Menores, familia, juegos de azar y el gobierno de turno
Partamos de esta máxima: “una sociedad que se corrompe a sí misma es una sociedad que de ningún vicio carece”. Por tanto es incapaz de imponerse conductas de ejemplaridad.
Luego no haciendo lo que le es más útil para perdurar, esta sociedad perderá su identidad y posteriormente sus raíces, materializadas en la institución de la familia. Y sin núcleos familiares claramente estructurados desaparece el ente racional como unidad de cohesión en un escenario al que llamamos país.
Con este argumento, y abierto el debate, podríamos considerar el “vicio” como un mal social endémico. Tan aborrecible ético y moralmente que quizá sólo quede la intervención de la norma para, con su aplicación penal o administrativa, evitar su arraigo en una sociedad avanzada.
Una vez contextualizado tomaré como ejemplo de vicio los “juegos de azar” y éstos frente a los menores de edad así como el posicionamiento de la familia en ello.
Es evidente que otras fuerzas políticas menos conservadoras consideran, como así lo evidencian, que vivimos en el imperio de la libertad. Y que gracias a ello el núcleo familiar ya no tiene la potestad absoluta en la procreación y educación de la prole. Esas fuerzas políticas defensoras del “buenismo liberal” deberían considerar que la infancia, la adolescencia y la juventud son precisamente las etapas de la vida donde desde el seno familiar se deben cercenar las conductas propias de los males de la futura persona, del futuro ciudadano. Si, lo deberían considerar…
Desde luego no me refiero a cercenarlas coercitivamente sino velando por los principios y valores de la familia, en vez de sustituirlos por los de una aparente oportunidad y reeducación política.
La familia ha dejado de ser el núcleo básico en el que se estructura una sociedad, una Nación. Al politizar su potestad educacional ésta se aproxima, peligrosamente, al adoctrinamiento. Entonces la familia pasa a ser un “ente” cuya única finalidad es la de satisfacer las necesidades sociopolíticas de la tendencia ideológica de turno, la que en un momento puntual gobierne el país.
El joven ludópata es consecuencia directa de la holgazanería intelectual, del saberse semiprotegido por la ley dada su condición de menor de edad y del consumismo desmedido impuesto por un capitalismo sin escrúpulos. Es víctima de la mal llamada “libertad de las deidades”.
Como tal necesita deleitar su vida con el infinito abanico de bienes materiales socialmente ofertados y que se sitúan fuera de su inmediato alcance. Para acceder a los mismos precisa incrementar su economía rápidamente. Cuanto más rápido mejor, iniciando la filosofía del “aquí y ahora”.
Y descartando en esta consideración otros ilícitos se abre la opción fácil de los juegos de azar. En ese momento comienza una frenética actividad por apostar cuantos ahorros sean necesarios. El joven inicia un polémico camino que arruina su vida… y muchas veces la de su entorno.
El resultado son lamentos sin beneficio alguno. Y surgen las siguientes cuestiones: ¿Ocurrirá esto en familias sin intromisión política y cuyo núcleo esté basado en valores tradicionales?. Creo que no. Y si ocurriera sería, desde luego, en menor grado.
Llegados a este punto considero conveniente exhortar a los poderes públicos la necesidad de reconocer y enmendar. Es un terrible error restar potestad de educación a los padres. Éstos debieran ser apoyados y reforzados con sistemas de formación que eviten conductas de los adolescentes tendentes a males mayores.
Una formación política, su programa y sus actos (sin ánimo de excusar a la familia y otros órganos socializadores), debería estar presente en las instituciones para hacer llegar un mensaje real, claro y honesto a la juventud. Debería establecer valores sociales tendentes a lograr una estabilidad y una armonía común. Esfuerzo individual con resultados que favorezcan al colectivo.
Un discurso de superación basado en el logro por el esfuerzo propio, el estudio, una diligente actividad profesional, dentro del gran abanico de posibilidades que oferta la libre empresa, y nunca en la promoción de los juegos de azar. Éstos, como fauces anhelantes y sedientas del engaño legalizado, sólo aportan ruina y miseria tanto a ese menor como a su entorno.