El poder transformador del animalismo
Es, sin duda, el animalismo la lucha más emocionante y desafiante que existe, también la más importante y relevante de todas las revoluciones que han emergido en el devenir humano por este planeta.
Asistimos a una enorme crisis climática, la desaparición de tantas especies animales que a cada día se van apagando cada vez más rápido como fragmento de un lienzo gigante que se va cayendo a pedazos.
(Qué triste, y qué gravedad esta. Es incuantificable el daño golpeado en el cosmos y en cada corazón de cada flor y firmamentos, y ojos y cantos. ¡Cuánto arde cantando en este solar!)
En ese lienzo habitamos todos, es un lienzo vivo, que se pinta y repinta, y a la vez destruye, por todos aquellos que aparecen en él 'retratados'.
No hay autor ni autora más brillante que aquella y aquel que reescribe la vida, su vida, la obra general, comunal, con actos extraordinarios y positivos para todos, para el mayor espectro de vida. Hoy, sin duda, insisto, la lucha a la que hay que seguir es a la animalista.
¿Tienes unas buenas botas todoterreno? (Que no sean de piel, claro). Ropa resistente y ¿tienes ganas de cambiar el mundo?
Míranos, somos como tú cuando te miras al espejo. Pero ya abandonamos el espejo.
Caminamos -y somos más de los que sospechan los usurpadores de la vida y el mundo-, millones, con banderas de nueva hoja verde, reconstruyendo vegetal, trinante, mugidamente el negro con azul, con verdes el viejo cemento, somos campo (qué verso, el mejor).
El animalismo comprende en su seno, en su matriz moral y ética, todos los presupuestos de la lucha ecologista (a la inversa no ocurre).
Es por ello que "Juan Luis Costa" escribe en un artículo publicado recientemente en el periódico Levante El Mercantil Valenciano, con título "Animales en les Corts Valencianes": "Personalmente resulta interesante constatar que si bien el ecologismo político en nuestro país no llega a alcanzar ningún protagonismo político al mismo tiempo se puede observar sin embargo el relativo éxito de casi todas las iniciativas animalistas en nuestra comunidad [la valenciana]".
En su fulguroso y felizmente abolicionista texto claramente posicionado contra la esclavitud animal, Juan Luis Costa prosigue, culmina (qué bonito): "Algún día no muy lejano puede que observemos el especismo como un anacronismo similar al que hoy todos compartimos constituyó el racismo y el sistema esclavista durante largos periodos de la historia de la humanidad".
Lo curioso, la enormidad de las palabras de Juan Luis Costa, reside en que en su artículo resume la ponencia que realizó en las Cortes Valencianas como portavoz ante la Comisión ante un heterogéneo grupo de entidades interesadas en la salvaguarda de los derechos de los animales, encabezados por la Sección de Derecho y Bienestar Animal del Ilustre Colegio de Abogados de Castellón".
Costa defendía unas enmiendas a la futura ley de protección animal de la Comunidad Valenciana, que han sido recibidas con sorpresa y admiración (por su eficiencia, brillantez técnica e incontestable moral por fin y de una vez animalista defendible punto por punto desde lo jurídico).
Quien esto escribe, que ha estudiado durante largos años las lucha sociales comparadas, puede dar cuenta de que el artículo "Animales en les Corts Valencianes" es histórico, viene con tal refrendo, con tal espíritu. Trae el enfado adecuado, la dignidad adecuada y la potencia de corazón y de tripa adecuada, la razón precisa, la exacta. Sin más, trae la razón.
Sólo hay sinrazón en someter a los animales no humanos a todo tipo de situaciones que no desean únicamente por una idea atrasada, encallada en un hace siglos que impide avanzar al pensamiento: el antropocentrismo hace que el humano resbale en un desastre cada vez más grande. Es como si a los obreros de un gran edificio se les hubiera dicho que son más importantes que el propio edificio (el edificio, no obstante y por cierto, saben lo levantan para refugiarse de una enorme tormenta anunciada por los sabios de su lugar), y tales obreros actuasen caprichosamente tirando un muro levantado a martillazos o colocando ventanas que no son en agujeros que no les corresponden, incendiando este ala de la finca, llenando de agua y de basuras la otra parte... entre risas, ellos, superiores a la obra, en la que acabarán cayendo por su estupidez como en una explosión controlada. Así desaparecería todo como en un chasquido de dedos de una bailaora.
Desaparecería.
Si los animalistas no hubiéramos nacido, hace años y los que esperamos, para batallar.
Que todo es lo mismo que nosotros y que nosotros estamos en todo. Eso vino a decir con sus "Hojas de hierba" el avanzadísimo en su época Whitman.
Que cada cosa que se mueve, por ligeramente que sea, impacta en el universo gravemente, en un sentido o en otro, para siempre.
El bardo americano, sin embargo, no alcanzó (hay que analizar a los genios en su época, se dice y en cierta forma comparto) a sentir el alma de la liberación animal. Colocaba los retablos que veía de animales arrastrando carros, siendo cazados y siendo sometidos en todas las formas cuales si fueran hechos buenos, así como Ginsberg dice en su "Aullido" que todo es santo, desde una colilla hasta una mujer orando hasta la flor más pequeña y el pis y la luz y un guitarra rota, para Whitman todo era "bueno" y "aceptable". En su repudio a la moral de la época ambos poetas fueron al límite, como ha de ser, a lo rimbaudianamente.
Whitman para romper con los tópicos de la sexualidad y del poeta como un yo solitario separado de los demás (Whitman nos fundió en un poema, así, imitando a la vida, para que veamos lo cierto del tejido que nos habita y no nos suelta de cada árbol, de cada brisa, qué enorme recuerdo -descubrimiento dirían los críticos literarios-), Ginsberg para algo parecido. Whitman fue llamado poeta sucio, porque hasta él fueron pocos los bardos osados que hablaron del sexo y la sensualidad; Ginsberg profundizó aún más en el tema sexual cuando ser homosexual como él lo fue era delito, y entre sus magníficos versos de "Aullido" introdujo en la santificación de todo en esta tierra la santificación (profánamente, para revolver la moral de la época y así avanzar) de la sexualidad en todas sus formas.
Es necesario que almas libres y poderosas se eleven entre los demás, que acaban callados, por esta cultura del silencio ruidoso.
Se abre un gran poema, el mayor, el que en sus versos enuncia a los animales como sujetos de derecho (santas sus vidas, 'democráticas" -como diría el de West Hills-, libres y con derecho a ser liberados de inmediato, como apunta, incontestablemente, Gary Francione y otros, otras, voceras de la verdad animalista) y eso se va asentando -como gran poema que es, esta verdad no silenciada pero sí ocultada- en las cabezas de todos nosotros, todas nosotras.
Cuando las primeras doce personas que iniciaron la lucha antiesclavista en Inglaterra se reunieron en una vieja imprenta para planear la estrategia de base para abolir la esclavitud negrera, generaron un hecho poderoso, indómito, que nos llena de esperanza y es ejemplar. En cincuenta años lograron su cometido, finalmente ayudados con los nuevos alientos libertarios de las comisiones de mujeres antiesclavistas por una "abolición para Ya" lideradas por Elizabeth Heyrick.
Dijo Víctor Hugo que la idea más poderosa es aquella a la que le llegó su tiempo. Al animalismo le ha llegado su era, estamos en sus días, ya cabalga como un potro obscuro en el día y blanco en la noche por las ciudades que no lo ven pero lo presienten.
Los mercaderes del crimen y la esclavitud animal están cada día más nerviosos. Avanza el veganismo, se repliegan sus tenderetes y se arruinan.
Es que, joder, ¿no os sentís ya felices de haber mantenido una mentira tan gorda durante siglos? Ya podéis festejarlo. Una verdad impepinable la vamos a arrastrar como una roca de granito enorme entre cientos por las calles, y por las terrazas, y por las nubes. Una vez liberada la esclava, habla entre los buenos y las buenas, en el enfrentamiento sangriento y heroico (por parte de los indios americanos) con el general Custer, cuando Toro sentado y Caballo loco y las grandes cabezas femeninas y masculinas de los indios de las llanuras americanas se unieron contra la opresión, Custer y sus casacas azules no esperaban tanta determinación. Toda opresión tiene los días contados.
Caballo loco habla aquí también, jamás murió. Los indios se rieron cuando el hombre blanco quería "comprar las tierras".
La ruina del mercado del azúcar, eso fue lo que avanzó la liberación de los esclavos recogedores de algodón. Porque una de las aventuras más constantes, calle a calle, casa por casa, era la del boikot al azúcar, denominada "la sangre de los esclavos".
Hoy el veganismo es una realidad tan aterradora para el capitalismo que éste no cesa de generar publicidad engañosa con el marchamo de "bienestar animal" respecto a una falsa situación de bienestar de los animales esclavizados y torturados para el alimento humano.
Un alimento antinatural porque morfológicamente, históricamente, antropológicamente, somos vegetarianos, no somos predadores, no estiramos con colmillos la carne cruda ni la masticamos tal cual.
Es todo una gran farsa.
La de que tengamos que comer animales, cada vez más millones de personas en el mundo despiertan, abandonan esa dieta basada en la crueldad animal, el cambio es imparable.
Una gran farsa la del humano como la cumbre del conocimiento.
Hay que observar cómo está el mundo, sin duda gracias a él, para determinar si eso de una positividad en el razonamiento del humano es real.
Indudablemente, no.
Lejos de nuestra verdadera esencia, aquí en las ciudades olvidamos la gran verdad. Pero esa gran verdad se lanzó lejos y vuelve como un boomerang. La verdad no se puede amordazar, lo horrible es horrible, por más que la palabra lo describa como soportable o bonito.
Es tan simple.
Y cada vez más personas lo ven así. Que vivieron engañados. Y que en ese engaño reside la raíz de todos los males que nos aquejan.
El cambio de visión en nuestra relación con los demás animales, es la única convención que podría revocar, en parte, el cataclismo al que nos avecinamos y con él conducimos a inocentes que nada han hecho para ser azotados por él, por ese fuego, por ese (ése sí) Fin.
Llevo 25 años siendo vegano. Los análisis de sangre salen perfectos. Los de las personas que comen animales, no. Y quedan tarde o temprano aquejados de enfermedades, la mayoría graves y mortales, de las que no son visitados quienes se alimentan veganamente. Bueno, todos podemos enfermar, claro. Pero los datos son los datos: "Resulta que los carnívoros no son las personas más saludables del mundo como lo sugirió un estudio, ahora un nuevo análisis ha revelado que son los veganos quienes viven más, son los más sanos y serán capaces de sobrevivir a cualquier cosa. [Publicado en la revista The Journal of Nutrition]."
Si no cambia tu pensamiento por los animales, porque no te importan, deberías hacerlo por ti. Por tus hijos, si los tienes. Por la casa tuya, que es la tierra (porque tu casa no flota en el aire, se asienta en la tierra).
Yo pido -dice el animalismo- todo. No pido un poco. Pido la inhabilitación del concepto de propiedad de amos humanos respecto a animales (no hablo de perros y gatos, evidentemente, que son animales domesticados y que no pueden vivir sin la cercanía de humanos buenos). Lo pedimos cada vez más millones de personas.
Si no te sumas ya, llegas tarde. Habrás pasado toda una vida viviendo una mentira, sustentándola. El animalismo no es político, se vota para que reine en la tierra acercándose al campo, al mar, la papeleta es pensar y pensar -recuerda- qué es lo justo y qué no, allí estás votando, cuando te rebelas en soledad. Cuando entre tus múltiples yoes eliges que gobierne tu cabeza el que considera a todas las criaturas vivas como merecedoras de respeto y libertad. Es sencillo.
En el parlamento más amplio que existe, en él todos somos diputados. Presidentes y presidentas. Que la anarquía de este escrito sea toda la ciencia que necesitamos:
liberación animal para Ya. (No ha habido frase más reformadora y de ruptura con todo lo conocido jamás. Un viento de esperanza. Fuerte. Sólo la gran yegua del animalismo la trae.)
Ven al campo. Ven al mar.
Ven con nosotras/os. Ven a ti.