¿Qué hacemos hoy?
La gran pregunta familiar, la eterna pregunta de los fines de semana ¿qué hacemos hoy? Y la respuesta viene dada por nuestros gustos, aficiones, amistades, familiares, capacidad económica y, si acaso, también por nuestra conciencia crítica y ciudadana, y nuestra responsabilidad como consumidores, con la que queramos o no, también hacemos política, al sumergirnos en esta sociedad capitalista, y por ende consumista, en la que vivimos.
Dependiendo de nuestro entorno dispondremos de una oferta más o menos rica de posibilidades para el ocio, que nos ayudarán a solucionar el dilema semanal: Si vivimos en alguna gran ciudad o cerca de ella, las posibilidades se amplían muchísimo, con ofertas culturales y lúdicas que vamos a encontrar solo paseando por las calles, plazas y jardines, y si no, vamos a tener que hacer cábalas familiares para entretenernos, aunque es tan fácil como quedar con los amigos y llenar esos ratos de ocio con una buena conversación.
Sin embargo, vivamos en uno u otro lugar, y en un afán de que nos metamos (si cabe, aún más) en las aguas neoliberales, las administraciones públicas y los grandes centros comerciales barajan desde hace tiempo la apertura de los comercios los festivos, cosa que tiene sus seguidores y sus detractores.
Mi postura se sitúa al lado de estos últimos, pues no puedo entender qué beneficios aportan a la comunidad las grandes superficies abiertas en domingo, más que el simple hecho de que se pueda pasear por ellas fresquitos o calentitos según la época del año… Solo hay que echar un vistazo a nuestro alrededor, y sin hacer un estudio sociológico ni económico, podemos darnos cuenta que la crisis (precisamente, provocada por el sistema) está dejando estos lugares con muchas de sus persianas bajadas por la quiebra de sus negocios, cosa que, evidentemente, no se puede solucionar abriendo más horas, ni todos los días de la semana, pues esto no se traduce en un incremento del consumo, ya que los consumidores potenciales viven de una nómina (los más afortunados) que no se estira, por mucho que los comercios estén abiertos los domingos.
Por otro lado, tener que abrir los festivos significa que los trabajadores y trabajadoras tienen que hacer más horas, sin que eso suponga ninguna recompensa económica, pues, como mucho, va a resultar que podrán descansar cualquier otro día de la semana a cambio de ese festivo, dejando a esas personas sin la posibilidad de poder disfrutar de sus familias los fines de semana. Está claro que las empresas no amplían sus plantillas para cubrir esos horarios, por lo que no se genera ningún tipo de reactivación económica ni social. Por cierto, esto se lo debemos agradecer a la reforma laboral del PP, que ha precarizado hasta límites insospechados los puestos de trabajo y los sueldos.
Lo peor de todo es que con esta libertad horaria, que no sirve para generar más empleos, ni para evitar el cierre de locales, lo que estamos haciendo es perjudicar al pequeño comercio, al del barrio de toda la vida, que no puede competir con esos horarios. Ese comercio familiar que hace de nuestro barrio, de nuestro entorno más inmediato, un lugar amable y en que nos podemos sentir a gusto por la cercanía y el trato de sus comerciantes.
Estoy convencida de que la libertad de horarios no nos aporta nada nuevo ni mejor en nuestras vidas como consumidores potenciales, y sin embargo, sí que genera que otras personas tengan unas jornadas laborales más largas y precarias, poniendo en grave peligro también al comercio local.
Por eso, cuando surja el próximo domingo la pregunta ¿Qué hacemos hoy?, podemos pensar en salir a pasear por esas calles, esas plazas, esos jardines, que tal vez tengamos olvidados y que necesitan de nuestra visita para regenerarse y volver a tener ese esplendor de antiguos tiempos, cuando el paseo y la charla entre vecinos era todo un arte.
Felicidades por el artículo. Yo también soy del parecer que acudir a los centros comerciales los festivos solo ayuda a las grandes compañías a que se lleven nuestro dinero fuera del país y no hacen nada por generar empleo ni por paliar la crisis. Ya no sabemos ser familia y ello nos obliga a optar por alternativas sin creatividad, llenas de ruido para no escuchar nuestro silencio familiar. Reunidos en la mesa solo se oye “sube la tele” o “calla, que no me dejas escuchar”. La desintegración familiar necesita de centros comerciales abiertos los fines de semana para que sigamos sordos y mudos a nuestra propia familia pensando como Scarlett O’Hara que “ya lo pensaré mañana, mañana será otro día”. Las grandes superficies nos están aborregando, lo peor es que nosotros nos dejamos.