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Per Ángel Padilla
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Consideraciones sobre «La Bella Revolución» IV

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    Consideraciones sobre «La Bella Revolución» IV- (foto 1)

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    MANIFESTACIONES DEL ENCLAUSTRAMIENTO

    Todo ser vivo que es encerrado, sin contacto con el exterior, durante largo tiempo, sea animal humano o no humano, comienza a sufrir y a experimentar una serie de situaciones, físicas y mentales, que lo van degradando mortalmente. El estado de reo es contrario a la vida, a su naturaleza toda y sus imperativos; por ello, la degradación, muerte lenta, de todos los circuitos de la vida en los cuerpos y mentes de los condenados a claustro, según cada individuo es algo distinto, pero en general, siempre llevan, primero a la muerte mental, y después a la física. A la física entendiendo, entre otras cosas, que la vida natural que le sería dada en libertad al condenado, se reduce en muchos años en una celda, jaula o estrecho espacio en estado de hacinamiento en naves u otros lugares de detención y esclavitud.

    Los condenados por la ley humana, por diversos delitos, en la cárcel manifiestan, al pasar de los años, conductas y pensamientos no naturales, enfermos, dementes. Se experimenta una serie de distorsiones afectivas, cognitivas, emocionales y perceptivas, en el estado de privación de la libertad. Pero citaremos sólo los que experimentan aquellos casos de encierro permanente en la celda, los casos FIES (siglas de Fichero de Internos de Especial Seguimiento), de presos considerados muy peligrosos incluso para el resto de la población penal.

    El preso ha de sufrir, en primer lugar, el despojo de símbolos exteriores familiares y propios, lo que supone una enajenación mayor en ese lugar no conocido y una extranjerización del mundo, de la vida toda, al haber perdido los símbolos de referencia afectivos y de la propia memoria del día a día. Se pasa de un mundo a otro, como una nave espacial que en un segundo te traslada, de un paso que sube a un suelo a otro paso que baja a otro suelo, de estar bajo la luz del sol a la situación de prisionalización.

    Los expertos en este terreno diferencian entre una prisionalización leve y una profunda, denominada institucionalización: el preso, de tan reiteradas sus estancias en ambientes carcelarios o de tan larga su condena allí, se convierte en ladrillo de pared de prisión, en voz del carcelero, en gozne de su puerta, 'ya no soy yo soy lo que me apresa'.

    En prisión entran delincuentes primarios, que no se adaptan con facilidad al régimen carcelario; ocasionales, que pueden adaptarse porque entienden que cometieron un error puntual y que, pasada la pena, aquello no va con ellos y pasarán por aquel territorio de la mejor forma posible, pero luego está el delincuente habitual, aquellos que consideran el crimen como un estilo de vida y las actividades ilegales les reportan una mayor satisfacción que ceñirse a vivir cumpliendo las leyes y normas humanas.

    Es de lógica pensar que, a mayor tiempo de estancia en prisión, mayor será el grado de prisionalización. Por contra, ayuda mucho para no necrotizarse en ese estado la cercanía o lejanía que tenga el preso su día de salida de la cárcel, o cualquier plan B que en su cabeza el reo haya generado para soportar el claustro: la huida, la condonación de su pena mediante indulto, incluso el suicidio, etc.

    Los animales no humanos padecen inmensamente más el estado de reclusión al que los aboca el ser humano, en las distintas cárceles preparadas para ellos en las ciudades, pueblos, países, campos, toda la tierra está llena de trampas y de captores para ellos, sin haber cometido ninguna pena, sin haber hecho nada malo ni contrario a moral ni a ley, sin juicios, son conducidos al confinamiento, situación que desconocen, y para colmo, al no saber qué ocurre, como le es de derecho a todo preso humano, el valor de su prisionalización es infinitamente más lesiva, porque piensan que estarán allí para siempre, y cuanto más tiempo pasan encerrados con más certeza sienten punzantemente que estarán allí para siempre, un siempre con una eternidad abrasiva. No existe en la naturaleza una situación parecida a la reclusión a la que lleva el animal humano a los no humanos; existen animales que usan a otros para alimentar a sus crías, encierros diversos de unos a otros pero siempre con fines alimentarios, de mera supervivencia. Un encierro en el que se alimenta al encerrado, para que en esa situación de confinamiento que no comprende, se le reporta comida y agua para que no muera y un permanecer en esa situación de emparedamiento interminable y sin conocimiento de un por qué, es insólito en la vida toda. La ha creado el humano.

    La ha creado para los delincuentes humanos, como mal menor. Por las penitenciarías del mundo entran y salen delincuentes comunes cada día. Mas se estima, por la estadística y por puro sentido común, que para los delincuentes ocasionales, la cárcel opera como un castigo lo suficientemente hostil como para que, dicho individuo, evite realizar cualquier acción parecida a la que le llevó a la cárcel, para no padecer lo mismo nuevamente; esto no significa, como siguen creyendo los expertos en este terreno, que la cárcel funcione como un elemento social educativo, pues en los casos de delincuentes más peligrosos, hablamos de los que lesionan leve o gravemente la integridad física de las personas y animales, la cárcel no educa, porque las conductas delictivas criminales son siempre reiteradas y no se conoce violadores ni criminales que, fuera de la cárcel cumplida su condena, expresen que el confinamiento les educó para algo. Lo máximo que se puede decir es que el criminal, por llamarlo de alguna manera, ocasional -esto es: el que mata por dinero o el que en una pelea, ésta ha devenido en una situación no deseada para ninguna de las partes-, ha pasado tantos años encarcelado por realizar un movimiento vital execrable, que en su momento por situación gravosa o por ganar dinero, le pareció valía la pena; luego, sopesando las consecuencias que pueden devenir de actos como el que le llevaron a penitenciaría, sienta que no hay dinero suficiente que lo convenza de que vale la pena caer en el mismo error. Sencillamente, ya vemos, el individuo no se convierte en mejor persona por su paso en la cárcel en este tipo de delitos, sencillamente comprende que caer en ciertas situaciones o realizar determinados pactos, que sigue pensando no son para tanto, no le compensan dada la penalización caso de ser apresado por ello.

    Aumenta el nulo valor 'educativo' de las penitenciarías en los criminales reincidentes, en los psicópatas. La historia está plagada de casos de violadores, descuartizadores, asesinos en masa, que nunca cambian su forma de pensar; lo suyo es una pulsión, gravísima, que les reporta un placer inmenso y por cuya satisfacción, pagarían mil años en prisión, hasta con la muerte. Se ha comprobado que en los países que hay penas más largas para los criminales e incluso penas de muerte, los crímenes y los criminales no experimentan una bajada en los sucesos del país en cuestión. El castigo no arredra a un asesino verdadero, funcional, constante. Nada lo arredra. Su estado vital es el de matar, someter, doblegar, violar, dominar y destruir a aquellos individuos humanos que le son de obsesión a su mente cazadora, prostitutas, niños, ancianos, jóvenes...

    El preso padece ansiedad a altos niveles. Despersonalización, pues pierde la individualidad en un ambiente en que, ésta, no puede desenvolverse como le era natural en su vida anterior a la red o a la trampa.

    La pérdida de la intimidad es uno de los elementos más lesivos para los cautivos. La convivencia forzada con otros internos, no poseer nada de tiempo para concentrarse en sí mismos, agravándose todo esto si el ambiente es violento y la seguridad está en juego.

    En las penitenciarías humanas, donde, insistimos, como mal menor, son legales y apartan, por amparo de las posibles víctimas, todo preso, si entendiéramos que cada juicio que lanza a un individuo a la cárcel por corto o largo tiempo, ha sido una condena justa -no lo entendemos así, la justicia casi nunca es justa, pero este es otro tema que aquí no interesa intentar resolver-, decimos, todo preso tiene sus obligaciones pero también sus derechos. Si se teme por la propia vida, ante los otros residentes, en un ambiente en extremo violento, están los funcionarios de prisiones, armados, que aplican represión y violencia en caso de algún ataque de un preso a otro, o al menos eso intentan, o eso dicen que intentan, 'salvaguardar la paz en las prisiones'.

    (En el momento en que esto se escribe, año 2022, la población reclusa de EE.UU supera los dos millones de individuos; la población reclusa en China casi llega a los dos millones de presos; en Reino Unido hay 85. 743 personas presas; en México, 256.000.)

    Pensemos en los establos de hacinamiento de vacas, cerdos, gallinas, donde por ejemplo a las gallinas se les corta el pico porque, por el enorme estrés que les produce la situación de no poder moverse encajadas entre cientos de otras gallinas igualmente aterradas a ellas, no se encuentra cura ni reparo para nada.

    En las cárceles humanas, donde los delincuentes se entiende que han sido encarcelados por haber cometido un agravio, por haber sido violentos, etc., los reos pueden escribir cartas y recibir palabras del exterior. El contacto con el exterior, con esto, no se rompe del todo. Se dispone de ropa limpia, de mudas, de duchas para conservar la higiene, parte consustancial al sentirse, como poco, algo estable mentalmente, el catre también ha de estar limpio y el cambio de sábanas cada tiempo determinado dota de algo de humanización a la muerte en vida del encierro de un humano que ha cometido un delito y es apartado de su familia y conocidos (hasta el momento de sus condenas donde disfrutan de vis a vis). En fin, los presos humanos, aun los más peligrosos, aun los que han cometido horrores mayores, son tratados con un mínimo de atenciones, salubridad, contacto con el exterior, incluso ocio, libros, gimnasio, etc.

    Los no humanos confinados como reos absolutamente inocentes, porque nada han hecho más que nacer cebras, leones, orcas, gallinas, corderos, palomas, son arrancados de golpe de todo su entorno, afectivo y ambiental. Y no sólo no disponen de las prebendas expuestas antes de las que tienen disfrute los monstruos más grandes que genera la sociedad humana, en su seno, sino que, por contra, exentos de ellas, además, son maltratados, por encima de ese maltrato del hacinamiento y la insalubridad, en las malditas granjas industriales de los animales que se destinan a la -insana, cruel- alimentación humana.

    Numerosas granjas investigadas con cámara oculta muestran operarios pateando caballos, vacas, chafando pollitos, pinchando cerdos con hierros en punta y pegándoles de todas las formas imaginables sin razón alguna, sólo por mero disfrute en distintos momentos de sus turnos laborales en esos barracones tan similares, si cambiamos animales no humanos por judíos, a los campos de concentración nazis.

    Si la cifra más alta de reclusos en un país que antes habíamos reflejado era unos dos millones, no hay comparativa posible con los condenados no humanos, siempre inocentes, por todo el mundo. Se estima que 53.000 millones de animales son reos y posteriormente asesinados cada año en el mundo, hablamos en esa cifra de los destinados a la alimentación caníbal y cruenta, e insana, del humano. Imaginemos añadir a esa cifra el resto de enormes cifras de los animales que mueren en vida encerrados en los miles de zoos de toda la tierra y países, los usados para fiestas y divertimento -seres de los cielos, del mar, de las montañas, seres sacros de todas las partes vivas de esta gran tierra-, los utilizados para ropa, por sus pieles, los utilizados en los laboratorios de experimentación animal... Alcanzamos, en la totalidad de animales enjaulados, en este instante, en esta tierra de tristeza y dolor inefable, una cifra incalculable, inimaginable. Schopenhauer no exagera cuando dice que “El hombre ha convertido la tierra en un infierno para los animales”; además de apuntalar también esta verdad meridiana: “Si hablamos de moral, no tener consideración por los animales es una doctrina repugnante, grosera y llena de barbaridades”.

    Pero volvamos a los estados mentales que experimenta el preso humano de larga duración: llegan a incluso sufrir alucinaciones, sin más referencia visual, estética, que cuatro paredes; las autolesiones son frecuentes, se disloca el sistema motriz, en ese lugar tan reducido y los mareos y la visión a larga distancia se ve afectada. Los pensamientos de muerte y suicidio son constantes, y muchas son las veces en que el preso consigue su objetivo, los suicidios en las cárceles son moneda corriente, cosa aceptada como no anecdótica sino que entra dentro de la normalidad de los acontecimientos anodinos de las prisiones, el que cada cierto tiempo se conozca el ahorcamiento de tal o cual desgraciado.

    Los animales no humanos reos muestran conductas en lo físico alterado por lo alterado mental, conductas mucho más brutales y destructivas. Los suicidios son constantes, golpeándose contra paredes y barrotes, o mediante fagocitación, de miembros, lamidas interminables de heridas que nunca sanan, enfermen y mueren. Las conductas antinaturales más luctuosas de los animales confinados son las estereotipias: conductas repetitivas sin aparente sentido alguno, devenidas del estado de aislamiento resultantes de problemas neurológicos y/o de estrés inacabable. “Pacing” es la estereotipia de bautismo anglosajón que describe a un animal que se desplaza siguiendo siempre el mismo recorrido, repetido una y otra vez. A veces el animal, en algún punto del recorrido, habitualmente el mismo, realiza un determinado movimiento, y vuelta a empezar. Los animales realizan movimientos repetidos con la lengua, sin objeto alguno o muerden determinado objeto repetidamente. También en ocasiones, estando el animal parado, sin desplazarse a ningún lugar, mueve su cuerpo adelante atrás, o como quiera que le dé, son sin duda rituales desbocados de un cuerpo cuya mente no puede soportar un intenso estrés y la ansiedad mueve sus partes, para que ésta se libere, en forma desordenada y, visto desde fuera, el animal, tristísimamente. [Dirijo al lector a mi novela aún inédita 'Humanzee', donde aparecen ciertos personajes humanzees manifestando los desórdenes del confinamiento.]

    También se asean y acicalan mucho más de lo que lo harían en su ambiente natural y libre, hasta causarse alopecia y problemas graves de piel.

    En los zoológicos todos tenemos en la mente la estereotipia del león dando vueltas por el pequeño recorrido de su jaula, dando vueltas cerca de los barrotes; en síntesis, estos comportamientos demenciados son resultantes de individuos que sienten la imposibilidad de realizar las conductas normales de su especie. Las estereotipias de desplazamiento son especialmente frecuentes en aquéllas especies de carnívoros que en condiciones naturales recorren distancias muy grandes.

    Los animales que ya nacen en la cautividad, por desarrollarse desde los primeros días y meses en dicho ambiente estresante, son más proclives a desarrollar rituales mortificantes, afectados sus sistemas nerviosos centrales. Además, por mímesis al ver a sus pares adultos realizando estereotipias, la facilidad para desarrollarlas ellos también por asimilación es palmaria.

    Para los estados de depresión y melancolía los psicólogos y psiquiatras una de las primeras cosas que recomiendan es el deporte, los largos paseos, el aire y el sol. Con prioridad de importancia para los deprimidos el caminar o el correr. Se pide al enfermo realizar cada día largos recorridos andando. Porque el estatismo mental lleva a una parálisis corporal. Quien no sale de casa, por un autoimpuesto enclaustramiento, acaba teniendo problemas de memoria, de imaginación, de la creatividad más básica, todo en sus sistemas mentales va ralentizándose, la mente necesita el exterior. Por igual el cuerpo, al no moverse lo suficiente, se ve afectado desde la parálisis de la mente. Cuerpo detenido, mente detenida y a la inversa. El estatismo lleva a la muerte. La vida es movimiento y danza. La situación de claustro, de territorio minúsculo donde no poder mover cuerpo ni mente, es el peor infierno que puede padecer un ser vivo.

    Para el humano se crearon las cárceles como lugar donde apartar individuos peligrosos para el resto, condenados por un juez. Lo profundamente injusto y que hay que reparar es la detención, encierro y maltrato (y crimen) de individuos, billones de animales no humanos, en el mundo conducidos a la oscuridad y a la cadena por la especie que se considera la civilizada, es el mal mayor que esta especie nuestra ha cometido en todo su paso por este planeta y bajo este cosmos.

    Holocausto. No hay otro nombre para esta ignominia.

    El secuestro masivo de millones de judíos perpetrado por los nazis en la segunda guerra mundial, entre otras identidades raciales no necesariamente judías -consúltese la historia del nazismo-, que también fueron conducidos en contra de su voluntad a los campos de concentración nazis, donde permanecieron en un hacinamiento e insalubridad innombrable hasta que, en un momento determinado, eran conducidos a las muertes más cruentas, aturdió al observarlo en toda su extensión de verdad al mundo cuando los rusos entraron en Alemania y liberaron a los judíos, esqueléticos y con unos ojos hundidos en caras cadavéricas bajo un sol que ya casi no recordaban, nos miran desde las fotos en blanco y negro de la época, cual muertos salidos de sus tumbas. Algo así no debió ocurrir nunca. Se realizan conmemoraciones de esta tragedia monumental, de esta injusticia sin nombre, de la que los países limítrofes con Francia y los restantes tenían noticias de que adonde eran conducían los judíos no era precisamente un lugar agradable; se sabía que no era bueno su destino. Se rumoreaba, por testigos presenciales, que morían en cámaras de gas. Pero todos callaban, preferían no saber. Quizá los rumores fueran falsos, abultados, se decía. Cuando se descubrió que los nazis fabricaron con la grasa de los cadáveres judíos jabones, con sus cabellos pelucas, con sus dientes de oro, joyas, con sus epidermis lámparas y con sus manos disecadas, pisapapeles... el mundo entero fue recorrido por un escalofrío intenso que llega hasta nuestros días; que incluso un tal Mengele experimentaba con niños arbitrariamente, sin sentido alguno siquiera, inyectándoles venenos, cosiendo unos a otros, en operaciones de pesadilla, a ver cuánto duraba una herida sin curar o un niño con el brazo recién cortado...

    Cuando se realiza una trata con seres vivos a los que se despoja de todo derecho y se desprecia hasta lo más bajo, todo cabe. Nadie, por igual, quiere ser informado sobre la realidad de los animales en sus claustros impuestos injustamente, de los martirios diarios a los que los someten los operarios de las industrias, de las formas en que, una vez ya se les supone listos para morir para ser comidos por los humanos, o porque son animales de uso, del uso que el propietario humano obligue a tales o cuales animales, son asesinados de la forma menos piadosa y más cruenta posible.

    Existe una reglamentación para las ganaderías industriales, eso dicen los denominados bienestaristas, sobre los que hablaremos más adelante. Unas normas, una praxis, para lo que llaman el “bienestar animal”. Sí, han colado ese concepto en los infiernos. Tal cual se denomina a este infierno de edificios y de trampas y estafa de las ciudades y países, sociedad del bienestar, salvando las distancias menos dolosas para los humanos de lo que ellos mismos se buscan, los no humanos esclavos han de ser tratados bajo un régimen de “bienestar animal”, donde se dice cuánto espacio es el básico para que pueda darse la vuelta, entre otras cosas delirantes, o cómo ha de ser su “buena muerte”, que la hay, según dicen estos defensores de los animales, traidores. Una buena muerte, para ellos, es mediante el aturdimiento previo: consiste en un martillo percutor que el operario dispara, su golpe de acero, en el cráneo del animal, con el que se supone que éste cae en una inconsciencia absoluta mientras los operarios lo rajan y trocean, casi siempre colgados éstos de una pata en barras deslizantes donde van pasando de martirio a martirio. Por ejemplo, a los cerdos una vez degollados conscientes, colgados de una pata la máquina deslizante los hace bajar hacia un bidón de agua hirviente -a fin de que los molestos pelos duros de su piel y carne se fulminen y desaparezcan, escaldados, pelos que al consumidor le resultan molestos al comer sus trozos-, todo este pasillo de preparación del animal -está grabado, hay miles de grabaciones visibles en la red- donde el animal todavía sigue consciente, parpadea, con la boca chorreando sangre como una fuente, se bambolea, mueva la boca y la lengua, vacas, cerdos, caballos, corderos, peces... No existe muerte indolora para ningún animal destinado a la alimentación humana.

    También se habla de 'bienestar animal' en los laboratorios de la estafa de la vivisección como ciencia, bienestar animal un gato con un aparato de acero que le atraviesa mediante un grueso tornillo de parte a parte el cráneo, bienestar animal el de un beagle al que le es introducido en los pulmones humo de tabaco sin descanso hasta que sus pulmones se deprimen, enferman y el animal muere, con bienestar animal y con bienestar animal se realizan 'experimentos' sobre los efectos del fuego en la piel -muy interesante, cuando la piel humana es, dicen (y qué término más científico y serio -ironía-!)-, 'similar' a la humana, en los que se les dirige un lanzallamas al cuerpo que se le abre con un gran agujero sangrante mientras los animales chillan y lloran horriblemente con 'bienestar animal' con normas revisadas humanitariamente por la directiva europea blabla.

    El holocausto animal, además, no sólo se cubre de un velo de oscurantismo -los mataderos siempre están lejos de las ciudades, los laboratorios mengelianos de vivisección...-, sino que, en los anuncios televisivos, por ejemplo, de la leche, se ven vacas paseando ufanamente por verdes valles, todo en una estafa desgraciada y repugnante que los consumidores saben que lo es pero prefieren creerse el cuento dulce de la mentira.

    Acercarse a un matadero de cerdos es una experiencia tremendamente perturbadora, los chillidos de los cerdos rompiendo los cielos sin cesar, a cientos, estremece al más curtido o frío, gritan INJUSTICIA pero nadie quiere escuchar. Dicen: 'no tienen idioma'. Dicen: 'son nuestros'.

    Los jefazos de los que sobre los animales humanos que dicen de los no humanos “son nuestros”, a su vez, junto al tío Sam, al que abanican, dicen “son nuestros”. Y el del gorro de chistera más alta dice, fumando el mejor puro de la historia, “todos y todas son mías”, y les echa el humo pestilente y denso en los rostros y los amos del mundo y de todas las penitenciarías ríen, tras esa patina de humo, lúgubre, atrozmente, con muecas de muerte, con ojos sin vida, fantasmas, castillo de espectros con paredes azules que se extiende a todos los horizontes, sus espectros se ven bajo la luz del sol, realizan sus espectrogénesis, en el mercado y en las casas, a la hora de comer, en la misa y en el parlamento nadie habla: sólo se oyen psicofonías, ellos creen son lenguaje vivo.

    La prisión, el confinamiento: el invento mejor y más perfecto que define al humano en su paso por esta tierra. Verdugo, carcelero, asesino.

    Enemigo.

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