Déjenme soñar en un mundo nuevo
Tras la crisis ¿nos dotaremos de suficientes camas hospitalarias, aunque se llenen de polvo, y con personal sanitario suficiente para futuras emergencias?
¿Discutirá alguien de que todo eso hay que financiarlo con impuestos y que la Sanidad pública debe de ser un bien colectivo necesario, prioritario e intocable?
En medio del rifirrafe político, en medio de las voces de quienes cargados de mirada partidista y mochilas de odio; de quienes levantan la voz e insultan con lenguaje soez, mientras callan sobre lo que nada dijeron en su momento sobre lo que se debía de haber hecho. En medio de pensamientos excluyentes desde donde pretenden emitir certificados de patriotismo y de españolidad. En medio del caos causado por una epidemia desconocida deberíamos partir hacia un mundo más justo, más humano, más solidario, más tolerante y con nuevas escalas de prioridades y valores.
La primera conclusión debería ser situar a la salud como un bien necesario, tal vez el primero, porque sin ella los demás bienes y derechos no tienen sentido ¿Estaremos de acuerdo en situar a la sanidad como el primero de todos los bienes y de dotarnos de tanta camas por 100.000 habitantes, tantos hospitales, tantos médicos, tantos... tanto dinero para investigación y que todo eso sea público y financiado con impuestos justos? ¿No es evidente que el único que está intentando hacer frente a la epidemia es el Estado, con el consejo de expertos y el trabajo abnegado de médicos y enfermeras de la red pública? ¿Nos dotaremos en el futuro de camas hospitalarias suficientes (aunque se llenen de polvo) y de almacenes de mascarillas, trajes, etc. guardados en depósitos para futuras emergencias? ¿Discutirá alguien de que todo eso hay que financiarlos con impuestos y que la Sanidad no puede verse, ni medirse como un negocio sino como un bien colectivo absolutamente necesario?
Tras la crisis deberíamos señalar como héroes a médicos e investigadores, limpiadoras, repartidores, etc. que dedican largas jornadas a tareas mal pagadas y peor valoradas. Y pensar lo mismo de quienes cuidan a la naturaleza para extraer de ella los alimentos. Ellos y mucha gente desconocida, deberán los modelos, y la sociedad debería valorar su trabajo y considerarlos como héroes, dejando como actores secundarios a quienes tienen la habilidad de introducir una pelota en una red o correr más encima de una moto.
¿Será el momento en el que el ejército, los ejércitos, concluyan que los enemigos son otros y que para luchar contra ellos no sirven las sofisticadas armas con la que se han dotado?
En el nuevo mundo que pugna por nacer habremos de dejar de buscar la felicidad en tantas cosas inútiles que compramos y que renovamos demasiado a menudo. La felicidad existe en la explosión de la primavera, en contemplar a las abejas visitando a una y otra flor. En hermosos amaneceres y atardeceres. En el silencio. En el respeto y el amor a los demás. En tomarse despacito una infusión. En una lectura, en un paseo, en tener al lado a seres queridos.
En un mundo nuevo que pugna por nacer, si necesitamos menos cosas habrá menos puestos de trabajo pero romperemos el círculo de ganar más para comprar más y nos centraremos en repartirnos solidariamente, entre todos, el trabajo.
El nuevo mundo que pugna por nacer tropieza con quienes creen que las materias primas son ilimitadas; con los que no les importa que el planeta se convierta en un gran estercolero; con los que piensan que es normal y justo que haya acumulaciones de fortunas que solo les sirven para tapar su ceguera y satisfacer su egoísmo enfermizo que aplauden otros ciegos.
Déjenme soñar que un mundo distinto es posible. Déjenme creer que el odio y el insulto no volverán a tener cabida en nuestra sociedad.