El Parlamento de los músicos
Crónica del Monsteros of Rock Valencia (en la cuarentena) y algo más
"Son tiempos inciertos. El ciego acepta lo que el sordo inventa sin dudar. Ecos de tiempos lejanos desempolvan lo peor, vendedores de humo increpan ahora al trovador", cantan "Buenas Intenciones" en su canción "Vendedores de humo". Certera descripción de nuestro tiempo y, al fin, de todos los tiempos humanos.
Dirigen unos, hablan unos, sólo unos -tramposos- y callan todos los demás.
Y así ha sido siempre, salvo por parte de una minoría disidente e insumisa que se confronta contra todo amo, toda imposición, sobre todo si ésta viene a matarnos; somos La Resistencia.
Los que sabemos que la vida es más sencilla de lo que nos enseñaron desde pequeños. Buenas Intenciones, en el tema "No necesitas nada más" nos recuerda: "El abrazo de un amigo, el calor que da un abrigo, ya no necesitas nada más. El murmullo de las olas dentro de una caracola, ya no necesitas nada más. [...] Sentir el viento en la cara. [...] Un mundo sin violencia [...] Compartir tu almohada, ya no necesitas nada más.
Buenas Intenciones fue una de las bandas que tocó el domingo 12 de abril de 2020 en el Monsters of Rock Valencia (en la cuarentena), festival online de barias bandas e intérpretes valencianos del que fui espectador. (Quien desee verlo grabado lo puede ver en youtube, muy recomendable.)
Debo decir varias cosas, quiero hablar de la música en general, porque mi alma así me lo pide. Porque estoy cansado, hastiado, de ver políticos en la tele, militares, zararstraposos del yo mando y tú haces, harto de escuchar a la mentira vestida con trajecito chaqueta. Y "necesito respirar" (Medina Azahara); es como el que ha estado mucho tiempo al lado de un mentiroso en el banco de un gran parque cerrado en la noche y se marcha corriendo, con las primeras luces del alba, a una zona verde donde abundan las palomas, y mira al cielo, y respira... Y grita... libre.
Daré cuenta, por supuesto, de lo que se produjo ese domingo con tantas bandas, intérpretes, tocando desde sus casas, en el confinamiento, para nosotros. Pero quiero elevar esta crónica a algo más, aunque sea cercano -nunca llegaré, lo sé- a lo que nos dieron los músicos ese día, y lo que nos dan todos los días.
Los músicos multiplican los yoes, somos otros y el mismo, nos convierten con su alquimia en muchos, primero unidos a ellos y luego sabedores -recordamos- de que pertenecemos a algo más grande que nosotros mismos, cuestión que da lugar a cierta inquietud, pero el descubrimiento -ese recuerdo- genera, más aún, una sensación de salvación, porque si un problema no es sólo nuestro, sino también del universo, no estamos solos. (Así como las bendiciones de la vida, que las compartimos, los generosos, y eso nos hace felices.) Recibimos y sembramos. Y en toda sembradía hay un cantor, o dos, que da fuerza no sólo a la azul cosecha sino también a los cosechadores.
Los espirituales negros lograron salvar vidas y almas en los momentos eternos de la recogida del algodón de los esclavos negros, pobres, pobres... Cuando alguna mujer recia y fuerte elevaba la cabeza y cantaba el celebérrimo y misterioso "Mamy Blue" todos volvían "a sus casas", en sus corazones, allí no entra el verdugo, y sonreían, sudando rojo, y cantaban con la gran madre mientras sus cuerpos morían, pero cantaban. Es la última forma de dignidad... "¿Por qué tu casa tan vacía? ¿Por qué será la noche el día? Oh mami, dime dondes estás, di. Oh mami, mami. mami"
Ya dije que sin las bandas no somos nada. Que los ayuntamientos deben implicarse más con los músicos, que se dirija el foco hacia ellos, cada vez más desatendidos, y sin embargo, como siempre, ellos dándonos, aún sin pan en la mesa, lo mejor de sí mismos. ¡Pero el trino del pájaro no se dará sin comida, Alcalde, escucha!
El Monsters of Rock lo arrancó el jaco que hace música con sus riendas: Toni Cotolí, regalándonos con su guitarra -de mil guitarras dentro- temas que me hicieron temblar, me devolvieron a la infancia y me hicieron vivir con intensidad emociones muy diversas, incatalogables, sobre todo melancolía, inmersión, o vuelo, aquello que produce la gran música. Escuchar el Bohemian Rhapsody, nada menos, y se dice pronto, interpretado por un solo hombre y una sola guitarra, y sentir que se está -en corazón y casi, cerrando los ojos, en verdad- ante Queen en un gran concierto, sentirte pequeño, la guitarra de Cotolí te torna a lo más puro, te vuelve pajarillo tembloroso en la rama, te hace semilla y viento, te torna a lo natural. Vuelvo a la vieja casa, con mis hermanos pequeños y yo pequeño, y mi madre sacando la cena, y mi madre lavando nuestra ropa y mi madre cantándonos canciones. Es el arte, nos lleva al origen sin darnos cuenta, de pequeños a veces nos hemos metido en cuevas de acequias caudalosas -la muerte ha sido nuestra compañera de juegos tantas veces, ay-, hemos saltado muros, necesitamos avanzar y ver más: ahí el arte y el artista junto a nosotros y nuestros asombros conjuntos. "Toni, ¿cómo caben tantos instrumentos en una guitarra"? Le pregunté una vez. Y el maestro se sonrió, como un sabio que uno encuentra en el camino y se aleja, sonriendo, también melancólico, como todas las cosas amadas, porque todo lo explosivo, lo alegre, lo primaveral, es efímero, pero cuando lo tienes al lado sientes, la llegada de las flores en la batalla del invierno contra el estío, así cabalgó por las cabezas en las casas, por las fachadas azules de esta Jerusalén ahora vacía -Jesús, María y Whitman tienen fiebre, están en Ifema-, por el aire y los cielos los mil arpegios de Toni Cotolí, pasando desde el clásico maravilloso de Queen, luego por el tremendo Nothing Else Matters y después nada menos que tocó The Trooper, de Iron Maiden, ¡con una guitarra española! ¡Emocionante es decir poco! "Cuidaos mucho, que no os baje el sistema inmunológico", nos pidió Toni. Y se despidió con una sonrisa de niño, tiene cara de buena gente, y se comporta tan humildemente, tan "no tengo nada, no soy nada", como si no hubiera recorrido todos los países que ha recorrido en sus giras y como si no hubiera escuchado las tantas veces que los expertos han dicho que es uno de los artistas de la guitarra española más relevantes en la actualidad.
Entre tanto Sánchez, el impostor -todos los políticos lo son-, metiendo miedo a la gente, sobre todo a los más vulnerables, a los ancianos. "La situación es tremendamente grave. Debemos estar unidos. Sólo unidos venceremos al enemigo", dice, él y los demás, cuando sólo han practicado desde sus sillitas hurto, hurto y palabras vacuas, tan lejanos, tan nefastos, ¡viles! No son hombres, no son mujeres, son nuestros enemigos. Ese Parlamento de humanos no gusta a los perros, orinan en su pared -como Alberti orinó en una de las paredes de la RAE cuando lo propusieron para Académico- y se alejan raudos. Lo que desprecian los perros lo desprecio yo.
Entonces entró, en el Monsters en red, el sorprendente José Pastor, la luz de alguna ventana de su casa incidía en una parte del artista con ciertos tonos mágicos, irisados; en su habitación había varios pósters colgados, el más visible, uno del enorme y mágico y malhadado miembro del Club de los 27, Jim Morrison. José Pastor tocó tres temas del disco "Ser sangre", que tienen entre manos unos artistas y él, dijo. La poesía hecha música y la música danzando en lo poético en el aire, unidos lo clásico y lo moderno, lo urbano, incluso el feísmo que inició junto a otros Baudelaire; en la palabra honda y retadora. Y qué letras más hermosas. Una vez, ante una de sus fotos más espectaculares -de José Pastor-, le dije: "Rimbaud!", por su parecido con el joven genio que dio a luz la poesía moderna, y le encantó, porque coincide conmigo y con muchos en que el autor de "Una temporada en el Infierno" es el mayor enfant terrible de la poesía, de lejos. "No quiero rendirme a Dios, al Demonio, ni al Hombre", cantó con voz trémula, más que de cantautor, de trovador (y no me preguntéis por qué digo esto), Pastor. "No soy una herramienta ni un instrumento de otros". Las verdades, las interpelaciones, las condenas a un sistema injusto que a todos intenta constreñirnos, iban y venían (lo imaginé en el púlpito del Congreso, y sonreí; sería arrestado y llevado a calabozo, son verdades molestas, peligrosas, las de los poetas: "No soy una máquina, un autómata, una cifra". "No soy una pieza de ajedrez para librar una absurda batalla", y entre medio de verdades más prosáicas -no por ello menos contundentes- el vuelo de la poesía, buen maridaje el de sus letras: "soy el fin de la luz, un crepúsculo, un regalo, un comienzo de vida, un abrazo, un rechazo". Y el mismo golpe que dio en la mesa Rimbaud -antes de exclamar: "merde, merde, merde!" en la conocida cena al que le invitó Verlaine, de viejos poetas y de rancios poemas: "No más control, no más intimidación, no más intolerancia ni bozales... Me bajo del tren". Y se despidió mirándonos, pero sin hacerlo, miraba hacia adentro de sí, como lo hacen los grandes creadores. Están sin estar. Cuidemos a los genios. Son quienes siempre nos muestran caminos.
Cristina Saiz y Álex mulet llegaron con una alegría de campos en verano a la mañana, tocaron un tema de Led Zeppelin, muy bien interpretado. La guitarra de Álex generó una zona perfecta de baile para la rica voz de Cristina, voz la de ella tan diversa, individual, ora contenida ora estallando como una sierra eléctrica que decide no talar árboles como se le pide sino que se eleva al cielo, molecular, alegre, su buen rollo general, para generar canción (al menos, soy sierra, se dice, pero sólo corto nubes -o sueños oscuros, vengo para la ilusión-, y torno el cielo azul). Hubo momentos en que, al interpretar temas de Janis Joplin, estuvo Janis ante nosotros. Sorprendente. Janis Joplin es de las artistas más difíciles de imitar, de llegar. El juego y colores de estos artistas es muy hipipie y recuerdan a ese tiempo tan glorioso. A través de una canción de Zepelin me pareció penetrar en esa luz de días catárticos y a un tiempo en el salvaje Oeste, y pensé que Janis, amiga en ese momento de Cristina, se turnaba con ella para hacernos evocar épocas duras pero aventureras, llenas de oportunidades, la América de la oportunidad, también de la muerte. El "Bye bye baby" final nos removió, ¿cómo decir a los grandes que lo son, sin que nos lo nieguen -no, no, déjalo-? A los buenos no les gusta que se les reconozca, caminan y basta. Esto me trajo el recuerdo de lo que dijo Miguel Hernández cuando le dijeron "qué grande eres", y el humilde genio de la poesía castellana sentenció: "Si soy alto es porque me elevo sobre los hombros de gigantes". Cristina culminó acercándose a la cámara y pidiéndonos: "¡Cuidaos mucho, por favor!"
Manuel Murillo, sentado en la cama, sábana azul mar en calma, toca la guitarra flamenca como un temblor de árboles en la noche. Nostalgia, belleza, todo lo puro, evocación, fuerza, se ven caballos, se ve el viejo mundo y se ve lo que ha de venir. Dice, está contando su guitarra, y es algo triste y alegre a un tiempo, o nombra el paso de unos alces y unos perros camino a casa, un Paso. ¿De qué? Quizá de Todo. Cuenta, al tocar, qué ve un árbol en un parque, al paso de los caminantes, de los que se sientan en bancos con niños, de los enamorados; de quienes pasan y se van, y de quienes vienen o parece que lo hacen pero sólo era una ilusión; al mismo tiempo vi que es la voz de todos, como si nos hubiera avisado en sueños: converged en mi guitarra y diremos qué queremos: libre en su guitarra, fuimos Parlamento, Congreso verde que expuso lo que pasa y las soluciones, que pasan por seguir cantándole a los ríos, a los niños y a los pájaros. No hay discurso mejor, y nunca el del "pico de oro" (así llaman los Barones en tema homónimo al político, a ese truhán).
Zurakapote no pudo actuar, era de los esperados con ansia. Hubo problemas técnicos en la línea wifi. Para otra, habrá más oportunidades.
Miguel Roca y Natha Lee (Rock & Lee), naturalidad, unión de músicos, unión de almas, se notaba entre ellos una palpable amistad verdadera, que muchas veces es algo más grande que el amor, que seguro se tienen. "Ya sabías que yo era un poco borracho, y que tocando era feliz", cantó él. Nos deleitaron con grandes temas con su gran sentido del humor y canciones muy country. "El sitio de mi recreo", de Vega, muy bonito hecho son mezcladas las voces de mujer y hombre, invocando un nuevo lugar, una Oración en mitad del concierto, en mitad del camino de la vida (Dante).
"No me interesa el mostrador del que la gente presume. Estoy contigo por tu olor, no por tu perfume". "Nada de espejismos ilusorios, nada de intentar disimularte". "Te prefiero libre de armaduras, sin colorantes ni conservantes". Valores, protesta a un mundo cada vez más consumista y ciego, para revertir y traer aquí de nuevo lo originario puro, nosotras/os, redivivos sin cremas, caras colonias de moda o cirujanos criminales que cambian el rostro a personas enfermadas por el propio Sistema psicótico.
Alfredo Pla, Buenas Intenciones, prosiguió el concierto. "Soy muy tímido", me confesó. Inició una presentación breve, tímido, sí. Como lo era Dylan Thomas (cuando bebía se desinhibía, como Fitzgerald), que una vez -y sabiéndose ya él uno de los mejores poetas en lengua inglesa, y dicho ya por la crítica- iba a entrevistarse con un gran escritor y no llegaba, Dylan, tardaba demasiado. Le llamó su amigo que le conducía por América en su ciclo de lecturas allí y Thomas dijo que estaba en un bar de abajo de la calle, porque tenía miedo, que no podía ir... Pla, de pronto, como oso que entra en río perseguido por cazador, nos rompió totalmente arrancando a cantar como un bandido, como un pirata, loco por completo, o sea libre. "Todos somos vulnerables a quedar atrapados en la absurda nube de la desilusión", cantaba. "Aunque creas que todo está bien, en la vida hay soledad, porque falta demasiado amor": Estos versos del Too much love, un tema precioso que recuerda a los clásicos del pop rock, una voz muy bonita como de lobo con corazón medio humano medio bestia hermosa en el monte. Luego cantó "Ven a mi lado", voz urbana y lírica a un tiempo, temple de cantautor. "La calle de los soles que hacen guiños con tu sombra". Alfredo dedicó la siguiente canción a sus hijos Mateo y Alba. "Nos marchamos de viaje/ un par de nubes y el sol, que brilla diferente, en diversión". "El día y la noche para disfrutar" "Ven cuando quieras/que tengo mucho que contarte" [...] "Contemplamos un paisaje desde la orilla del mar".
Jordi San (Rosebad) Tremendo canto, conmovedora voz la suya. "Nights in white Saten" (Moddy Blues); "The house of the rising sun" (The animals) y "Hace you ever sen the rain" (Creadance Greenwather Revival), nada menos, esos temazos interpretó, con suficiencia, a capella, gigante. Dice Jordi que siempre le dicen que se parece al Sherpa (Barón Rojo) pero yo veo en él, también, mucho de Raimbow, tanto en estética de pelo como en rictus y como en fuerza lírica obscura, telúrica y voladora, grandiosa como las grandes baladas de Raimbow.
Cuando tocó el turno de Bastardos, donde el cantante había anunciado que se apartaría para que actuase El Narrio (su hijo bastardo, que "no tiene luz ni agua en su cabaña, ni vergüenza; así que en el confinamiento se ha venido a mi casa"). Al final, ese trasunto que creí sería real: que apareciese un joven con cadenas de punk y ya apuntando maneras, era una broma más de un tipo que hace grandes canciones de punk y heavy y que su distintivo es pasárselo todo espalda patrás, como dirían por el sur. Eso no es malo, porque para lo serio es serio. De hecho es de las personas de la música más divertidas que he conocido. Su hijo bastardo era ni más ni menos que él mismo, con una careta de calavera, un sombrero de bandido del far west tipo Lemmy. Guitarra en brazos comenzó, con las canciones de fondo, a tocar canciones heavys de su banda. Todas muy buenas, hay que decirlo (quien habla le gustan los ritmos más guarros y contestatarios del metal más urbano, y del punk más grueso o sucio). Y el muy macarra se despidió anunciando la última canción con un "espero que no se os haga muy larga, jua jua juá", sonó la canción durante pocos segundos. Allí terminó, haciendo un jajaja como de un "Papá Noel" de peli de terror, qué cabrón, qué grande. Gracias por la buena música y por hacernos reír, que buena falta hace, amigo.
Txus Bixquert arrancó como caballos de hierro cabalgando nubes de planchas de acero, su guitarra es una ametralladora de canciones, imagino su edificio dando botes al son de sus temas metaleros y bailables, cantables, disfrutables. Su eterno buen rollo nos hizo sonreír y disfrutar. Canta, básicamente, en inglés, pero he tenido acceso a sus letras en castellano y son sublimes. Auténtica poesía. "¿Y si toda esa gente pudiera exigir el camino? Pienso en el amor. Pienso en ti."
Javi Ruiz, otro integrante de Buenas Intenciones, nos llevó a otras esferas, cálidas y hermosas, con canciones de gran calado y muy bien construidas. Veo en ellos (Buenas Intenciones) un grupo con muchas posibilidades (si la industria les deja).
Txüs Casado (Night Heart), trallazo metalero heavy puro. Me encantó. Sobre temazos heavys él tocaba con la eléctrica, de una manera tanto hermosa como cañera, como nos gusta a los degustadores, amantes, "adeptos", a esta música épica y vikinga, las mejores baladas las trajo el heavy. Dije uff, qué hermoso escuchar esa eléctrica gorda y comedora de mundos. ¡Un paso de caballos y elefantes!
Pedro Montoto (La navaja de Ockham), como había anunciado en entrevista previa interpretó "Lucha de gigantes", de Antonio Vega, con una gran solvencia, resultó delicado, bello y estimulante. En una canción propia, "Gaza", escuchamos esta declaración de intenciones: "Si yo supiera que mis palabras rompen cadenas, ganan batallas, acabaría con las guerras: con mil canciones y poemas."
El musicazo Adolfo Barberá tocó Hey Joe (Jimi Hendrix), Steppin Out (John Mayall & Eric Clapton), y Crossroads (Cream), por ese orden. Su guitarra sonando me hacía imaginar a gigantes de metal blando bailando tango. Y su guitarra gruesa y oscuramente deliciosa, con secretos que perseguimos, que va siempre a un paso por detrás de nuestra carrera a ella y a la vez -sobre todo- se aleja, sin poder tocarla para decirle "me gustas". "Dime qué he de hacer para saber lo que tú sabes..."
En conclusión, no diré conclusión.
No me gusta lo esperable. Puedo decir que entre este puñado de amigos, enormes profesionales de la música, que Txus Bixquert convocó, anda de lo mejor de nosotros, de lo mejor de nuestra música presente.
No hay conclusión, sólo hay una frase que sigue, sin coma ni punto. Que siga la música, que siga así, tan sana y dominando todo, indominable ella, no hay paredes para ella, ya dije, y lo demostraron.
"Amor, amor amor... Te escribiría mil canciones, Te escribiría mil poemas." (Pedro Montoto, canción Gaza). La música está sana, la música no enferma con nada. Quien está eternamente enamorado construye sin cesar, eso es la música, un amor que no para.
No estuvieron todos los grandes de la música valenciana, por supuesto, pero los que estuvieron lo eran, grandes.
Y dijeron, y cuánto!
Mucho más, y más profundo, y duradero, y beneficioso, que lo que dicen los políticos desde sus púlpitos (que no dicen nada, blablablá esos estafadores). Los mercaderes, el verdugo, el del antifaz de colores bonitos para los niños y el herrero pagado por la macroempresa.
Pero ¡basta! Aquí sólo hablo de los hermanos y hermanas. Para los viejos fantasmas asesinos ya hay suficiente espacio en las televisiones y papeles que se venden baratos y qué caros salen!
Los músicos sobreviven, los pájaros sobreviven con poco y cantan en la rama. Y los animales libres dicen siempre la verdad: "Los que somos forajidos, y a los que a nadie seguimos, Dios no está de nuestra parte. Y ahora toca escapar hacia adelante." (Bastardos)
Prefiero a los músicos, a los poetas; para saber qué ha pasado en cada época leed a los poetas, escuchad qué dijeron los músicos en sus cantos.
Ese Parlamento superior al de los políticos -por supuesto-, es el que he querido mostrar, más bien recrear, que lo vi, ese domingo mágico, un Parlamento de músicos, entre las copas verdes de los árboles que nos esperan para que por fin nos portemos bien con nuestra Tierra, las aves indicarán los pasos. Y que no cese de reunión, que no cese de palabra, que no cese de sonido, el Canto.
Porque sin vosotros, músicos, nuestro yo más profundo que nos hace ponernos en pie al sonido de algo conocido -o recordado- y nos hace sonreír, ¿cómo sobreviviría? Quedaríamos ciegos. Mudos. Huérfanos. Cantad, por favor, decid. Nunca dejéis de hacerlo...
Te llamo mami
Me fui muy lejos, ya lo sé,
me fui creyendo poseer
un gran amor mas bello que tú,
oh mami, mami.
Aquel amor que no duró,
aquel amor que me dejó,
vencido vengo a tí mami blue.