Una ley para acabar con el sufrimiento
Recuerdo muy bien los alaridos de mi abuelo, aquejado por una grave enfermedad en los últimos meses de su vid de los siete en los que permaneció postrado en la cama cuando yo era un niño de siete años. Eran tiempos en los que no era infrecuente escuchar los gritos de sufrimiento de muchas personas en sus últimos días de su vida, cuando enfermedades cruentas les provocaban fuertes dolores y no existían remedios eficaces para combatirlos.
Hoy, el avance de la ciencia ha hecho que existan fármacos para evitar lo que hace medio siglo era inevitable, como también es posible evitar, mediante la epidural, el que las mujeres, siguiendo el castigo divino tras la expulsión del paraíso, recibieran la orden de que debían parir con dolor.
Cuando acaba de anunciarse que en el Congreso están a punto de presentar la Ley de la eutanasia debería haber un consenso político para no utilizarla en la lucha partidista, ya que es una ley que no obliga a nadie y permite que quienes quieran evitarse un sufrimiento innecesario puedan hacerlo en el momento que decidan que su vida, por causa de una enfermedad grave e incurable, en que no van a tener un mínimo de calidad de vida y la esperanza de tenerla sea nula.
La ley, según se anuncia es garantista porque, además de la voluntad expresa del enfermo, requiere la confirmación de dos médicos en un recorrido que, en cualquier momento el enfermo puede revertir.
La vida es hermosa, pero el derecho a morir sin dolor cuando la muerte es inminente y de manera natural solo llega tras un deterioro creciente del organismo hasta que el corazón deja de latir tras un agónico sufrimiento, es algo que no debería negarse a nadie.
Ya sé que los creyentes están en su derecho de pensar que todo viene dictado por la voluntad de un Ser Superior y que no hay que intervenir en sus designios, pero deberían aceptar que quienes quieran, puedan pedir auxilio a la medicina cuando consideran que su vida es solo sufrimiento y que lo único que les espera es el deterioro creciente de un cuerpo, forzado a mantenerse vivo a través del alimento que se le introduce artificialmente a través de sondas, solo a la espera de un deterioro mucho mayor hasta que el corazón deje de latir.
El no sufrimiento, cuando es evitable, es hoy un derecho sobre el que no debería haber excusas, una de las cuales es la de facilitar cuidados paliativos, algo que ya existe y que no resuelve el problema porque no siempre funciona.
Mi abuelo, a quien tanto quise, con esta ley vigente se hubiera evitado siete meses de sufrimientos inútiles e injustos para él (y para todos). No puedo creer que la persona tan buena y maravillosa que fue estuviera recibiendo, durante su larga convalecencia, un castigo dictado por una divinidad. Y si es así yo rechazo ese dictado porque un ser al que califican de bueno y misericordioso no puede aplicar un castigo tan duro e inmerecido como incomprensible.