Yo, Freddie Mercury
"Anthophila", ensayada mil veces, listo todo el grupo, a punto de salir al escenario, yo, Freddie, estoy haciendo ejercicios de voz para poder iluminar con la inimitable energía musical de Queen el escenario y a los miles de fans que nos esperan, emocionados hasta el paroxismo.
Salimos del enjambre para ser obreros, obreros de la música. Levantamos catedrales de ilusión, que nunca caen, perpetuas.
Hemos creado canciones eternas como "We are the champions", "I want to break free", "Don`t stop me now" o "Bohemian Rhapsody".
Extraño, ¡un nudo en el estómago! Todo mi público, miles, una anchurosidad de cabezas inaprehensible ni con la mirada a lo ancho y a lo largo, baja el público por la forma del suelo y luego sube hasta muy arriba, a lo lejos, parecen millones, no miles, de cabezas, pero no levantan los brazos como siempre: están de espaldas.
Todas, todos, sus espaldas.
Miro a Brian May, que tiene la misma cara de espanto y sorpresa que la mía. Pero el show debe seguir, somos profesionales. Me siento ante el piano, John Deacon me mira como si fuera idiota. El público estático, mirando completamente al otro lado de nuestro escenario.
¿Qué hacemos? Comienzo a tocar, esta vez pedí que el piano fuese de color blanco margarita, quería mostrar la belleza de la vida, de esta luz, y lo triste que sería perderla, pudiendo reparar lo que sea para evitar daños, y al final la muerte. Las teclas son naranjas. El cielo arriba no es azul, como antes en los grandes conciertos, tiene un color sucio y cadavérico, los músicos comienzan a toser, yo también, nuestros instrumentos son como movidos por un viento y algunos caen y se rompen en trozos en el escenario. "The show must go on", comienzo a cantarla, me tiembla la voz, jamás me ocurrió, me ahogo, Roger Taylor ha caído con la cabeza encima de uno de los tambores de la batería.
Mi voz suena tan triste, en una canción tan hermosa, tan... bruna... y antes de caer al suelo, sin hálito veo, atónito, cómo el público ha caído por completo al suelo, cada individuo, un genocidio de miles, cuerpos caídos sobre cuerpos, muero viéndome los brazos levantados temblándome, yo, la abeja Mercury...
NOTA: Las canciones de Queen nos quedarán para siempre, pero hay otros y otras músicas en este mundo, que fabrican constantemente hists, éxitos mundiales, melodías diarias sin las que -éstas sí- todos moriríamos.
Murió Fredy y nos queda su música.
Si mueren las abejas, moriremos todos.