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Valencià
Por J. P. Enrique
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Tíovivo

    La vida es un tíovivo que da vueltas sobre un eje central que emite luz y calor. También oscuridad y frio, mucho frio  a veces.

    Subidos en él se nos permite dar 75-85 vueltas. A veces unas pocas más. No todos los viajeros pueden aguantarlas. En el viaje los hay que  se bajan tras la primera vuelta. A veces eso ocurre en mitad del recorrido, a veces  un poco antes del final previsto.

    En cada vuelta, quienes siguen en él pueden mirar a su alrededor sentados en su caballo de cartón y contemplar a gente magnífica con un corazón de oro muy reluciente, y cerrando los ojos  cada uno puede volver a vivir la historia de los que se  han quedado atrás, de quienes fueron sus compañeros de viaje, sus amigos, sus vecinos, sus familiares o  con quienes se cruzaron en su camino de forma fugaz una vez o un solo instante.

    En cada vuelta, cada viajero siente la influencia, para bien o para mal,  de lo que se encuentra a su alrededor.

    El tíovivo solo permite que cada viajero se suba allí en un solo viaje. A nadie le está permitido volver a subir de nuevo por mas poder,  influencia o sabiduría que hubieron logrado acumular dando vueltas y más vueltas, aunque muestre un carnet que le identifica como rey, emperador, califa, faraón, sumo sacerdote o personaje muy influyentes. Tampoco a los poderosos acumuladores de inmensas fortunas que les sirvieron para garantizar sus excesos en consumos insaciables.

    A algunos viajeros ni tan siquiera se les permite permanecer sentados en su caballo, y en su viaje otros les han negado la ayuda que han necesitado. Los hay que  desde su asiento no parecen ver nada y algunos se miran, fijan sus ojos en sí mismos, en su caballo; se creen por encima de los demás y, en su ambición luchan por arrebatarle el asiento a otro compañero  para así tener dos y luego tres y así hasta tratar de quedarse con todos los caballos de todos los demás.

    Ciegos en su ambición, algunos jinetes muy narcisistas miran tanto sus cosas que dejan de mirar el hermoso paisaje por el que transitan, se olvidan de escuchar a los pájaros con los que se cruzan y  que expanden sus trinos cerca de ellos  y de contemplar la belleza para embelesarse con su hermosura.

    ¡Pobres jinetes! pobres los que no entienden que el tiovivo es un lugar común de todos y que todos andan ahí subidos como simples viajeros con un contrato de alquiler que les da, que les debería dar a todos sin excepción, el derecho de poder alimentarse y de tener un refugio en donde resguardarse en días de tempestades. El derecho a simplemente vivir la vida  mientras dura el viaje en el tiovivo.

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