¿Contra el capitalismo o contra el nacionalismo extremo?
Hace tan solo diez años, vivíamos un panorama económico radicalmente diferente al actual. Por las consecuencias de esos cambios, por las diferencias económicas y políticas verificadas, creo conveniente estas reflexiones que intento plasmar en este articulo.
Hasta diez años atrás, se habían dado unas circunstancias, una combinación de las mismas, que hicieron aparecer al capitalismo como un sistema en cierto modo benigno. Aunque no exento de sus contradicciones como sistema, basados en la propiedad privada de los medios de producción y cambio, y en la explotación del hombre por el hombre, donde el más rico es el explotador.
Las dos Guerras Mundiales en el Siglo XX, que devastaron al mundo y de forma especial a los pueblos y naciones del viejo continente, se habían terminado como instrumentos de la lucha por los mercados fundamentalmente y la configuración de un nuevo mapa de las naciones. Y fue a partir de entonces de los años 45, que se inició una etapa de paz y prosperidad social en Europa.
Años después, la caída del Muro de Berlín, había dejado al capitalismo como ganador de la “Guerra Fría”, contra el sistema de economía planificada soviética. El fracaso de estas economías fue evidente no solo en la Unión Soviética sino en todos los países de régimen comunista, donde se instalaron los principios de la economía de mercado.
Fue a partir de esas circunstancias, que la economía capitalista parecía haber entrado en una etapa de estabilidad y crecimiento indefinido. Y el llamado “Capitalismo Popular” parecía capaz de ampliar su base social a través de los Estados de Bienestar y con una creciente clase media patrimonial.
Pero esta visión aparente del sistema capitalista, no ha tardado mucho en desaparecer como consecuencia de la descomunal crisis financiera del 2008, que nos ha permitido constatar la enorme desigualdad y pobreza, que se había ido creando, y que la reducción de las concesiones del crédito y el endeudamiento familiar, habían escondido.
La gran Recesión posterior, no ha hecho sino, que empeorar esa situación.
Y como consecuencia, el descontento social con el sistema capitalista ha ido en aumento, no solo en España sino en todos los países de esta Europa, cada vez más en recesión, con más paro y donde las esperanzas de una salida a la crisis, no está desgraciadamente a la vuelta de la esquina. Y es que el descontento está justamente alimentado, no solo por la rabia ante unas políticas injustas, sino también por la inseguridad, la incertidumbre y por el miedo al futuro.
La pregunta que hay que plantearse, necesariamente es. ¿Qué riesgos corremos en España y en Europa ante todo ello?
Pues creo sinceramente, es mi opinión, que está sucediendo algo similar a lo sucedido en las primeras décadas del siglo pasado, cuando en circunstancias idénticas, los descontentos con el capitalismo, llevaron a la aparición de los populismos que en Europa derivaron en nacionalismos extremos y en fascismos de variado tipo. Adolfo Hitler y Benito Mussolini, fueron los resultantes evidentes de esas circunstancias.
La sociedad liberal se derrumbó. Sí pero solo después de dos grandes Guerras, y la democracia y una relativa igualdad retornaron de la mano de la socialdemocracia y los cristiano – demócratas que apoyaron un modelo de economía de mercado, pragmática con el Estado Social, como instrumento esencial para garantizar las oportunidades y la cobertura de riesgos sociales en los países de la Europa.
Hoy, al constatar el auge del nuevo “socialismo norteamericano de Donald Trump”, o el crecimiento de los populismos xenófobos de derechas en países como Austria o Francia, un temor recorre mis cinco sentidos.
Es el convencimiento de que estamos viviendo una efeméride inquietante. Pero si alguna cosa hubiera de sorprendernos en esta nueva reacción populista, xenófoba, nacionalista y neo-nazi, es que haya tardado tanto en aparecer. Porque las semillas estaban plantadas desde los años 90.
¿Qué ha fallado en el capitalismo actual?. Creo en mi opinión, que en dos cosas: Por un lado, los cambios dentro del capitalismo. Muchas actividades económicas han dejado de estar gobernados por las fuerzas de la competencia, y se han monopolizado, incluyendo las relacionadas con las nuevas tecnologías de las redes.
Y por otro lado, el equilibrio de poder dentro del capitalismo ha cambiado, en beneficio de las finanzas y de las grandes corporaciones multinacionales. La desigualdad actual, tiene su causa principal en esta monopolización y financiarización de la economía.
Y por otra parte, el clima de optimismo dogmático que dominó el análisis y la política económica. Ideas como las de un mundo plano y sin fronteras, la globalización como fuerza pacificadora universal, o los mercados financieros como nuevos dioses que disponen de toda la información para tomar decisiones racionales y sin riesgo, han llevado a una economía arrogante y vulgar. Una economía basada en un pensamiento abstracto, que por otra parte ha demonizado el papel del Estado Social.
Y además se ha producido un giro político de manera sorprendente para mí, en los partidos conservadores, que han dejado de serlo como antaño, y han hecho suyo el viejo ideal revolucionario del “progreso indefinido”.
Pero el proyecto “modernizador” que defienden hoy los partidos conservadores, no nos ha llevado a una sociedad de progreso, más bien es una bomba de destrucción del Estado de Bienestar construido en la posguerra, y que vale la pena conservar, aunque evidentemente hay que actualizar para que cumpla su papel en las décadas del Siglo XXI.
Las políticas de “ajustes y recortes presupuestarios” son hoy, los instrumentos directos para la destrucción del Estado de Bienestar, y al mismo tiempo suscitar la generación de un descontento social, que en general están capitalizando fuerzas “anticapitalistas” con las practicas de un populismo y nacionalismo extremo en demasiados países de la Unión Europea.
Pero conviene recordar que, ninguna de las crisis tiene soluciones mágicas ni automáticas. Su complejidad exige voluntad política y determinación de actuar unidos y a largo plazo. En mi opinión, ni planes B del ex - ministro Varoufakis, ni la salida del euro y de Europa que persigue Julio Anguita con su asesoramiento a Podemos-IU, son salidas válidas.
Si Europa quiere sobrevivir a la concatenación de las crisis que sufre, necesita un gran pacto transversal que la impulse para lograr un cambio del poder político mayoritario que hoy deciden en las instituciones Parlamentarias y en la Comisión Europea. Que en lugar de que sean los partidos de derechas y liberales que defienden los intereses del capital financiero. Sea una nueva correlación de fuerzas en los países de la U.E. favorable a la socialdemocracia y la Izquierda Progresista.
¿Qué hacer y cómo?. Tenemos dos opciones. La primera es dejarse llevar por el fatalismo de lo inevitable, no hacer nada y esperar a que los trenes del capitalismo y la democracia, choquen para que las cosas comiencen a cambiar. Es decir, confiar en que las fuerzas, (guerras y los conflictos sociales) que actuaron en el periodo de entreguerras para corregir las desigualdades, vuelvan ahora a hacerlo.
No me parece, que a estas alturas del Siglo XXI sean las guerras y los conflictos sociales, los que vuelvan a conseguir como antaño, que vayamos a salir del atolladero de la crisis.
La segunda opción es reactivar los valores de la sociedad liberal y los principios de la economía de mercado. Hay que preguntarse, en primer lugar, lo que nos une como sociedad, que Europa queremos, para regenerar el pegamento que en el pasado reconcilió capitalismo con la igualdad y la democracia.
Y en segundo lugar, poner en marcha una política radical contra las prácticas monopolistas que impiden la competencia, esquilman a los consumidores con precios de monopolios y profundizan la desigualdad.
Pero si en España y en Europa, la socialdemocracia y la izquierda real y progresista, no reaccionan, estaremos corriendo el riesgo de que los actuales desencantos y frustraciones en la sociedad, seran aprovechados para que crezca el populismo xenófobo, el nacionalismo extremo que con rasgos de un nuevo patriotismo como ya están presentes en los arcos parlamentarios de algunos países, se desarrollen los partidos y grupos Neo-nazis. Asi se empezó en Alemania y precisamente como consecuencia de la crisis de los años 30.
En estas circunstancias, el panorama “revolucionario de los anti-capitalistas, y grupos ultraizquierdistas” son los principales y primeros obstáculos a denunciar, combatiendo ante el conjunto de la sociedad las estrategias populistas, para rescatar a los ciudadanos y lograr su apoyo al restablecimiento de un modelo de sociedad más justa y solidaria.
Y en ese complicado proceso, el capitalismo seguirá con sus contradicciones, y estos “populistas neo-nazis” seguirán con sus pretendidas “revoluciones rompe todo”, para no construir NADA y conducirnos a ni se sabe. Y nos seguirán hablando de la crisis del capitalismo y de su fin, para justificar los estrambóticos cambios revolucionarios, a los que con ironía y con firmeza se les deben rechazar. Y decirles, que si, “el capitalismo tienen los siglos contados”. Pero mientras, hay que ponerse a trabajar decididamente la Socialdemocracia y la izquierda auténtica, para ir transformando esta sociedad, en una sociedad más justa y solidaria, en base a un proyecto reformista y transformador de la actual modelo de sociedad.
Ahora ante los comicios del 26-J, los españoles deberíamos iniciar con nuestro voto mayoritario al PSOE, al original partido de la socialdemocracia, el camino para resolver los problemas caseros, muy importantes y necesarios resolver. Pero al mismo tiempo, hay que alertar de los peligros “anti-capitalistas de los ultra izquierdistas” que hoy esconden en Podemos, proyectos para llevarnos al caos económico, social y político de un modelo de sociedad, que no es la que necesitamos para nuestro país.
Un partido político, sea de color ideológico que sea, de derechas o de izquierdas, que tenga como objetivo eliminar a otro partido, como es el caso de Pablo Iglesias y Podemos, cuyo objetivo hoy, es el “sorpasso al PSOE”, no merecen el apoyo popular, porque eso no resuelve nuestros problemas. De ahí que la denuncia y la confrontación con “el populismo extremo” es una necesidad vital, tanto en España como en Europa, porque solo nos pueden conducir a un modelo de sociedad radicalmente distinta a la que necesitamos en nuestro país.