Yo, Grabois, príncipe de los carreros
Mi nombre es Juan Grabois y lucho por los pobres. Por los más desfavorecidos. Soy fundador del CTEP y dirijo MTE (movimiento de trabajadores excluidos) y FADYR (federación argentina de cartoneros y recicladores).
¿Por qué?
Lo explico en la revista Marcha: "En la Argentina más de 100.000 trabajadores cartoneros están sometidos a un régimen de trabajo que atenta contra los derechos laborales elementales que debe gozar cualquier argentino. Cartonear es sinónimo de dignidad pero también de jornadas agobiantes, problemas de salubridad, accidentes de trabajo, discriminación." ¡Pobres míos, hay que ayudarlos!
Agradezco infinitamente el apoyo mostrado por Libera, a través de la representación que ésta tiene en Argentina con Fruitos, al ayudarme a resumir lo que siento sobre la TAS (Tracción a Sangre), ellos crearon el gran lema: que la prohibición de los carros arrastrados por caballos supondría una "criminalización de la pobreza".
Me achacan incongruencia al frenar la prohibición de la tracción a sangre porque, dicen, eternizo a esos niños obligados a trabajar sin escolarizarse. El sector animalista me ataca con los caballos, que alegan sufren y que tienen derechos.
Abrazado a Libera estamos en pugna para que la prohibición de la TAS no entre en la reforma de la ley 14346. Son muchos los panes que esto lleva a las casas. ¿Que lo hacen con caballos? ¡Propiedad de ellos son!
¡Aquí cada uno gana su dinero como sabe!
La gente se sorprendió que acompañase a Cristina Kirchner a los Tribunales cuando fue citada por el juez Claudio Bonadio en Comodoro Py, por la causa de los cuadernos de la corrupción. Cristina y yo somos muy amigos, cuando estrechamos las manos nos las pone doradas el sol de Argentina a ambos.
Ahora que creo pocos me escuchan diré algo sobre aquellos niños cuya desescolarización, al defender yo el trabajo de carrero, cargan sobre mis espaldas. ¡Iban a estar así de todos modos, la mayoría provienen de Villas Miseria! Y, en fin, así adquieren un oficio enseñado por sus propios padres. Una ciencia. Un futuro. Temario: "Hijo:
-Cuando el caballo se detenga y se enrabie a no seguir, en el suelo: unos buenos palos en la nuca, ellos recuerdan su pasado cuando eran libres a miles en la Pampa, su mayor predador los cazaba así, agarrándolos por esa parte, del miedo se levantan.
-Si ni así, mano de santo: un palo bien metido por el ano, se levantan como flechas.
Y prosiguen."
Yo soy un gran reformador social, me vuelco y vierto toda mi alma enamorada del vulgo, en los más desfavorecidos. Soy un héroe para los carreros, casi un dios. Los he acompañado en protestas y recuperaciones de caballos a Fiscalías, cuando éstos les eran robados por una ley que atiende, ya ves, a los animales. ¡Si sólo son HERRAMIENTA!
Entre otros, entramos a saco en los Tribunales de Quilmes, armando una gorda, producimos el corte de la avenida Hipólito Yrigoyen, entre tanto otros generábamos un sindiós en los juzgados.
Los carreros son temidos y así ha de ser.
De crecer el poder animalista y sus pretensiones de robarnos a nuestros "compañeros de trabajo no humanos", queda cojo el invento. Por eso debo ser más grande de lo que soy, más aún que hombre, ascender a Dios. ¡Grabois, el Dios Helios, coronado con la brillante aureola del sol, conduciendo un carro tirado por caballos, por toros solares, por el cielo cada día hasta el Océano!
Me hizo gracia un texto que me pasaron de un poeta español, Ángel Padilla creo se llama, ese texto lo había publicado en las redes; en ese mensaje, como si el poeta fuera un nigromante con capacidades mágicas grandes, me deseaba que una buena mañana despertase en un sueño, un sueño eterno: Que "tengo cuatro patas. Camino sobre ellas, mi cuerpo es un tumulto de enfermedades y abismos, daño sin esperanza, y grito, ¿quién escucha a los caballos? Jadeo (¡por dios, ya estoy en el sueño!? ¡Así lo vivo!), jadeo hálito en llama, la sed, llevo horas arrastrando el carro, ¡pero si yo no soy un caballo, soy un hombre! No. Agacho el hocico y me miro, estoy, soy, caballo... Intento explicarle al carrero que estira con malas maneras mi cabeza con las cinchadas riendas y a mi lado derecho no deja de gritarme. Decirle quién soy. Es estúpido. Debo asumirlo. Soy caballo, de arrastre. Dentro de la mecanización del proceso cerrado de la TAS. ¡Que tan bien la conozco! ¡De aquí no se sale vivo! Las piernas me tiemblan tanto que ando a bandazos y como bailoteando, a golpes, a fustazos, no cesan, caigo, al caer noto cómo se me enredan anormal y dolorosísimamente las patas, hasta yacer en el asfalto de lado, fluye la sangre por mi hocico, cierro los párpados, al fin quieto, aunque mi cuerpo sea un hemisferio de colapsos. ¡Pero...! El... muy miserable me está metiendo un palo por el culo! ¡Ah...! ¡Duele como morir...! Basta. Me levanto, caigo varias veces hasta que logro pararme, hoscilante, mareado, roto, ¡dame agua!, le suplico al ver que él bebe de una botella de plástico llena de agua fresca, ¡soy el más desfavorecido entre los más pobres!, él no me oye ni quiere; brama algo y me asesta en la cabeza puñetazos. Otra vez el palo entrando allá detrás, lloro de dolor y de sentido de injusticia y estiro, el carro anda, yo ando, todo marcha. Logro, con fuerzas que no sé de dónde saco, ir a buen ritmo, pero no le son suficientes a mi maltratador, que me golpea por inercia; las múltiples heridas en mi cuerpo, abiertas y sin curar: nidos de moscas que arden como hogueras... Tengo cuatro patas. Camino sobre ellas, mi cuerpo es un tumulto de enfermedades y abismos, daño sin esperanza... y grito, ¿quién escucha a los caballos?..."