Desafección política Vs hartazgo del político
Es evidente que la actual percepción social respecto a la política no atraviesa su mejor momento. La constante aparición de irregularidades en la gestión de lo público fuerzan sentimientos de desconfianza, aburrimiento e indiferencia hacia todo lo que tenga que ver con la política o los políticos.
Nos han “machacado” con deleznables casos de corrupción, decepcionado con descaradas mentiras preelectoralistas e indignado con cada nuevo caso de tráfico de influencias en beneficio propio.
Se habla de “desazón social” y atravesamos una crítica etapa de apostasía política. Actualmente las cuotas de decepción se incrementan a medida que se amontonan las crisis sanitaria y económica, que derivan en una preocupante crisis social.
Una crisis social que parecía no afectarnos cuando alardeábamos de sociedad madura, progresista y solidaria ante situaciones difíciles. ¿Quién no escuchó aquello de “esta pandemia sacará lo mejor de nosotros…”?. ¿Quién no recuerda la cita de las 20:00 horas en los balcones?. ¿Quién no participaba en aquellos largos y sonoros aplausos en reconocimiento de sanitarios y fuerzas y cuerpos de seguridad? ¿Quién no entonó aquel ¡resistiré!?.
Pero el tiempo es implacable y quita o da la razón. Termina con embriagados y utópicas consignas sociales y saca a relucir un reprobable egoísmo colectivo. Entonces somos testigos de censurables botellones, multitudinarias fiestas privadas, imprudente negacionismo o del denunciable incumplimiento de las más elementales normas sanitarias al más puro estilo ¡esto no va conmigo!
Y nuestra clase política obra. Lentamente pero obra. Con un absoluto sinsentido... pero obra. Y este incoherente arbitrio, aparente fruto de la improvisación, sólo incrementa nuestro desconcierto y angustia. Y aparece un nuevo estadio vinculado al político y a la política: la desafección.
Rabia surgida de una desatinada gestión de la pandemia y de lo público, de su uso interesado y partidista. Indignación que brota del injustificado y arbitrario cierre de establecimientos hosteleros o ante los cada vez más vergonzosos casos de tráfico de influencias manejados para “colarse”, vergonzosamente, en el calendario de vacunación.
Ese inicial sentimiento de solidaridad se transforma en apatía, desconfianza, impotencia y aburrimiento que sólo genera distancia entre la ciudadanía y sus representantes. Y una angustiosa sensación de que la democracia no funciona y que la política no es la solución… si no el problema.
Pero al realizar un análisis acerca de las probables consecuencias positivas de esta situación descubrimos que el escepticismo hacia la clase política también ha generado ciudadanos más críticos y exigentes. Un colectivo en alza que, aún insatisfecho con el funcionamiento de la democracia, muestra mayores niveles de apoyo a la misma considerándola como “el mejor régimen político”.
Y este nuevo movimiento gesta un embrión de cambio caracterizado por un mantenido interés en la política, pero un hartazgo hacia el político que se sirve de ella. Y proclaman una máxima: “no se trata de reinventar la política… ¡sino de ser honestos!”.
