La culebra de los juzgados o el culebrón del verano
No hace mucho, vamos hace casi nada…los veranos eran aburridísimos informativamente hablando. La gente, desde el peón hasta el más alto dignatario, desaparecía de escena y se perdía en su casita del pueblo, de la playa, del campo, o se iba de viaje. Vamos como dice el dicho: “No quedaba ni Dios”. La vida pública sobre todo en política, se amuermaba y solo salían fotos de los gerifaltes por las playas, en las islas Baleares, a bordo de algún yate, o en algún concierto de música porque nada hay nuevo bajo el sol. Los periodistas, ante la ausencia de noticias jugosas o llamativas, forzaban la cuestión hasta el máximo y si no lograban su objetivo, se lo medio inventaban o exageraban, en lo que se solía llamar: “Un culebrón de verano”.
A día de hoy esta cuestión es historia, porque todo está convulso en una especie de terremoto informativo que no para. Las noticias y hechos de calado se suceden a diario, y no queda espacio para ningún culebrón del arquetipo referido. Pero con todo el mare magnum social y político revuelto, sí queda espacio informativo para la culebra que habita los juzgados de Vila real, y que viene siendo noticia de prensa en estos días, con un alarde sobresaliente con respecto al bicho o a la “bicha” como se la denomina en algunos lugares.
Parece ser que todo comenzó con la aparición de una camisa del reptil, o sea una piel de muda que se desprende conforme el animal gana en volumen. Así que en los juzgados andan con el “canguele” de que una culebra, se esconde en cualquier rincón del edificio, presta a dar un susto a cualquier funcionario que se la encuentre. Nadie la ha identificado todavía, pues no la han podido capturar, y si no se trata de ninguna bicha importada, puede ser una de las tres culebras que se arrastran por nuestra tierra: la de escalera, la de herradura y la bastarda. Éstas son las no venenosas, aparte están las víboras pero seguramente no formarán parte de las sospechosas de entrar en los juzgados, porque suelen estar a mayor altura y en el interior provincial. Ni la de agua, solo vive en humedales y ríos. Todas protegidas por la ley, y beneficiosas según los expertos, pero de repelente compañía y que nadie quiere tener cerca, a tenor del revuelo generado por esa muda reptiloide.
Con este suceso viperino me han venido a la memoria, infinidad de historias que hemos escuchado de nuestros viejos a la fresca del verano. Otras las hemos experimentado en carne propia, quienes en este tiempo y hace ya muchos años, corríamos por los andurriales del pueblo en manada, y éramos víctimas de las avispas (por cierto también de moda), de las culebras, de los vidrios rotos, del guarda rural y otros peligros de los años sesenta del pasado siglo.
Una de las historias que más me impresionó era aquella que narraba hechos acontecidos en una masía, donde una madre amamantaba a su niño recién nacido pero el bebé no medraba. Hasta que descubrieron que una culebra reptaba por los ropajes de la madre y succionaba la leche del pezón, y para que el niño no llorara le metía su cola en la boca y así no se descubría su ladrona actividad. Otra, aquella que contaba que una gran culebra trepó por una hiedra de la casa, se introdujo en la habitación y quiso tragar a un recién nacido, suerte que había un perro guardián que se enfrento al enorme bicho. A la mañana siguiente los padres descubrieron muertos el cuerpo de la culebra y del perro, que exhausto por la frenética batalla, expiró allí mismo. Los dueños embalsamaron al perro y lo guardaron como un tesoro por su fidelidad y bravura. ¿Historias o leyendas? Vete tú a saber, pero que calaban en la imaginación de unos niños sin televisión, ni Ipad, ni consola, ni otras modernidades al uso. Algunos viejos te contaban, que había un tipo de serpientes negras y peludas que se alzaban, y daban latigazos a las personas que se cruzaban en su camino. Otra historia que era para temblar, narraba que una mala mujer odiaba a otra que le quitó al novio en un recóndito pueblo de la montaña. Para vengarse, se arrancó los cabellos negros y largos que lucía, los introdujo en una orza con un líquido de formulación secreta y por un conjuro, aquellos largos pelos se convertían en víboras que salían de la orza y picaban matando a las personas de la casa. Hay más…pero como siempre alargaría mi relato.
Las historias vividas son menos tenebrosas pero no exentas de ponerte el vello de punta. Aquella anécdota de estar nadando en una acequia y ver bajar por la corriente un serpón de dos metros de cara a ti. Ni que decir tiene que uno puede imaginarse el susto de los bañistas. En la casa de los cazadores de “enfilat”, no eran extrañas las contadas de las culebras que escalaban el muro, se introducían en las jaulas de los pájaros, los engullían y el pájaro desaparecía. Otras veces el pájaro quedaba mojado en el interior al regurgitarlo la serpiente, por no poder salir la bicha. O se quedaba enrollada dentro para digerirlo, con lo que el susto era de campeonato, al encontrar el dueño la jaula vacía del pájaro y con una culebra dentro. Este hecho también ocurría al campear los pájaros en la finca. O cuando entraban en las casas de labranza y se escondían entre los fajos de alfalfa, o sacos de garrofa. O de aquel amigo que subió a un ciprés a coger un nido de verderoles, para criarlos a palillo, y sacó una culebra del fondo del nido. Saltó de la impresión. Para matarse. Malas compañías.
Por eso el destino de estos reptiles si caían en manos del paisano estaba escrito. Caña a la culebra, pues la creencia es que golpeadas con una caña seca, eran víctimas. Otros paisanos las cogían con la mano de la cola, y con un latigazo rápido, adiós. Aunque lo más usual era un buen tajo con la azada, o la hoz si estaban segando el bancal de alfalfa. Por cierto un lugar donde les gusta mucho estar.
Y no me alargo ya más, porque hay para escribir un libro. La culebra de los juzgados de Vila real, no les hace ninguna compañía a los de allí. Al igual que a quienes las trataban por aquí, ya que una serpiente de buen porte, la bastarda de color verdoso puede llegar a dos metros y medio, se puede levantar y plantarte cara silbando si se ve acorralada, o está en cría como a un pariente mío que se metió en un nido buscando caracoles, y salió por piernas con dos culebras corriendo tras él. Otra culebra de considerable tamaño se cita en el barranco del Basó, persiguió a una mujer que venía de la huerta por la carretera, hasta que un camión de arcilla la reventó con la rueda. Otra por la rambla, tipo Sujurijú, que plantaba cara a las palas de Custodio . Como puede verse, todo son historias truculentas alrededor de las culebras. Y haberlas hay las. Poca compañía nos hacen, aunque algunos se empeñen en tenerlas por mascotas como si fueran un gato, un perro o un periquito.
La única parte positiva que recuerdo al hablar de estos viperinos animales, era que su camisa o piel, la misma que ha aparecido en los juzgados de Vila real, era utilizada como parte de los ingredientes de una famosa receta contra las quemaduras, muy efectiva puesto que yo la he usado alguna vez, y que “formulaba” la tía María la Lluenta. Esa fórmula secreta y mágica contra las quemaduras, encierra la alquimia popular de muchos siglos heredada de padres a hijos. No sé si aún se elabora, a lo mejor mi amiga Tica Bachero, nieta de María la Lluenta nos lo podría aclarar. Bueno, se acabó el culebrón del verano, que os sea leve.