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Por Ángel Padilla
Yo, animal - RSS

Detener un Paso de "moros y cristianos"

  • Manuales de Revolución

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Detener un Paso de "moros y cristianos"- (foto 1)

¿Hay que realizar planes medidos, mucha gente interconectada, para intervenir efectivamente en un lugar donde, aunque la ley permita un acto lesivo para un ser vivo, en un contexto de miles de personas, el acto en sí sea inmoral?

No. Con una persona, basta.

¿Cuál es la preparación previa para la acción?

Ninguna, sólo: Ir. Y hacerlo.

En mi vida de "poeta en la calle" (como llamaba Alberti a los poetas que llevaban su compromiso poético contra las injusticias afuera del libro y ponían la cara y se la jugaban) he tomado partido hasta mancharme: como Celaya dejó descrito esto en su maldición a los poetas "que no toman partido hasta mancharse") y salía a la calle a fundirse con el pueblo en sus luchas contra la represión de cualquier tipo, Blas de Otero, Hernández, La Pasionaria (que también era poeta) acompañando con su presencia y versos alzados los corazones de quienes se levantaban para resistir contra el poder, lo represor, los que amordazan, los que encadenan.

Mi intención se encarrila en igual fraternidad pero como he dejado dicho en muchas entrevistas y se ha manifestado en congresos y estudios sobre mi figura, en el estudio de mi obra en que introduzco a los animales no humanos como los otros "vecinos" "de pueblo" a los que los poetas sociales sustraían existencia y no nombraban, ni luchaban por ellos, a ellas, ellos, mi poética y lucha abre los brazos para abrir un nuevo ciclo literario, ético estético, a la altura de la evolución de los tiempos. "Vientos del pueblo me llevan", en esos vientos ya los autores, poetas, han de sentir las voces de todos, todas, ya de una, porque se acaban los tiempos y tenemos la deuda sangrante con los no humanos, en mi voz mis vecinos, pero también la de los no humanos, igual de importantes sus vidas, quizá más, por lo mal que se lo hemos hecho pasar y seguimos, la vaca, los gatos, los toros, los caballos, la ballena, el cerdo...

Uno de los hechos literario vivos que protagonicé es detener un paso de "moros y cristianos" en plena exhibición de su fiesta, que no respeto porque se usa a caballos, caballos esclavos.

En octubre de 2014 irrumpí tres veces en mitad de un paso de "moros y cristianos", esto es, en su inicio de paso con todos los caballos y los jinetes, yo solo, para llamarlos a gritos esclavistas. Una poética libertaria en que el humano habla en boca de esos caballos que no hablan castellano, claro (nosotros tampoco sabemos relinchar) pero lo hacen a través de mí, llenos de aderezos, atrezzos que les molestan, como maniquíes a los que les late el corazón obligados a pasear una humillación que llena de orgullo a sus acosadores que los obligan a ir por donde ellos quieren, que han sido anteriormente entrenados con violencia (la monta ya lo es) y para recorrer y andar y alzarse a cuatro patas y hacer las dieciséis estupideces que hacen para que el público aplaude, obligados con entrenamientos duros, alejados de su naturaleza, de a lo que han venido (no a ser esclavos de humano alguno) y menos para rememorar una fiesta racista (la victoria de los cristianos -los de "aquí"- contra los moros -los de fuera-.

He recordado esta, entre tantas acciones diversas que he realizado, muchas con compinches, otras con multitudes, la mayoría solo, deliberadamente la última forma, la más usada por mí, para generar un impacto máximo, el Uno contra todos los que realizan crueldad, con libro en mano la mayor parte de las veces, yo, como si realizase un recital poético en el lugar menos indicado para ello, un páramo social legalizado para maltratar animales, para embrutecer, para cimentar una "cultura" del retroceso, del encallaje en el medievo, anacronismo alegre y orgulloso. Recordé algunas de las múltiples acciones, decía, porque he tenido que han tenido que realizar una Bio de autor para uno de mis próximos libros prontos a salir: "Es tan culpable el que canta para no oír a los fusiladores que los fusiladores" (Editorial Amargord) y para la bio conté varias cosas, luego recortarán lo que sea, aparecen premios, libros editados, teatro mío representado y, siempre, meto lo poético vivo que es indisoluble de mi obra, que es viva en mí y en todo lo que hago. Entro en los libros y salgo de ellos. Poesía y mundo son iguales terrenos para mí. Con cuatro heridas llego, la de la vida, la del amor, la de la muerte y la de las muertes en vida de los animales no humanos, con cuatro heridas nosotras/os...

Así ocurrió: Por una calle ancha marchaban caballistas vestidos de fiestas y a ambos lados de la larga calle, mucho público de pie y sentado. Me interpuse en el paso de los caballos gritando a los jinetes: "esclavistas". Detuvieron sus caballos, nerviosos, mientras yo gritaba el discurso libertario. Me sacó de la zona un policía.
Avancé un tramo el recorrido del paso esclavista ecuestre y me volví a meter en mitad del avance "majestuoso", fiesta humana esclavista, horrible, detener un caballo -el animal viento por excelencia- con correas es pecado natural capital. Y volví a hablar por los caballos pero otro policía me había seguido seguramente los pasos y me intervino enseguida. Me hizo salir de allí, con el aviso de que si era otra vez interceptado iría a calabozo.
Bonita escena tendrían esas personas al ver ese paso de tradición que siempre se realiza en forma igual e impecable en su estética ruin, al verme salir allí a mí a detener, aunque sea por unos instantes, su fiesta y renombrarla como nunca la habían escuchado que podría contener, aquello que yo decía.
Boicoteé el paso de nuevo, más adelante, la gente bramaba, yo alzaba los brazos y gritaba, en mitad, no avanzaban caballos y hombres y mujeres; y por enésima vez un poli, D.N.I., no estarían conectados porque no me llevó en su coche.

Pues seguí. Paseé un buen rato y me topé con el lugar donde finalizaban su tramo los caballos, era un pequeño descampado donde habían aparcados tres camiones y coches. Venían a paso lento los caballos, en fila, esta vez no montados por los festeros sino por los "cuidadores", al lado de los caballos andaban otros tantos, dirigiendo el séquito. Había algunos vestidos de fiestas, pero otros eran meros ayudantes y trabajadores de la empresa que llevaba los equinos de un pueblo a otro. Entré en la zona y observé todo lo que hacían. Había un caballo blanco hermosísimo, con una cola larga y que brillaba mucho, como estelar, en esa noche; se orinó, una torrentera en el suelo empedrado y medio con hierba del descampado. Los operarios se rieron. Yo lo vi una situación triste. Una mujer vestida de fiesta, traje blanco y lazo amarillo en la cintura, dijo: "Quiero llegar a casa ya, que estoy del caballito...". Maticé que el que estaba de ella bien harto era el caballito. Y que ella dormiría muy cómoda en Su Casa, cosa que el caballo no haría. Me dijo que no sabía ni lo que decía. Que yo era un loco. Di, di, ya hemos avisado a la policía.

Entonces hicieron subir a un caballo. Lo empujaron para que se colocara en horizontal en la parte interna del camión y cerraron una compuerta de hierros; el caballo sacaba su cabeza por arriba de ella, y su larga crin marrón, nervioso. ¿Así vais a meter todos los caballos? Les pregunté. Dijeron que no era asunto mío. Dije que sí lo era porque era defensor de los animales y que iba a dar cuenta en denuncia de todo lo que viera. A partir de allí se pusieron muy nerviosos. La seriedad en sus rostros había vencido a la charanga de antes. Metieron a otro caballo y cerraron su compuerta. Me metí dentro del camión a acariciar al caballo y consolarlo. Era aquella una escena tristítima. En ese momento yo ya estaba llorando. Las lágrimas me llegaron sin yo verlas venir. Y no pude pararlas. No convenían, allí.
Me hicieron salir y me dijeron que de ninguna forma volviera a entrar. Les dije que eran unos esclavistas, que la vileza de sus vidas no se limpiaría  hasta que dejasen de usar a los animales, mi voz ronca (siempre actúo fríamente en estas acciones, pero esta en particular me desbordó). Ver pasar uno a uno a los doce o trece caballos que iban entrando en los camiones onerosa, lánguida, resignadísimamente, fue algo de lo más apenador de mi existencia.

Cuando iban a meter al blanco, amarillento o coralino bajo la luz de la luna que toda esa tristeza iluminaba, me dejé caer adrede al suelo fingiendo un desvanecimiento, con los ojos abiertos, claro: resistencia pasiva. Ellos sabían que eran falso. Pero ya tenían el lío armado. Dijeron que ya llegaba la policía. Yo me mantuve así un buen rato, eso impidió que pudieran hacer nada más, estaban muy nerviosos, violentados, seguro que jamás se habían encontrado con algo así. Quizá el caballo amarillo sentía mi calor, mi amistad, o puede que no entre tanto vértigo de peligro en la ciudad y tanto miedo, y tanto dolor, y tanta soledad a la que les tenían acostumbrados. Ojalá percibiera que estaba ante sus patas caído porque era como una oración al cielo, yo era él mismo si hubiera podido hacer algo. Seguro que en sus inicios de la doma se había resistido de esas formas y de otras mucho peores, pero ya conocemos la doma y sus técnicas macabras y feroces con la individualidad de los seres, les mata la inocencia, lo volitivo y ensoga sus corazones con cuerda negra para siempre.

Finalmente vino la policía y me levanté. Dije que exigía que se examinasen las licencias de esa empresa, porque me parecía que los caballos iban en formas muy dolosas para ellos (tampoco me importaba demasiado, era una forma de boicotear; mi petición siempre es la liberación).
La policía comprobó las licencias del vehículo. Los operarios no sabían ya para dónde mirar. Les estaba fastidiando el volver a casa.
El policía se acercó a mí y me dijo que estaba todo en regla, que llevaban los caballos que les permitía la legislación de transporte de equinos y que si no estaba conforme que podría interponer una denuncia contra la empresa, cosa que dije que por supuesto haría.
Me despedí de la policía, que de nuevo me había tomado los datos (haré camisetas con mi D.N.I. grabado en grande). Al que me los tomó, en petit comité le dije que era escritor y mis motivos animalistas; por sus contestaciones escuetas pero reveladoras y sus miradas cómplices, entendí, qué raro, que estaba de mi lado. Raro porque en cuestión de las llamadas "mascotas" sí suele haber comprensión absoluta, pero los caballos todo el mundo entiende que pueden ser usados como se desee.

Y eso pasó. Que ese día, al menos, los bellos y vejados esclavos animales no estuvieron solos en la burla constante de los humanos. La poesía y los caballos son lo mismo. Por eso no os sorprenda que esa tarde noche se fundieran en un relincho y grito de de luz estelar que quedará para siempre. Semilla a semilla. Hierba a hierba. Campo hacia más campos.

NOTA: Como cada vez que ejerzo la libertad de expresión me mandan a la policía, la semana que viene os contaré cómo, para ahorrarles la gasolina a los vehículos policíales, convine con un guitarrista recitar poesía libertaria directamente en un cuartel de la guardia civil. Los detalles de la acción... la semana que viene.

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