El libro truncado de su vida
Ella estaba sola y no sabía dónde se encontraba. Ni siquiera sabía si ese lugar era un espacio real. Estaba allí sin entender nada. Enfrente solo tenía un libro de gran tamaño que decía en su portada “El libro de la vida de Isabel Robles Beltrán”.
¡Que curioso -dijo- una persona que se llama igual que yo! Y movida por la curiosidad cogió el volumen y lo abrió después de deslizar sobre él su mano derecha de arriba abajo como pretendiendo quitarle un polvo inexistente. Curiosa e intrigada, con suavidad abrió la primera página y empezó a leer:
Isabel Robles Beltrán nació el 11 de mayo de 1976. “¡Qué extraño! ¿Cómo es posible?! -Se dijo- el libro habla de alguien con mi mismo nombre nacido el mismo día y en el mismo lugar en donde yo nací”.
Un instante después, al seguir con la lectura de aquel volumen, un escalofrío recorrió su cuerpo al leer que los padres llevaban el nombre de sus padres y que la casa era su casa. En ese momento supo con tanta certeza como profundo temor que ese libro era un libro que hablaba de ella, de su vida.
Sí era el libro de su vida y en el abundaban datos también sobre su familia. Estaba escrito que sus abuelos paternos fueron agricultores y se reflejaban detalles como donde se anotaba el día y la hora en que su abuelo Manuel se rompió un dedo y como se lo rompió. Se reflejaban hasta los ingresos obtenidos por la venta de un saco de aceitunas y diez kilos de tomates. Hablaba también de la ropa y hasta mencionaba la tienda en donde se la compró. Toda la vida de ella y la de su familia estaba reflejada en el libro que Isabel tenía en sus manos.
Cuando ella nació, según allí se decía, celebraron una gran fiesta en la pequeña ciudad amurallada. Fue creciendo feliz al lado de Carmen, su mejor amiga. Fueron a clase juntas. Compartieron juegos. Una vez Carmen, según el libro, se enfadó muchísimo porque le ensuciaron su vestido nuevo. Otra vez se cayó, montando en bici y tuvieron que llevarla al médico. Eran recuerdos de vivencias reales narradas con todo detalle que Isabel iba recordando con la lectura.
Fue exactamente así -se decía con un escalofrío preso en su cuerpo- Es asombrosa la proliferación de hechos de mi vida y la de mi familia.
Siguió leyendo cronológicamente datos y más datos escritos con total exactitud y se detuvo en una fecha: el uno de enero del 2000 día en el que había acordado, con Miguel, su novio, que se casarían el sábado 9 setiembre.
Curiosamente, Isabel, no recordaba de su vida nada más allá del viernes, previo a la ceremonia nupcial, en el que celebró la fiesta de despedida de soltera. Levantó la cabeza, sin mirar al libro, quiso recordar y no recordaba nada, absolutamente nada. Movida por la curiosidad, se saltó dos páginas y cuatro más y siguió leyendo: “A la fiesta de la boda acudieron 92 invitados y en viaje de novios se fueron a Egipto. “Esto sí que no es verdad -se dijo- porque no nos casamos y no fuimos a Egipto.”
Siguió con la lectura: Su primer hijo fue varón. Nació el 7 de diciembre del 2001 y le pusieron el nombre de Ezequiel. Luego nació una niña a la que pusieron el nombre de Teresa”. ¡No, no es verdad! -se dijo así misma con voz firme- son todo mentiras, yo no he tenido hijos y no recuero nada, absolutamente nada de mi vida más allá de aquella noche de mi despedida de soltera ni tampoco fuimos a Egipto, aunque sí es cierto que era un viaje que teníamos planeado para nuestra luna de miel. “
Más adelante, muchas páginas más adelante, el libro hablaba de que su hijo Ezequiel fue investigador, logró inventar una vacuna contra el cáncer y se casó y fue padre de mellizos. De la hija decía que se había dedicado a la docencia y que diseñó un novedoso programa que facilitaba el aprendizaje de las matemáticas premiado internacionalmente. Y el libro seguía reflejando datos y más datos.
“¡No. No es verdad! -se dijo una vez más- a partir de la fiesta de despedida de soltera todo está inventado. Todo son mentiras”.
¡Sí era verdad! El libro recogía lo que debería haber sido su vida si en aquella noche de despedida de soltera, el coche que ella conducía, por un hecho fortuito y no previsto en la historia de su vida, no se hubiera empotrado en aquel muro cuando regresaba cantando alegremente con sus dos mejores amigas en aquella cálida, lluviosa y negra noche de aquel viernes anterior al día de su boda.