¡Qué pena!
Qué pena que en este mundo civilizado el hombre, no sea capaz de transmitir genéticamente los horrores de la guerra.
Qué pena, que no sepamos distinguir entre lo que queremos, y lo que necesitamos.
Qué pena, que ensuciemos el agua que tenemos que beber.
Qué pena, que después de tantos años de existencia, no hayamos sido capaces de distinguir entre placer, gozo, felicidad y dicha.
Qué pena, que haya hombres tan pobres, a los cuales todas las riquezas de este mundo no les alcanzan para saciar su miseria.
Qué pena, que haya “prohombres tan valientes y abnegados” como para que otros mueran, defendiendo intereses ajenos.
Qué pena, que jueguen con fuego.
Qué pena, haber olvidado Sarajevo, y Polonia.
Qué pena, los muertos, lisiados, física y mentalmente.
Qué pena, por los millones y millones de los inocentes vilmente masacrados.
Qué pena, la Primavera Árabe.
Qué pena, que a los que tienen hambre, les manden armas.
Qué pena, el haber nacido en junio del treinta y seis
Qué pena, que siendo inocente, me considero culpable.
Des de chico aprendí
a aceptar lo que llegaba.
La tempestad fue la fuerza
que mis velas impulsaba.
Creí que abría caminos
y que la huella marcaba,
pero no me daba cuenta
que el sendero que seguía
alguien me lo iluminaba.
Pedir,
nunca pedí nada.
Los sueños que yo tenía
al alba se realizaban.
Por inocente pedí
por la vida de mi hermana.
Tú te quedaste con ella
mientras otra me mandabas.
Y aquel día que sin fuerzas
pensé que allí me quedaba,
los ojos levanté al cielo
y allí encontré tu mirada.
¡Levántate! me dijiste.
Del suelo me levanté
y proseguí mi jornada.
¡Que dicha!
Tuve un hijo, planté un árbol, sin saber, escribir escribí un libro, y regresé a la patria que me vio nacer, sin abandonar la que me cobijó.
Disculpas mil.