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El investigador Juan Chiva muestra como las formas laberínticas se han utilizado en la historia para llegar a Dios, aludir a los retos del amor o como juego

    “Un laberinto es un lugar formado por calles, caminos, encrucijadas donde es bastante difícil encontrar la salida” ha explicado el investigador del Departamento de Historia, Geografía y Arte Juan Chiva. Hay de dos clases: unicursal, donde el camino de entrada te lleva al centro, o multicursal que permite elegir entre distintas opciones que pueden o no llegar al centro. El profesor ha participado en la tercera y última jornada del curso de verano “Arte, natura y jardines”, donde ha mostrado varios ejemplos de representación del laberinto en el devenir de la historia.

    Chiva ha iniciado el recurrido a la Isla de Creta, lugar donde transcurre la historia del mito del Minotauro, derrocado por Teseo gracias a un ovillo que le ayuda a entrar y salido del laberinto. Seguidamente, ha pasado a la época romana, para explicar algunas de las muchas representaciones laberínticas en mosaicos, gemas o vajillas, como las que se encuentran en la Casa del Laberinto en Pompeya o en Itálica en Sevilla. “En esta época –ha comentado- la representación de este elemento tiene una función simbólica o mágica, para impedir la entrada del mal en el hogar”.

    Las catedrales fueron el lugar elegido por las representaciones de esta figura durante la Edad Media para mostrar que la “vida es un espacio temporal, pleno de trampas, pero un camino hacia Dios”, ha comentado el investigador. Algunas de ellas, como la de la catedral de Chartes con 16 metros de diámetro y 265 de recorrido, invitaban al juego, hecho que provocó que a finales del siglo XVII y principios del XVIII muchas de esas representaciones fueran destruidas “porque se alteraba la sacralidad del espacio”. Además, a partir de esta época hay más representaciones del tipo multicursal, aquellas dónde es más difícil encontrar el camino.

    De la época del Renacimiento se han conservado, en tratados sobre jardinería, muchos grabados que muestran la variedad de diseños de laberintos como elementos ornamentales para disfrutar con árboles que cierran y que se tienen que recorrer poco a poco. Además, hay representaciones de esta figura en heráldica o pintura con la fábula de Ariadna y Teseo. Por último, en la época barroca el laberinto se instala en los jardines como representación del juego galante de seducción, pero también con una vertiente filosófica en torno al laberinto de la vida y del alma. De estos siglos han llegado a nuestros días varios ejemplos como el que hay en los jardines del Palacio de Versailles en Francia, o los españoles de la Granja de San*Ildefonso en Madrid o el Laberint d’Horta en Barcelona.

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