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Por María José Navarro
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Érase una vez un país

    Érase una vez un país donde los constantes recortes sociales y reformas laborales habían sumido a sus habitantes en la pobreza; los bancos les habían quitado sus ahorros de toda la vida, perdían el trabajo, sus casas…y mientras todo esto ocurría sin vislumbrarse un futuro alentador, impuesto por un dictador vivía un Rey romano con su mujer griega y con su familia.

    Celebraban ostentosas fiestas, tenían lujosos coches, participaban en grandes cacerías y eventos deportivos, usaban yates para ir de vacaciones, hacían regatas, montaban a caballo y sus fotos llenaban el papel mache de las revistas más prestigiosas del corazón. Mientras los habitantes pagaban todos estos excesos de su rey y familia, la clase política formulaba leyes para controlar a un pueblo que, cada vez más, reivindicaba unos derechos para parecerse a sus países vecinos.

    Ante las voces contrarias, El Rey y su familia aparentaban más cercanía con el pueblo, entre otras pedían perdón por sus fechorías, prometiendo no volver a hacerlas e incluso contaban chascarrillos de alcoba. Aunque tampoco faltaron censuras a publicaciones no convenidas.

    Los años pasaron y los ciudadanos al final vieron llegar la oportunidad de libarse de semejante carga. El rey había abdicado, no se hablaba de otra cosa en todo el país. Pero el rey había puesto una condición, su hijo menor heredaría el reino.

    Mientras que el mundo luchaba por la igualdad de la mujer, el rey veía a su hijo varón como el único merecedor de la herencia y como él, quería que fuese el monarca del reino, controlase los ejércitos, fuera quien nombrase al presidente del gobierno, firmase las leyes, diera indultos y todas sus acciones estuvieran libres de juicio.

    El príncipe no era muy querido por el pueblo, debido a sus constantes escarceos, sus escasas intervenciones públicas poco elocuentes y el haberse casado con una plebeya periodista bastante estirada. Aunque intentaban lavar la imagen de la monarquía, ésta se había visto salpicada últimamente por casos de corrupción. Esta misma circunstancia se daba entre los políticos del país, así que eran muy frecuentes las manifestaciones de los ciudadanos para pedir una democracia real, donde poder decidir sobre las cuestiones importantes que les afectaban negativamente, porque los políticos habían dejado, hacía años, de gobernar para el pueblo.

    A pesar de que este cuento podría pertenecer a cualquiera de los publicados por Calleja en el siglo XIX, es el cuento “real” de España en pleno 2014.

    La Constitución del 78 sirvió para conciliar una salida a la dictadura de Franco. Más de 30 años después, es necesario un debate abierto sobre una redacción nueva de la constitución, en la que todos los ciudadanos nos veamos reflejados, ni monarquías, ni repúblicas… únicamente una democracia real, donde podamos avanzar como pueblo.
    Y donde todos los ciudadanos vivamos en tolerancia, pluralidad, igualdad y en democracia.

    Aprovecho para lanzar un grito por la libertad.

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