La literatura mundial ha sido una profunda estafa para los animales no humanos
Veo constantemente cómo los poetas, en su mayoría, incluso los que usan su palabra para la protesta contra la injusticia, sólo enuncian las cosas de los humanos, las penas entre los humanos, las desigualdades entre los humanos, entre sus hermanos humanos, en definitiva, la palabra poética ha hablado hasta ahora sólo de una especie: la humana.
También ha hablado de las otras especies, pero en tono peyorativo (burro, cerdo, gallina serían insultos entre los humanos) y con descripciones de esas criaturas que no obedecen a sus hábitos ni formas de vida en libertad, aparecen en las literaturas humanas las demás especies colgando de ganchos, siendo disparadas en el monte o en el cielo, dentro de minijaulas pidiéndole el humano a los seres del cielo que canten, dentro seres del mar de palanganas y miniacuarios y peces en charcas de jardines como adorno de éstos, etc.
Llego diciendo esto décadas. Que la literatura, como casi todo lo que tomamos en las manos (que han pasado de otras manos o ha surgido de otras manos humanas), es una estafa.
Tiene sesgo. Un sesgo que causa una vergüenza de la que uno no se desembaraza en toda la vida. Me causa vértigo, ganas de vomitar, me enferma ver cómo los animales no humanos son los grandes olvidados siempre. Siguen siéndolo y, de no cambiar rápido la mirada del mundo del antropocéntrico urbanita, toda la literatura, incluso la contestataria, dará cabida sólo a los humanos, verazmente, como ha venido siempre hasta ahora.
¿Qué pobre cosa, no?
Cuando doy una charla y/o una lectura poética y hablo de esto, en estos términos tan diáfanos y rotundos, la gente me mira absorta, oprobiada muchas veces.
Efectivamente, ante el discurso vegano, el de la liberación animal por justicia lógica y de sentido común, es normal ver a la gente ponerse a la defensiva.
Imagine el lector cuando un poeta dice, pone sobre la mesa esto: la literatura hasta la actualidad ha sido un gran engaño, la ficción hermosa no ha sido tan hermosa, la literatura que hablaba de los pobres y de sus horrorosas vidas, era una literatura del privilegio. La literatura que se ha hecho literatura política (como les gusta decir a los que votan, jeje -este jeje que se oiga con mucho eco y un retintín que llegue mucho más alto por aquí que las nubes-), de compromiso (dicen de ella), repito, ya lo dije antes: ¡se compromete con los que llaman sus 'iguales'!
Gente incluso que se dice anarquista. Que rechaza cercos mentales de naciones y lo pútrido y enfermante que es amar a la patria, creer que donde uno nace es un lugar más amado y -sobre todo- mejor que cualquier otro, aunque sea un mal erial donde llueve todo el día o un desierto donde el agua es cosa de imaginarla; da igual. El humano nace en X y ama X y defiende X, donde hay millones de habitantes residiendo, frente a cualquier otro lugar que no se llame X. Y cree que tiene en común cosas por las que luchar con los habitantes de X que con todos los demás.
Si examinamos así al desnudo la estupidez (no es otra cosa) del nacionalismo y lo que representa para analizar la humanidad y su forma de mirar el mundo -y lo que deviene tenebrosamente de ello-, ¿cuánto no va a ser de real -y más de imbécil- el verse la generalidad de los vivientes sujetos a una amplia faja de 'iguales' con los que tiene que amarse, respetarse, y donde no caben otros que no son 'iguales'? O sea, mucho más diferentes (según la humanidad entiende en su cosmovisión exquisita que da cuenta de nacer de alguien muy cruel o muy estulto, ambas cosas diría yo). Esto es: todas las demás especies.
Igual que se puede rastrear la novela y la poesía por el lugar donde ha dado en nacer su autor, también se puede rastrear, con rotundidad, toda la literatura mundial y de todos los tiempos desde el lugar mental en que ha sido escrita: el especismo.
Así, si alguien de otro planeta tomase buena parte de lo mejor en literatura nuestra de todos los tiempos, sin saber nada del ser humano ni de este globo, le idea que se conformaría es, sencillamente, espantosa, sobre todo: falsa. Tendría una idea de que aquí habitan sólo seres bípedos, hombres y mujeres, que son el centro de un decorado en el gran teatro de esta tierra, y que lo demás, para éstos, es atrezzo, algo utilizable. Como en una novela de costumbres, el mobiliario y lo que se dice y cómo van vestidos los personajes, es mera anécdota para perfilar el espíritu: pero no es el espíritu.
Una gran estafa, una ignominia brutal nos trae la literatura humana mundial y de todas las épocas, porque cuando han nombrado a los animales no humanos ha sido desde la óptica especista: los caballos llevando encima a los hombres, los peces subiendo del río tirados por mortales cañas, los perros siendo pateados en pueblos por pobres airados, y disparados cuando enferman, como un hecho de bondad; los cerdos dibujados como algo que se come, la vaca lo mismo, los animales del monte dibujados como objetos de adorno y que se come.
Dirían, sobre esto: en la tierra las mujeres y los hombres poseen y habitan habitáculos distribuidos en forma de panal donde moran cientos de familias distintas, trabajan, hacen deporte, decoran sus casas con ornamentos donde meter todas las cosas absurdas de las que sólo usan el 10% en sus vidas (o sea sus ropas y los enseres cotidianos), los llaman muebles a dichos ornamentos; hay muebles roperos, hay mesitas a los lados de las camas donde duermen por la noche, hay muebles donde meten cientos de cosas distribuidos por todos sus hogares. Existen otros ornamentos (proseguiría el relato, esa civilización otra sobre nosotros), por sus crónicas estampadas en libros, que se desplazan, parecidos a las mesas, que tienen cuatro patas la mayoría, y parecidos a los sombrereros que tienen menos patas, otros; a esos muebles los llaman animales y o los usan para quitarles la parte de fuera (el revestimiento, lo llaman piel) y vestirse o sencillamente se los comen, o, raramente no se los comen y les dejan compartir vida en sus casas, a algunos individuos de esas especies no humanas, compartiendo sofá, y a veces cama, con ellos, sin comérselos ni retirarles el ornamento en vida del animal (la piel) para vestirse los habitantes de la casa con ellos. A esos muebles que se desplazan, que en ocasiones viven en lugares de vegetación, les disparan por placer en el monte, les retiran las partes de arriba (las cabezas) y las someten a un proceso de secado para después colgarlas como adornos en las paredes de las casas. Existe en la vida del humano (concluiría en su relato esa otra población de las galaxias sobre nosotros) una relación muy estrecha con esos ornamentos que se desplazan con patas móviles, porque en sus relatos, poemas y epopeyas aparecen sin cesar, mas, como se ha dicho, son usados de distintas formas y parecen tan útiles para los humanos como la madera de los árboles o los metales y papeles que siempre llevan encima y que llaman dinero.
Sí, parece una broma, pero es la entera realidad.
Por tanto, lo que alguien de otro planeta observaría al analizar nuestra gran literatura sería que aquellos que no tienen el gusto (ironía) de poseer nuestro idioma (sino el suyo, aunque el humano les niegue hasta esa posibilidad), no existen más que como adorno, y será (pensará esa civilización que nos examine a través de nuestros grandes poemarios y novelas y ensayos) porque, sin más, aquellos no lo merecen. Será porque algo habrán hecho para estar situados en ese nivel, será porque es así y es bueno: porque alguien que se muestra tan bueno como el humano cuando es bueno y le dan un Nobel -concluirán- no se le puede esperar que realice una argucia tan fatal como ningunear a millones de seres vivos, a miles de especies. Que no pueden ser seres vivos, no vivos del todo, creerán al analizar las novelas y las obras escritas por los humanos más famosos entre las culturas humanas, porque si fueran vivos, dirían con objetividad, si fueran vivos del todo, sería imposible que fueran usados de tales formas.
Se engañarían. No entenderían nada o resumirían el asunto como más o menos he indicado: epatando a los animales no humanos en nuestros afectos con el mobiliario casero y urbano.
Pero nosotros sí estamos aquí, hemos nacido aquí y sabemos de qué va la cosa. Cuando las primeras sufragistas feministas hicieron activismo duro y las mujeres comenzaron a exigir, y ya representaban "un problema", equipararse en derechos en esta sociedad a los hombres, se escribieron libros donde, 'científicamente', se explicaba por qué las mujeres no deberían leer ni estudiar (se decía que quedarían dañados sus aparatos reproductores), por qué no deberían usar la ficción, porque la mujer (y lo decía la Iglesia católica) ya es tendente a albergar el mal (más que el hombre, mucho más), la ficción sólo puede hacer empeorar (decían) este aspecto. Por eso era una malísima idea que salieran de casa. Y ¿votar como los hombres? ¡Imposible! Porque todos los tratados sobre la inteligencia, el estudio, todo lo que se sabía hasta el momento por los libros era que la mujer no poseía cualidades intelectuales suficientes para tomar decisiones. Etc. Esto ha ocurrido, fue realidad. El caso de las hermanas Bronte escribiendo novelas en su tiempo en que la mujer no significaba nada en una sociedad dominada por los hombres, fue una de tantas anomalías; la propia Emily Bronte hubo de publicar su primera novela bajo un seudónimo: un nombre de hombre. Sólo cuando su fama se elevó hubo de decir que las novelas eran de ella, no antes.
Hoy, cuando parece que los derechos humanos y del humano en sociedad (la justicia social) está sobre la mesa, se ha legislado sobradamente sobre ello, contra el racismo, contra el sexismo, contra el machismo, contra la homofobia... todavía colea y coleará el tener en cuenta en nuestra visión y respeto del mundo, a las otras especies, a las hembras y machos de las demás especies. Los otros pueblos. Las otras naciones. El resto del mundo vivo lleno de individuos cada uno diferente al otro e insustituible en la rueda gigante de la vida.
¿Es necesario decir que amo la literatura, que amo la gran novela, que amo la gran poesía? Creo no es necesario.
Con la literatura humana y su gran fallo (que ha de reparar) me pasa como me pasa (en pequeño), por ejemplo, con el poeta anarquista Jesús Lizano, uno de los mayores adalides por las libertades entre humanos y de los humanos en el mundo, pero quien cuando le hablé de las otras especies no supo qué decir, más que nosotros somos mamíferos y eso tenemos en común con algunas especies. Pero él, por supuesto y como es de esperar en la mayoría de los poetas, incluso anarquistas, comía carne, animales, sin reparo. Personas que repudian la injusticia con toda su alma (doy fe) pero son miopes en tanto esa injusticia se perpetra fuera del arco de lo humano, y no por otros: por ellos mismos.
Se dice que a los personajes históricos hay que analizarlos en su marco histórico y es cierto. Pero también es incierto en parte. En la era de los filósofos griegos, los animales no eran objeto de reflexión profunda, porque eran inferiores a los humanos, no obstante Pitágoras ya se opuso a ello. En toda época hay ejemplos de mujeres y hombres que han alzado la voz - hay que decirlo- respecto a la gran usurpación, a la gran mentira, al ninguneo que se ha ejecutado con las otras especies que no son la humana, en todo, en las leyes, en la cultura, en las artes...
Estimo que con la llegada de ciertas obras de corte animalista, donde los animales aparecen por fin como son y en sus hábitats y reflejados con sus amplios espíritus y sinsabores y anhelos y alegrías y sueños, se plasmará una gran franja de luz entre la literatura antigua, especista, y la moderna, no especista, yo llamaría a este proceso la era de la gran reparación, por comenzar a apuntar cambios, pero la enunciación es mejorable.
Que los animales no humanos no puedan leer nuestros libros, y no se hayan quejado hasta ahora de cómo han sido reflejados en ellos siempre, no quiere decir que un daño descomunal no se haya producido. Ellos leen las hojas de la rama que agita el viento, las aguas del río, el rumor y temperatura de la brisa, arañan la tierra húmeda y 'leen'; en lo puro natural hay libros más importantes y eternos que los que jamás podamos escribir nosotros. Y lo más bochornoso y que nos debería hacer meter la cabeza en un agujero de la tierra: en los libros naturales también aparecemos nosotros.