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Per María José Navarro
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Personas sin hogar

    Se llama Julián y vive en la calle. Afable, campechano, con ganas de vivir, con la ilusión de encontrar un empleo que le dé para poder volver a tener un techo que le quite del frío del invierno y del calor del verano. Y con un colchón. Sueña con tener un colchón sobre el que soñar…

    Lo conocí el otro día, cuando participé como voluntaria en una iniciativa dentro de una Campaña Europea, Homeless Met up Valencia, para poder conocer la realidad de las personas sin hogar en nuestra ciudad. El propósito de dicha campaña, que se ha llevado a cabo en diferentes ciudades europeas, como Londres, Barcelona, Brno, Lyon y Copenhague, es contactar con esas personas en situación de calle y que no acceden a los recursos, para dar visibilidad su problema. Inspirada en la exitosa campaña de las 100.000 viviendas, llevada a cabo en EEUU y Canadá, aunque adaptada al contexto europeo, busca que las administraciones públicas sean conocedoras de la situación real de estas personas y así poder dar soluciones a la misma.

    Julián, como otros muchos, duermen (viven) en nuestras calles, plazas, patios, cajeros…

    Julián es una de las miles y miles de víctimas de esta crisis, compatriota nuestro, de mediana edad y cotizando toda su vida a la Seguridad Social, con trabajos estables… hasta que dejaron de serlo. Un mal día entró a formar parte de las listas del paro de nuestro país y poco a poco se fueron acabando los recursos… Como tantas otras personas que seguro conocemos, acabó su prestación por desempleo, acabó su subsidió, acabó con todo y tuvo que seguir viviendo…

    Las características de todas esas personas que viven en la calle son muy diversas, aunque tienen en común una, son invisibles. Y la invisibilidad es lo peor que le puede pasar a un ser humano. El hecho de pasar desapercibido para el resto de los mortales hace que sus vidas sean aún, si cabe, más tristes, más vacías, más alejadas de cualquier ayuda…

    Y en nuestra ciudad hay 400 (tal vez más) personas invisibles, los nadie, como diría Galeano, que viven (y mueren) en nuestras calles. Sí, se mueren en las calles de la misma manera en la que viven, sin que eso le importe a nadie. Y es que vivir sin un hogar les recorta la esperanza de vida en 20 años. Esto es tan absurdo, como tan fácil sería cambiar su situación, con los miles de pisos vacíos que existen en nuestra ciudad. Esos pisos que se quedaron los bancos y que tal vez, en algún momento de su vida, hayan sido de su propiedad…

    Sin embargo, ellas siguen en la calle. Comiendo lo que pueden, durmiendo donde pueden y con pocas esperanzas de que su situación mejore.

    Y como he mencionado a Galeano, quiero acabar con una parte de ese poema que describe tan fielmente la situación de las personas sin techo.

    “Sueñan los nadies con salir de pobres, que algún mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
    Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.

    Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos”.

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