el que confluyen la poesía y la música (ésta de la mano de mi hermana de sangre, también antiespecista, Julia), y las artes audiovisuales. Actualmente me encuentro redactando un proyecto, a través de las tres artes, en honor a la Tierra. Mostraremos a través de lo audiovisual la potencia de la Tierra en este rincón del planeta, y la poesía y la música intentarán seguirla. Hacerle el coro.»
»Lo último sería que en unas semanas, si todo va bien (y pidiéndole perdón a la Tierra, pues toda mi vida austera abre su huella con esos vuelos trasatlánticos), estaré por Iberia unos meses donde retomaré presentaciones, lecturas, y las grabaciones de Iumana. Además de zambullirme en el mar, en mis personas queridas.»
La cabaña donde vive Amanda Eznab en el amazonas está a una hora de la ciudad de Santarém. Amanda y los suyos están «solos en la selva, sólo por el momento porque 'el progreso' viene llegando, arrasando con todo. Estamos en la lucha. Lo más próximo es la comunidad de la familia a la que le compramos el terreno. El agua me la dan desde un pozo de esa comunidad y la luz, estamos enganchados desde un cable de la avenida que va hacia Santarém (la avenida va desde Santarém a la Vila alter do chao, una aldea que hasta hace relativamente poco era una comunidad nativa sencilla y hoy en día es un lugar turístico). Nuestra existencia es muy rudimentaria. Velas a la noche casi siempre. Mi intención es acercarme lo más posible a la autogestión, hemos hecho muchos intentos con la huerta pero aquí es bastante peculiar e intenso el clima y la tierra. Lo principal es que necesitamos pozo propio, así que por eso también preciso ir a trabajar para allí. Alrededor hay varias comunidades, que se están convirtiendo en barrios con tractores abriendo calles de 6 o 12 metros de ancho, destrozando la selva en nombre del progreso... Los animales y la Tierra, siempre en nuestro abandono, siempre reflejando lo que de verdad somos...»
Sin embargo, la poeta alucinada de sentimiento alado y nuevo no puede más que decir un insólito te quiero a quien sin duda hace partícipe o actor principal de la destrucción de todo. Un te quiero invocado como un sortilegio ¿acaso? ¡No! ¡Lo invoca cierto! Después de estos increíbles versos: «Hace tanto que partimos / en este éxodo de polvo. / Hace tanto que jinetes muertos / galopean y linchan / y nos dicen que es por allí / allí la senda, allí / donde continua el desierto / inmolándonos. / Hace tanto / tanto.» Entonces... aquí grita la poeta, mostrando amor de perro, de selva, de mar y de hierba a nuestros pies (entendamos bien lo que sigue, pues es tremendamente aleccionador): «Y, sin embargo, / sentada en una costilla / de mi vieja soledad, / casi cayéndome, / te pienso y te quiero / te quiero.»
«NO ME PREGUNTES, PREGÚNTALE AL CAZADOR»
La placenta del mundo se divide en tres partes: La fecundación, El crecimiento y El nacimiento del mundo para culminar en forma conmovedora y abierta como un cielo.
En La fecundación asistiríamos como a un Génesis poético, una descripción de un abrazo que se produce sin querer la otra parte. Un nacimiento con gran violencia desde el minuto uno. Es admirable cómo adentro de la misma entraña de este mundo nuestro de insoportable violencia Amanda haya logrado generar un discurso poético de llamada a la paz y al respeto total.
La fecundación describe la llegada (la continua e irrefrenable llegada) del humano, quizá, como humano ciudadano, a la vida del cemento que aplasta la cara verde de la selva: «Y los humanos, emergieron de la tierra y miraron, atentos, su profunda belleza. Desorbitados, creyeron que quizás podrían poseerla, que de alguna manera podrían dominar su esencia.» Ese, el error primario y esencial: la dominación del sapiens sapiens sobre todo lo que le rodea. Esa dominación mediante el encantamiento o la represión. La poeta advierte: «No me preguntes. / Pregúntale al cazador.» Habitamos un lugar terrorífico donde no obstante cada día sigue abriendo su gran cola de pavo real la belleza, y sigue existiendo la probabilidad de escapatoria: «acude el amor al lugar que habitamos / como el cielo al interior del pájaro.»
El crecimiento habla de las luces y las sombras que pueblan estas casas y estos rostros nuestros, estos vacíos y estas voces grotescas y roncas enmoheciendo soledades. Aquí Amanda nombra su devenir vital y el del mundo, que es el mismo, sombrío todo, atestado de terrores, y la Tierra triste, avejentada de no ser vista ni visitada, asmática: «Pensarán que es, quizás, el viento y su rugir, pero es el asma [de la Tierra]. Son tristes caballos, con ojos tristes, galopando. Son fustas terribles, de terribles jinetes, golpeando.»
Nada de lo vendido como bueno [aquí, el concepto de lo civilizado, que es contrario a nuestra esencia original de animal, para ser libres] es cierto y todo tiene un reverso funéreo: «La persecución de nuestras vidas / ha comenzado. / Comed el cadáver podrido / de la civilización.» Amanda increpa a sus coetáneos: «No veis la crueldad en nada / tenéis en los ojos dos huecos / donde caen, extraviándose / todas las cosas bellas.»
La tercera pieza, El nacimiento del mundo, muestra cuán sencillo sería redimirnos y remediar —en lo que se pueda— todo lo perdido, todo el daño ejercido por el humano que se rige por la emoción, por el afán de destrucción, que pruebe por una vez usar el sentido común y la empatía (antiespecistas); ese humano que sólo avanza sin detenerse, construye, eleva cosas y tumba otras, de la noche al día no cesa en modelar el mundo cada época a su moral y gusto, cree el mono vestido matemático ser el único habitante de esta tierra y por eso la domina, cree es su dominio. Ya todo conquistado, imaginar es considerado una pérdida de tiempo. Soñar con mundos distintos, un imposible. Nos mienten en esto, porque: «La utopía / es como una plantita en la mano / de un nene. / O como un caracolito mirando de frente / a otro caracolito. / Es alegre y acaso más cierta / que todo este espectáculo / y toda esta tristeza».
Amanda Eznab describe nuestra iniquidad y las consecuencias directas de ella: «Puedes destruirlo, ya sabes, / lanzar sus ladrillos, / pero caes, irremediable, con ellos.» Despliega, se ve, un vínculo irrompible que existe en este territorio vivo (aquello que hagas, sea lo que sea, afecta siempre al conjunto en alguna forma). No obstante nombrar su oficio, su arma, la poesía, como tan pobre, tan lanzada por el urbanita a los extrarradios de la cultura, o no entendida, siempre la poesía paria, un puente no acabado por falta de obreros: «Todo poema es la ecografía / de una hija / que no nace nunca.»
La maravilla del poemario está en muchos de sus aspectos, en sus portentosas pinturas líricas y deliciosos ritmos. También en la forma cercana que la poeta usa para llegar más al lado del lector y su confianza, su amigo, su igual, en ruinas y en esperanzas de cambio: «Hablo de tejer la luz / sabes, pero no sólo de eso». Y lo hace con formas rítmicas de verso libre que, no obstante, con ecos poemáticos, en sus formas de letanía casi siempre, ofrecen un caudal impresionante para los músicos, para generar canciones. La placenta del mundo es uno de esos poemarios que es tan bonito siendo leído como poderoso para la oralidad. Asimismo como digo la poeta es consciente de que en su forma de narrar el mundo trae canciones, porque el mundo es música, una gran balada o himno, y le llega mediante la palabra, que es sonora, un canto, una canción grande que ella como que separa en partes, pero canta Amanda Eznab en La placenta del mundo desde la primera página a la última. Las personas aquejadas de pérdidas de memoria, lo último que olvidan son las canciones. Ahí Amanda ha sido sagaz, su palabra viene con ritmo de canción, tanto para entrar más adentro, como lo hacen las canciones, como para palpitar indeleble en los inconscientes. Amanda la voz de todo. Un canto inolvidable: «Como el viento / pasé por tu vida / para arrojar semillas al furor de la tierra / para desenterrar raíces, alborotar a los pájaros / para despertar hojas que se creían quietas. / Como el viento / pasaste por mi vida.» Queremos que quienes nazcan escuchen esta Canción. Queremos que quienes ya han nacido sean conscientes de su existencia. Necesitamos padres que entreguen a sus hijos este libro. Queremos que Amanda Eznab siga hablando desde ella la Tierra y todos sus ocupantes heridos, conscientes, esperanzados, para la liberación real y justa al fin de un orbe más vivo de lo que nunca imaginamos.
Queremos verdades más allá de las dichas como verdades —desde montones de personas con banderas negras en alto y labios apretados como placas de hierro juntas—, necesitamos lo oculto deliberadamente que nos liberará, lo cierto humilde ante la grandeza de lo humilde: «Porque no soy nadie frente a un árbol / ni frente a ésta fría llovizna que nos golpea como si fuera eterna / pero frente a éste edificio y éstas calles / soy la furia del árbol cayendo / y un charco en el asfalto reflejando / el rostro más cansado de la Tierra.».
Necesitamos ponernos en marcha de inmediato y con urgencia: «Siempre es tarde / para intentar / encarnar la justicia». Hay esperanza: «Óyeme, / no todo está / tan perdido / Sólo nosotros». Es tan importante para la batalla comunal necesaria y anunciada en lo más profundo de los bosques y océanos que se anuncia en la obra, tanto la fuerza grupal como la convicción particular necesaria del potencial individual en ti y en mí: «Aquí estoy sola / pero soy como un relámpago».
Es todo el poemario una revolución en sí y una llamada a las revueltas, mas si tuviera que escoger un puñado de versos que reúnan toda la esencia del aéreo y a un tiempo marmóreo canto, de su verdad proclamada —desoída tantos siglos por el humano— que necesitamos recordar, estos son: «Óyeme / sólo tenemos que desnudarnos / de tanto fetiche. / Oír / todo lo que hay / de animal y de tierra / en nuestra sangre.»
Que nazcan los nuevos días, la tierra y sus naciones animales necesitan obreros y pares. Yo celebro para ellos/Nosotras/os este Canto extraordinariamente necesario de Amanda Eznab, llegado desde los pliegues más entrados del cielo para el tiempo venidero y el exorcismo de esta pesadilla, hacia un amor más grande, para el verdadero amor: «Oídme».